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El carácter de la tinta de Toro se hace leyenda

El vino Antona García simboliza el relevo generacional en la bodega Rejadorada, de la DO Toro. Es una declaración de principios en favor de la enología moderna, pero también del compromiso con la historia y la tradición de la comarca. La compañía ofrece un guiño cultural a la ciudad que acoge hasta noviembre ‘Aqva’, la nueva edición de Las Edades del Hombre

Ricardo Ortega

Cuenta la leyenda que, en el año 1476 y en plena guerra entre las coronas de Castilla y Portugal, la toresana Antona García mostró a las tropas de los Reyes Católicos un acceso secreto a la ciudad. Como consecuencia, fue acusada de traición y recibió garrote vil en la ventana de su propio palacio. Días después, Isabel de Castilla rendiría honor a esta mujer y ordenaría dorar la reja de esa ventana para que su recuerdo brillara hasta el fin de los tiempos.

Esta es la historia que ha inspirado desde siempre al bodeguero Luis Remesal, que en 1999 puso en marcha su bodega en ese Palacio de Rejadorada, y precisamente Antona García da nombre al vino más moderno de la compañía. Este tinto actual y con carácter simboliza la nueva etapa de Rejadorada, en la que Mario Remesal ha tomado el timón de la nave.

botellín Antona García-CCC

“La noble Antona siempre había rondado por nuestras mentes hasta que un día nos encontramos con ella a través de este vino elegante y sutil gracias a su envejecimiento especial”, apunta el responsable de la bodega. “Nos estaba esperando pacientemente para poder elaborar un vino más dinámico y complejo en el que se sigue leyendo la expresión frutal de la tinta de Toro”. De este modo, “gracias a una estudiada selección de maderas especiales y envejecimientos más sutiles, hemos obtenido un vino que está unido a la tradición, porque nuestra Antona es tradición”.

“Nos pareció adecuado un vino más actual, que me permitiera marcar mi impronta”, apunta Mario, quien reserva para Luis, su padre y mentor profesional, el papel de otear el horizonte y marcar el futuro de la compañía.

“Hoy la bodega avanza mediante ese reparto de funciones; cuando cometo una imprudencia, Luis no impone, sino que sugiere otra dirección. Así es como nació el vino Antona García”, un varietal tinta de Toro con once meses en barrica, agradable y con una boca muy redonda. Además es complejo en nariz, con diferentes maderas (húngara, búlgara y un 12% de barricas premium). Un vino tan personal que no se ha concebido para facturar millones: de él se hacen apenas 7.600 botellas al año, con un precio de 14 euros, y no se encuentra en los canales habituales de distribución.

“La intención es sobre todo disfrutar con lo que hacemos”, apunta Mario, treintañero, árquitecto técnico y formado en la gestión de empresas vitivinícolas. Es parte de la compañía desde pequeño y se integró plenamente en ella desde 2011. Tres años más tarde, Luis Remesal decide jubilarse, “aunque sigue apoyando el proyecto”, viajando y visitando diferentes zonas vinícolas para empaparse de cómo se trabaja en ellas.

reja

El papel de la innovación

No se entiende Rejadorada sin el papel de su fundador y alma mater, Luis Remesal, nacido en en 1949 en Gema del Vino, en la zamorana Tierra del Vino. “Nació con el vino en su ADN”, dice su hijo. Los Remesal eran agricultores que contaban con viñedo en su explotación, y con un vino que vendían a particulares. Formado como químico y con una carrera como ingeniero industrial, residió en ciudades como Bilbao o Barcelona, hasta que en el último suspiro del siglo regresó a sus orígenes.

Unió su destino al enólogo José Antonio ‘Chencho’ Fernández y ambos escogieron el toresano Palacio de Rejadorada para elaborar “un vino que debía partir de la tinta de Toro”, reconocible en su tipicidad pero con personalidad propia, dentro de los parámetros de la enología del momento.

Se puede decir que Chencho y Luis fueron pioneros de la modernidad en la Denominación de Origen Toro. Hoy el papel de Mario es el de retomar esa actualización, “de ahí el vino de Antona García”. Para él, “debemos mantener la tipicidad de la DO, de la tinta de Toro, una variedad que permite innovar desde el punto de vista enológico, probar diferentes maderas… Por eso en todas las vendimias hacemos microfermentaciones, para probar”. El veredicto de esa relación entre tradición e innovación lo puede dar el mercado, y los vinos de Rejadorada son muy reconocidos en diferentes áreas geográficas. Se consume por el público de Castilla y León, especialmente el de provincias como Zamora, Valladolid y Salamanca. También en la Comunidad de Madrid y en la cornisa cantábrica. Las ventas al exterior tiene como destino principal Alemania y Suiza. También al otro lado del charco, y en EEUU se consume de forma especial en la costa Este. También, y como dato curioso, Rejadorada se ha abierto un hueco en el estado de Colorado, sobre todo gracias a los restaurantes especializados en carne.

Apuesta por el enoturismo

Ante el crecimiento experimentado por la bodega, Rejadorada construyó una planta elaboradora en San Román de Hornija, también en la DO pero ya en la provincia de Valladolid. El nexo de unión con la villa de Toro y con la cultura del vino se mantiene a través de las instalaciones del Palacio de Rejadorada. Abierto a visitas, en él se puede recorrer el lagar, la sala de barricas, una sala de aromas y una pequeña exposición de ilustraciones. También se visiona un vídeo en el que se transmite al visitante la unión entre la comarca, la tradición y el vino.

Un detalle revela el compromiso de la bodega con la cultura de Toro y con la historia de Antona García, y es que la reja del palacio conserva su reflejo dorado gracias a la restauración encargada en su día por Luis Remesal. Este elemento posee hoy una última capa de oro, fruto de ese encargo.

Un vino con matices exquisitos

Señalan los responsables de la compañía que el secreto para obtener vinos de calidad reside en seguir con especial cuidado todos los procesos desde la viña hasta la crianza. “Nuestras viñas se encuentran en suelos de arenas y gravas sobre fondo de arcilla. Únicamente aquí podíamos encontrar un suelo ideal para que las cepas, con la ayuda del aire, la lluvia y el sol, consiguieran aromas y matices exquisitos en los granos de la uva tinta de Toro”, apuntan.

Los diferentes majuelos difieren en su antigüedad y, así, la uva de plantaciones de 15 a 30 años se destinan al Rejadorada Roble, entre 30 y 60 años para el Novellum, 60 años para Antona García, más de 70 para Sango y entre 80 y 105 años para el Bravo.

Al llegar la uva a bodega, se inspecciona con un criterio riguroso. “Tras haber obtenido exactamente los granos que necesitamos, la uva pasa a los depósitos de fermentación”, recalcan. Durante los primeros cuatro o cinco días, se someten a una maceración en frío con doble remontado del mosto, que fermentará con levaduras autóctonas de la propia bodega. Este vino flor, obtenido por sangrado, se microoxigena antes de la fermentación maloláctica, con el fin de estabilizar el color y conseguir el afinamiento aromático que busca Chencho. El objetivo es “que los vinos presenten las mínimas variaciones año tras año”. Una meta que parece cumplida a pesar de la evolución de la enología y del cambio de timonel en la bodega.

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