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Un recorrido por las cascadas del Valle de Mena

Las precipitaciones invernales hacen que el líquido corra a raudales y, así, ningún visitante se siente defraudado cuando llega al lugar que tenía previsto ver y el norte de Burgos es idóneo para ello

Lo son muchas la zonas de la comunidad castellanoleonesa que han conseguido salir airosas de la sequía. Ahora, en la parte más septentrional, el Valle de Mena es una de esas. Este vergel cantábrico –hace muga al norte de la provincia de Burgos con Vizcaya, Álava y Cantabria- ha sufrido un verano y otoño poco lluviosos, pero ya ha vuelto a su ser. Nieves y lluvias regresaron.

La cordillera de Ordunte y los montes de la Peña han amanecido blancos varias veces, para que el embalse y los cientos de arroyos rebosen. Los neveros se han dejado ver durante semanas en cumbres como Zalama y Lamana. Los prados verdean y las laderas pobladas de hayas, robles, encinas y bortos acumulan reservas para empezar con euforia la primavera.

Cascada Irus
Cascada Irus

El paisaje está tan hermoso como siempre. Y es también el momento perfecto para el senderismo. Ineludible acercarse a contemplar alguna de las muchas y variadas cascadas que adornan la vida en este municipio norteño de la cuenca del Cadagua. Un salto de agua, de los que cautivan la mirada y el espíritu, compone una imagen que quien la contempla retiene durante varios días. Paz y belleza en un entorno idílico. Hay rincones maravillosos, pero pocos lo son tanto como el del salto de Aguasal.

Tiene todos los ingredientes. Está en un entorno salvaje, al pie del Zalama, pero al que se puede llegar en poco más de una hora de caminata desde San Pelayo de Montija. El acceso en coche es imposible. Sí sería posible en todoterreno si la circulación no fuera restringida en esa zona forestal. Desde Las Bárcenas o por Irús, el camino a pie es algo más largo y costoso, aunque igual de gratificante para quien disfruta del monte. Así, lo mejor para una primera visita sería aparcar el coche en San Pelayo y caminar hasta Aguasal. Pista adelante, después de cruzar el Campo de Aviación, en el que pastan caballos y vacas, es posible girar ligeramente a la derecha al toparse con los pinares. Con la referencia orográfica de dónde fluye el Ordunte -el nacecero de la fuente del Hornacho está a pocos metros y también la salida del trasvase del río Cerneja- no hay una sola vía para llegar. Todos los caminos llevan a Aguasal.

mapa cascadas

Cascada en Aguasal
Cascada en Aguasal

El puente es la referencia para llegar a Aguasal

La pista principal -con muchas ramas sobre ella a partir de aquí y que baja paralela al río hasta Las Bárcenas- cruza por un puente justo encima de la primera de las cascadas. El terreno es abrupto aunque, con precaución, es posible recorrer el entorno. Si ha llovido mucho las pistas serán un barrizal. Y, de cualquier manera, el agua fría y cristalina y las lastras de arenisca resbalan mucho si se pisa en el lecho del río. Aquí el Ordunte premia al visitante con dos hermosas caídas. La segunda es ahora más grandiosa que hace veinticinco años, cuando llegó a anularla el sedimento acumulado en la presa allí construida entonces por la Administración. Y por la ladera del monte Zalama -no muy lejos del Huerto de los Moros- se desliza otra hermosa cola de caballo. Reúnen sus aguas para, cañón abajo, desembocar al final en el Cadagua en La Vega, cerca de Nava de Ordunte.

Cualquiera podría pasar ahí horas con la música de fondo del agua. Incluso en el verano, cuando a la falta de líquido suple con creces el placentero frescor que regala el frondoso bosque. Pinos, hayas y robles, junto a algunos acebos, tejos, espino albar y avellanos componen el arbolado de estos viejos montes de composición arenisca. En lo más alto, donde está la jurisdicción de las tres comunidades autónomas, sigue la turbera. Tres decenios atrás, cuando el cambio climático era menos evidente, el río era pródigo en truchas. Alguna incluso con la librea mediterránea característica de la cuenca del Trueba. Ahora, con un verano tras otro casi de secano, ya no las hay. Sube hasta allí, en época de bonanza, el mirlo acuático. Y es el terreno perfecto para el jabalí, el corzo, zorros y tasugos. El ciervo también aumenta de año en año la población y sus bramidos resuenan por todos lados durante la berrea.

Muchos otros saltos de Agua

Mena es tierra pródiga en cascadas, consecuencia natural de lo accidentado de su geografía y de los numerosos regatos. No demasiado lejos, en Irús, el Hijuela deja otro par de bellos saltos de agua junto a la calzada romana. También hay que llegar caminando desde esa localidad o, por el otro lado, desde Arceo. El Ordunte, antes de parar en el embalse, se adorna en el Pozo de la Olla. Está poco más abajo del puente sobre el río de la carretera que une Hornes y Burceña.

Cascada de San Miguel
Cascada de San Miguel

El Romarín, además protagoniza buenos saltos paralelos al camino que va desde Santecilla hasta Opio, aunque tienen menos altura. Es la cascada de San Miguel el Viejo la que lanza el agua desde lo alto para que doscientos metros después de caída libre, ya en suelo de Mena -en el valle de Angulo- deje una preciosa imagen que puede verse desde el puerto hacia Quincoces. Una decena de kilómetros después es la de Peñaladros la que enamora a todo el mundo. El cuadro es el de la postal soñada. No hay que perder de vista al jefe de la cuenca.

El nacimiento del Cadagua, hasta Sopeñano bien merece un paseo al lado de sus aguas, cristalinas hasta ahí. El Valle de Mena tiene en sus ríos, aunque cada vez más deteriorados por la contaminación con aguas residuales, un recurso medioambiental y paisajístico de primer orden para preservar a toda costa.

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