El rojo paisaje de las tierras de Berlanga, en la provincia de Soria, esconde un tesoro para los aficionados a descubrir esos pueblos de piedra que apenas han alterado su apariencia desde la Edad Media. Como un camaleón de roca, Rello se confunde en el entorno calcáreo de la comarca y ofrece al visitante un remanso de paz donde fundirse con la naturaleza
Ricardo Ortega
Un trabalenguas relacionado con el rollo jurisdiccional de la localidad es el eslogan más extendido sobre este pueblo medieval. Y es que el rollo de Rello -que dio a la localidad la condición de villa- es de hierro, y no de piedra. La explicación de este hecho singular reside en que se reutilizó como picota una lombarda -modalidad de cañón alargado- del siglo XV. La decisión fue, sin duda, capricho de algún gobernante hoy desconocido, ya que la piedra no es un elemento escaso en este pueblo amurallado.
Con 17 habitantes, el casco urbano de Rello se concentra estrictamente en una muela de tres hectáreas, cortada verticalmente sobre el río Escalote. Fuera de ese núcleo apenas se encuentran la ermita y los restos de las ‘taimas’, denominación local para los apriscos en los que se guarda el ganado.
Tres atajos de ovejas, que suman un millar de cabezas, suponen la principal actividad económica de la localidad, aparte de la agricultura y la apuesta, cada vez más sólida, por el turismo rural. Los visitantes que se acercan a la villa soriana disponen de tres casas rurales, con un total de 32 habitaciones, además del nuevo alojamiento que está a punto de abrir sus puertas. En cuanto a la hostelería, el pueblo cuenta con un teleclub y el mesón La Muralla, cuyas puertas abren en temporada alta y durante los fines de semana de todo el año.
Declarado Bien de Interés Cultural (BIC), Rello alberga numerosos tesoros, aunque el protagonismo es para la muralla, que rodea completamente la localidad y en la que se integran viviendas, espacios públicos e incluso los ‘doseles’ de algunas tumbas del cementerio. Un muro que, además, no es mal emplazamiento para la observación de las aves: a escasos 200 metros de la muela comienza una zona donde anidan 50 parejas de buitres leonados, cuyo vuelo es visible desde la localidad.
También campean por el entorno liebres, perdices, codornices y zorros, todos ellos mimetizados en un paisaje de tierra roja, cubierta por el tomillo, el espliego y el monte bajo. El aficionado al senderismo puede perderse por ese paisaje, remontar el río Escalote o seguir los caminos de tierra que le llevarán a localidades vecinas, a diferentes taimas o hasta la atalaya construida por los árabes en el siglo X, a escasos tres kilómetros del casco urbano.
Corona la muralla el castillo, del que se conservan la torre del homenaje, semiderruida, y un profundo aljibe. El escudo de la villa, abrazado por un águila sin cabeza, corresponde a quien fuera señor de Rello, Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de Coruña -la actual Coruña del Conde, en Burgos-.
El emblema está presente en dos de las paredes de la fortaleza, además de en la conocida como ‘puerta del lugar’, uno de los dos accesos fortificados de la muralla. Todavía cuentan los mayores que vieron a sus padres hacer guardia en esa puerta para controlar el acceso a la localidad durante la noche. Eran tiempos más difíciles.
Hoy, los habitantes de Rello forman una comunidad humana bien avenida, lo que se refleja en un carácter afableafable, de gentes que se vuelcan con el visitante. Entre las tradiciones que conserva el municipio está la celebración de San Antonio, el 13 de junio. Ese día se subastan diferentes roscos entre vecinos y visitantes, y el Ayuntamiento invita a vino en dos tazas de plata fabricadas en 1896 y que permanecen custodiadas por el alcalde. Cuentan los vecinos que, hace muchos años, los más pobres vertían el líquido en su bota para disfrutarlo en casa. También eran tiempos difíciles.
Reportaje fotográfico de Sara Franco Gil
