Los perfumes tienen como base para su elaboración los aceites esenciales. La imposibilidad de sintetizar estos elementos
en los que se ha descartado lo molesto y lo inútil a través de destilados y redestilados, hace de estos preparados esa alma-base que despertará, con idónea compañía, nuestros sentidos.
Ese “despertar” neuronal alertado instantáneamente por el epitelio olfativo provoca en nuestro sentir esa sensación tan
agradable y placentera. Sensación que inmediatamente asociamos a momentos, a lugares o simplemente, y ante la imposibilidad de asociarlo, al placer por el placer porque nuestra cualidad racional no nos exime en muchas ocasiones de lo irreflexivo del instinto.
Esos aceites esenciales definen con extrema nitidez la obra de Blanca Ruiz Paniagua.
Descartar, en realismo, formas y detalles no es tarea fácil. Esa síntesis de elementos claves, ese “destilado” para posar sobre el lienzo la esencia del lugar está al alcance de muy pocas personas. Blanca es una de ellas. Esos descartes le hacen asomarse en ocasiones a esa abstracción a la que parece recurrir, conocedora y sabedora que las formas y las texturas abstractas son y están en la naturaleza y por tanto son una parte de la realidad.
Cromáticamente, Blanca Ruiz depura sus mezclas de pigmentos hasta casi la osadía. Ese inteligente atrevimiento forma
parte, como componente, del definitivo perfume que presenta y representa.
En pintura no basta con el conocimiento para comunicar lo que se pretende. Hay algo más. Algo que tiene mucho que ver
con lo instintivo, con lo irracional del alma. Y en ese sentido Blanca Ruiz Paniagua ecualiza su música a la perfección. Sus pinturas, sus óleos, libres de lo que no es importante, son extractos.
Perfumes con “aceites esenciales”.
Texto: Enrique Reche