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Carlos Moro: “Castilla y León es una tierra bendecida para elaborar grandes vinos”

 

Texto: Ricardo Ortega

El presidente del Grupo Matarromera desvela el contenido de su genética y apunta algunas claves para el éxito empresarial. La historia de este nieto de Ursicino Moro es la de un bodeguero que no quiso ser funcionario

Recién cumplidos los 60 años, el ingeniero agrónomo, enólogo y bodeguero Carlos Moro celebra este año el primer cuarto de siglo de Matarromera, una bodega emblemática que, además, da nombre a un grupo empresarial abanderado de la calidad y la innovación, como destacan la prensa especializada y los mercados.

-¿Qué nos encontraríamos si pudiéramos analizar el ADN de Carlos Moro?
-Veríamos genes procedentes de tres valles, Duero, Pisuerga, y Esgueva; encontraríamos el rastro genético de Ursicino Moro, mi abuelo, un agricultor, viticultor y bodeguero de Valbuena de Duero, y la herencia de una familia integrante de cooperativas como Protos, Copaval o ACOR.Carlos Moro Grupo Matarromera
-¿Qué recuerdos tiene del campo de sus primeros años?
-En los años 60-70, con muy buena tierra, la uva no era un producto rentable y nos planteábamos arrancar viñedo para plantar otros cultivos, como la remolacha. Mi familia elaboraba a granel en cinco bodegas tradicionales.
-…Y a principios de los 70 va a estudiar a Madrid.
-Efectivamente. En apenas unos años me convierto en ingeniero agrónomo, diplomado en Economía de la Empresa, doctor en Enología y Viticultura, diplomado en Economía de la Pyme y Master en Tecnología de la Información y de las Comunicaciones.
-Mucha gente desconoce que fue funcionario. ¿Cómo fue su paso por la Administración del Estado?
-Durante trece años fui funcionario de nivel 30. Trabajé como ingeniero agrónomo del Ministerio de Agricultura y fui también ingeniero de la Dirección General de Industrias Agrarias, formando parte del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado y del Cuerpo Superior de Sistemas y Tecnología de la información.
-Pero no se libró de la ‘mili’.
-Hice las milicias universitarias en el Ejército de Aire, con Mallorca como destino. Al regresar a Madrid trabajé como  adjunto al secretario general de la Federación Española de Industrias  de la Alimentación y Bebidas (FIAB), y al mismo tiempo creé una empresa agroalimentaria.
-¿Cuándo cambia de vida y pone en marcha Matarromera?
-Mi padre cumplió 75 años y decidimos que yo me pusiera al frente de la explotación familiar. Partíamos de una cultura vitícola muy arraigada (mi abuelo vendía la uva a Vega Sicilia) y de un concepto de calidad muy claro, con lo que decidí que tenía que hacer el mejor vino del mundo. Yo aportaba apenas unas nociones de enología, pero teníamos una gran ventaja: los mejores de España en todas las disciplinas eran amigos míos y me dieron todo su apoyo. Muchos solicitaron entrar en el accionariado y se lo permitimos para que tuvieran su voz en las diferentes áreas, sobre todo en la comercialización. Entraron entre quince y veinte socios.
-¿Por qué el nombre de Matarromera?
-Matarromera es el nombre del primer pago, el mejor, del que se extrae la uva para ese vino. Yo había analizado todos los suelos de la familia y los conocía a la perfección, pero quien eligió el pago mejor, que daría nombre a la bodega, fue mi padre. En la primera añada se emplearon 115.000 kilos de uva y pagamos el precio más alto de la Ribera. Eran las mejores uvas,  procedentes de viñedos muy viejos, vendimiados a mano. Muchos me preguntaron por las instalaciones de Matarromera, con un aspecto externo diferente al de otras grandes bodegas, pero pretendíamos aprovechar su ubicación en altura: la mayor parte de la bodega es subterránea. La construcción es obra de Vicente Castellanos, de Agroindus.
-Y llega el premio al Mejor Vino del Mundo.
-Sí. Se nos concede en Turquía en octubre de 1995, a un vino elaborado con uva de 1994. Fue motivo de 37 segundos de reportaje en el telediario de TVE. Después de eso recibimos una avalancha de llamadas, con el teléfono bloqueado, pero no atendimos todos los pedidos porque teníamos que elaborar el crianza, reserva y gran reserva de esa añada.

Grupo Matarromera
-De pronto se vieron ante el reto de gestionar el éxito.
-Claro, porque gestionar el fracaso debe de ser terrible, pero gestionar el éxito no le va a la zaga: te puedes estrellar. Teníamos ante nosotros la posibilidad de ganar cientos de millones de pesetas, de vender mucho vino durante unos pocos años. No lo hicimos porque yo no necesito mucho dinero para vivir; soy una persona muy sencilla. El reto, por el contrario, era seguir haciendo grandes vinos.
-¿Cómo recuerda la añada de 1997?
-Fue una muy mala cosecha y un hito muy importante para nosotros. Ese año Matarromera elaboró muy poco vino para que fuera muy bueno, y fue el año en que se sacó una diferencia mayor con respecto a los demás. En esa añada ingresamos poco dinero, sí, pero ganamos mucho en credibilidad.
-Primero renuncia a ser funcionario y ahora deja pasar una oportunidad de enriquecimiento rápido. Se diría que no desea mezclarse con el paisaje…
-Pero es que yo me defino como un ingeniero y un enólogo, y además soy de esta tierra: quiero aportar mi granito de arena al futuro de Castilla y León. ¿Cómo hago eso? Con un proyecto que genera riqueza y fija población en el medio rural. Y lo logramos haciendo grandes vinos, y no compitiendo por precio. Es una apuesta con un coste personal y empresarial muy grande, pero creo en esta forma de vivir y trabajar, no por mí sino por quien venga detrás.
-¿Y qué responde al coro de quienes le piden que elabore más botellas de Matarromera?
-Pero es que no podemos hacer más. En primer lugar, porque hay que elaborar la cantidad que te permita el mercado, y sobre todo porque Matarromera es lo que es, en términos de calidad, de terruño, y no queremos cambiarlo. Por eso pusimos en marcha Emina.

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