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Un año sin bajar la guardia

Tienen trabajo sociólogos y psicólogos para analizar cómo hemos asimilado unos cambios que parecían irreales hace solo un año. Mientras las vacunas entran en escena se abre paso la convicción de que nuestra vida se ha transformado de forma irreversible. 2,5 millones de ciudadanos de Castilla y León han tenido a su disposición un extenso territorio para disfrutar de una Semana Santa sin procesiones, pero con mil fórmulas de ocio abiertas de par en par

Un conocido jefe de Estado europeo decía hace pocas semanas que el nuevo coronavirus se ha apoderado del tiempo. La pandemia ocasionada por el SARS-Cov-2 ha trastocado nuestra vida, nuestra forma de comprar y de relacionarnos con la cultura. Por supuesto, también ha alterado de forma irremediable nuestra forma de trabajar, pero es que incluso afecta al modo en que los humanos percibimos, efectivamente, el paso del tiempo.

Se ha cumplido un año desde que las autoridades nos obligaran a confinarnos en nuestro domicilio, a taparnos el rostro y a saludarnos con el codo, y el hecho de que la ciudadanía asimilara tan rápidamente la necesidad de adecuarse a una situación nueva, hostil, va a dar material de estudio a sociólogos y psicólogos durante décadas.

Y sin embargo el año transcurrido puede parecernos un periodo excepcionalmente corto, al mismo tiempo que parece una eternidad el tiempo que ha pasado desde que residíamos en la normalidad, aquel tiempo tan extraño en el que las personas se daban la mano, se abrazaban y se saludaban con un beso.

Nadie sabe si a medio plazo, cuando lo peor haya quedado atrás, nos habremos mentalizado por fin de que debemos lavarnos las manos, puesto que es allí donde reside la mayor cantidad de patógenos. Lo que sí está claro es que las generaciones actuales nunca olvidarán el nombre de Wuhan, la ciudad china en la que los expertos de la OMS sitúan el origen de todo.

virus

Puede resultar incluso gracioso el grado de conocimiento que hoy se exhibe en relación con los virus y la pandemia. Hemos aprendido lo que es un coronavirus, que el bacilo que ha infectado a más de 122 millones de personas en el mundo se llama SARS-CoV-2 y que la enfermedad generada por él se llama Covid-19, por mucho que la RAE siga discutiendo si se trata de una palabra masculina o femenina.

Se ha incorporado al lenguaje coloquial el nombre y la definición de los diferentes tipos de mascarilla, con un grado de especialización que roza lo alucinante, e incluso se han recuperado palabras castellanas en desuso, como la sangradura: la parte cóncava del brazo, opuesta al codo, que es donde debemos toser o estornudar.

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También llama la atención el nivel de especialización alcanzado por el debate político a la hora de debatir cómo debemos enfrentarnos a la pandemia, y sobre todo cómo se casa ese combate con mantener la actividad económica. Incluso resulta chusca la manera en que la controversia se traslada a la calle.

Por fortuna, han quedado en minoría quienes hablan de “salvar la Semana Santa”, equivalente casi seguro de autorizar millones de desplazamientos y de generar una nueva ola (la cuarta, la quinta, la sexta…) de contagios.

Castilla y León llega a esa semana festiva sin las procesiones habituales, con una hostelería que va abriendo sus puertas y con un confinamiento perimetral que permite a sus habitantes organizar unas pequeñas vacaciones. Quizá alguna escapada en busca de cultura y naturaleza.

No visitarán la comunidad madrileños, gallegos o vascos, pero a cambio 2,5 millones de personas pueden campar a su anchas por la mayor región española, una de las más extensas de la Unión Europea, con un patrimonio histórico y natural que hace imposible agotar todas sus posibilidades.

este-virus-lo-paramosCastilla y León se ha adherido al acuerdo aprobado por el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, en el que se recogen medidas preventivas para el conjunto del territorio nacional ante la celebración de la Semana Santa.
Este régimen de intervenciones para contener la pandemia se traduce en la limitación de movimientos fuera de las respectivas comunidades, el mantenimiento del toque de queda establecido por el Gobierno y la reducción del número de grupos de personas, tanto en espacios públicos como privados.

La consejera de Sanidad de la Junta, Verónica Casado, justifica esas medidas de carácter nacional en que sean fácilmente conocibles e interpretables por los ciudadanos, sin excesiva complejidad normativa ni diferencias según comunidades y con una vigencia inicialmente prevista hasta el 9 de abril, ya finalizada la Semana Santa.

En Castilla y León, el marco adoptado supone la continuidad del cierre perimetral y el toque de queda entre las diez de la noche y las seis de la mañana, aunque se ha destacado la necesidad de una mayor vigilancia para el cumplimiento por parte de los ciudadanos.

En cuanto a la limitación de la permanencia de grupos de personas en espacios públicos o privados, se mantiene en un máximo de cuatro personas no convivientes, aunque este número puede alcanzar los seis asistentes en terrazas. También se ha acordado la no celebración de eventos masivos de cualquier índole que impliquen la concentración de personas.

El nivel de alerta se mantiene, pero las puertas de bares, restaurantes y centros culturales se abren para que la vida siga latiendo en una época muy especial del año.


Texto: Ricardo Ortega

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