Tenía que ser la Montaña Palentina donde la Fundación Las Edades del Hombre detuviera su camino para analizar el valor simbólico de los montes en la relación del ser humano con lo trascendente. Desde el Olimpo griego o el Sinaí hebreo, las montañas han sido veneradas en las diferentes religiones como lugares sagrados donde se experimenta “lo tremendo y fascinante de la creación divina“. ‘Mons Dei’ es hasta el 18 de noviembre la nueva propuesta de Las Edades
La iglesia de Santa Cecilia, una joya románica de los siglos XII y XIII, y la Colegiata de San Miguel, de origen visigótico, acogen hasta el 18 de noviembre la muestra ‘Mons Dei’, la apuesta de la Fundación Las Edades del Hombre para establecer un diálogo entre la fe y la cultura.
La cita convierte a Aguilar de Campoo en uno de los puntos más relevantes del turismo a lo largo de todo el año, un papel protagonista que comparte con la comarca de la Montaña Palentina. ‘Mons Dei’ se articula en siete capítulos: dos en Santa Cecilia y cinco en San Miguel, con un epílogo expositivo a través de 54 templos románicos de Palencia y Burgos adscritos al Románico Norte.
“Levanto mis ojos a los montes”
Las montañas son unos de los accidentes geográficos más bellos dibujados en el paisaje. Situadas entre el cielo y la tierra, en ellas se concitan todos los elementos de la naturaleza. Contempladas en su verticalidad representan la altura física, moral y espiritual a la que hay que ascender con esfuerzo. Pero vistas desde arriba simbolizan el eje del mundo.
Numerosos relatos cosmogónicos sitúan en ellas el origen del mundo; de ahí que hayan sido veneradas en las grandes tradiciones religiosas de la humanidad, incluso donde habitan las divinidades. A ellas levanta sus ojos el hombre religioso para orar, o dirige sus pasos para ofrecer el culto. Incluso, cuando no existen montañas naturales el hombre las edificará de forma artificial para alcanzar el cielo. Así se señala en el primer capítulo de la muestra.
“Del Sinaí al santuario”
Al pecado de soberbia que culminó en esa montaña artificial de Babel, el dios de los judíos responde poniendo en marcha una historia de salvación que comienza con el patriarca Abraham, que a punto estuvo de sacrificar en el monte Moria a su propio hijo.
Más adelante, la misión de Moisés será conducir al pueblo de Israel desde la esclavitud hasta el Sinaí, “la montaña de Dios”, donde este se revela y sella con su pueblo la alianza contenida en las Tablas de la Ley.
Continúa el relato de los libros sagrados y, tras la entrada en la Tierra Prometida guiados por Josué, el camino de liberación de Israel se consuma con la construcción del Templo de Salomón sobre el monte Sión, la ciudad de David. Por eso el segundo capítulo de la muestra refiere una solemne procesión mantenida de un monte a otro, “del Sinaí al Santuario”.
La nubecilla
Otro testigo de la transfiguración, Elías, representante de la profecía en el Antiguo Testamento, también está vinculado al monte. En el monte Carmelo derrota a los profetas de Baal, símbolo de la idolatría asociada a los “montes de la iniquidad” y restablece el culto al dios “único”.
Desde el Carmelo Elías verá ascender una nubecilla por la que retornará la fecundidad a la tierra sedienta. Una nubecilla en la que, por cierto, la tradición cristiana ha visto una prefiguración de la virgen María, quien de niña ascendió al templo para su presentación; tras el anuncio del ángel subió a la montaña para visitar a su prima, a la que llevaba “la alegría de la salvación”.
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