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Memoria segoviana de la revolución comunera

«Muy injusto sería que Segovia envíe sus paños para enriquecer las ferias de Medina y Medina envíe su munición y artillería para destruir los muros de Segovia”. Con este requerimiento segoviano, atendido por los vecinos de la Villa de las Ferias, ambas ciudades quedaron hermanadas para la historia en uno de los episodios más valerosos y menos conocidos de la Guerra de las Comunidades.

Texto: Alberto Herreras. Ilustración: José Ramón Almeida

El éxito de la serie televisiva ‘Isabel’ ha puesto de moda el interés por una época crucial de la historia de España y por unos acontecimientos cuyo desarrollo tuvo como escenario buena parte del actual territorio castellano-leonés. Pero, si bien es cierto el equilibrio logrado por los Reyes Católicos en sus estados, no es menos cierto que este se quiebra a principios del siglo XVI, primero con la muerte en 1504 de la reina, la posterior crisis dinástica después y la llegada como monarca de su nieto, Carlos de Gante, considerado extranjero por sus súbditos.

Lo que comenzó en Castilla como malestar generalizado ante el mal gobierno de los consejeros flamencos venidos con el rey, agravado por su elección a la dignidad imperial y el inicio de una política exterior contraria a las tradiciones castellanas que despertaron en amplios sectores sociales el temor a que Castilla fuese sacrificada a intereses ajenos a los suyos; se canalizó en Toledo en el otoño de 1519, explotó violentamente en Segovia en mayo de 1520, se extendió como reguero de pólvora por villas y ciudades y acabó tristemente en Villalar en abril del año siguiente; dejó secuelas, cicatrices y amargos recuerdos en la sociedad castellana, marcada desde entonces por tales acontecimientos.

La Revolución de las Comunidades de Castilla convulsionó las tierras de la meseta castellana a ambos lados de la Cordillera Central y solo falta un lustro para que se cumpla el quinto centenario de su inicio. Parece, pues, momento propicio para recordar aquellos hechos y buscar las huellas que aún conserva de ellos la ciudad de Segovia.

Los primeros y más violentos incidentes

Alcázar de Segovia. Imagen, Turismo de Segovia

“Fue Segovia el escenario de los primeros y más violentos incidentes”, afirma el historiador y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2014, Joseph Pérez, pues la ciudad jugó un papel esencial en el inicio de la revuelta y su posterior desarrollo para convertirse en revolución.

La reunión de las Cortes de Castilla en La Coruña en abril de 1520 se inició con la manifiesta oposición de numerosos procuradores a los impuestos con los que el rey pretendía lograr el dinero necesario para los cuantiosos gastos derivados de su elección imperial. Pero a fuerza de amenazas, chantajes y, sobre todo, cuantiosos sobornos a los diputados que cambiasen de actitud, el rey logró lo que se proponía.

El 29 de mayo, Pascua del Espíritu Santo, tenía lugar en la iglesia del Corpus Christi de Segovia la reunión anual de los cuadrilleros encargados de recaudar los impuestos locales, pero el tema de conversación no era otro que los acontecimientos de La Coruña y la marcha del rey, lo que dio pie a las duras acusaciones que algunos lanzaron contra los representantes del poder real, el corregidor y sus colaboradores. Quizá nada hubiera sucedido sin la airada reacción de un funcionario subalterno, el viejo corchete Hernán López Melón, reprochando sus críticas a los acusadores contra los que lanzó veladas amenazas.

La reacción fue fulminante: le sacaron fuera a gritos de muera, traidor y enemigo del bien común, le arrastraron a las afueras hasta las inmediaciones de la ermita de la Cruz del Mercado, donde llegó una multitud de más de dos mil personas, y le colgaron -aunque ya muerto a causa de los golpes- de una improvisada horca que levantaron con madera de Balsaín que allí se apilaba (escribimos Balsaín con ‘b’, tal como aparece en numerosa documentación antigua y abundante bibliografía).

Al regresar, los autores del linchamiento cruzaron unas palabras en el Azoguejo con otro corchete, Roque Portal, que portaba papel y pluma y parecía anotar los nombres de los participantes. Las turbas enfurecidas le dieron el mismo triste fin que a su compañero, junto al que lo colgaron por los pies.

Al día siguiente, 30 de mayo, Rodrigo de Tordesillas, procurador de la ciudad y tierra que acababa de regresar de La Coruña, se presentó en el atrio de San Miguel, lugar de reunión del Ayuntamiento de la ciudad, para dar cuenta de su actuación. No acudió el otro procurador, Juan Sánchez, que temiendo la reacción popular acudió directamente a su localidad de El Espinar. La muchedumbre agolpada no quiso escucharle y le exigió cuentas, pues era del dominio público que había recibido trescientos ducados y un oficio de la Casa de la Moneda por cambiar su voto a favor del servicio solicitado por el rey. Le arrastraron con una soga al cuello hacia la cárcel pero, al morir antes de llegar, acabó colgado por los pies junto a los dos del día anterior, “donde estuvieron algunos días sin que alguno se atreviese a sepultarlos aun de noche”.

Juan Bravo preside la Plaza de Medina del Campo (fotografía, Ricardo Ortega)

Aquellos sangrientos sucesos fueron el primer paso de una escalada de violencia de consecuencias imprevisibles. El Consejo Real mandó que el feroz Rodrigo Ronquillo, alcalde de casa y corte, con una tropa de mil jinetes (“mucho aparato para justicia y poco para guerra”) fuera de inmediato contra Segovia para hacer sentir a sus gentes el implacable peso de la ley. Ronquillo no consiguió entrar en la ciudad, merodeó por aldeas cercanas inflamando resistencias, pero temiendo el auxilio de Juan de Padilla desde Toledo, se retiró a su patria de Arévalo. Con Alonso de Fonseca, señor de Coca, fue a Medina del Campo para apoderarse de la artillería de La Mota con la que rendir a Segovia.

Llegaron el 21 de agosto de 1520 y los medinenses se apostaron a la defensa. Cuatro días antes el Concejo de Segovia había enviado al de Medina una carta: “Los mercaderes de esta ciudad que están allá en la feria nos han escrito que estáis en duda si daréis o no la artillería. No la daréis. Porque muy injusto sería que Segovia envíe sus paños para enriquecer las ferias de Medina y Medina envíe su munición y artillería para destruir los muros de Segovia; y de la destrucción de Segovia ved qué puede ganar Medina. Porque vuestras ferias no se hacen de caballeros tiranos, sino de mercaderes solícitos”.

Ronquillo provocó un incendio para forzar a la población a atajar el fuego abandonando la oposición, todo fue inútil. Medina quedó arrasada por el fuego pero no entregó cañones ni munición. Aquella sería la llama que hizo prender la revolución por toda Castilla.

(Sigue leyendo el artículo en nuestra revista, número 46)

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