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La austeridad castellana de la Pasión

Por Javier Burrieza (historiador, Universidad de Valladolid)

Cuando despunta la primavera en las tierras de Castilla y de León, mientras se anuncia la vida y la luz del sol comienza a crecer, el alma de sus habitantes se abre para celebrar sus fiestas mayores en torno a la Pasión. Sin duda, son tradiciones seculares cargadas de historia, cultura, arte y sobre todo, religiosidad y devoción. La Semana Santa, en estas tierras, también se vio beneficiada por la existencia de una escuela escultórica clásica y propia para la elaboración de los pasos procesionales: la que conocemos con el nombre de Escuela Castellana. Aquellos pasos no son únicamente cuadros de una catequesis visual, sino el retrato de una época y, sobre todo, de un carácter austero, así como de la espiritualidad de sus gentes.

Javier Burrieza
Javier Burrieza

Entre rigores medievales y esplendores barrocos

Su historia comenzó desde los rigores de la Baja Edad Media, con el impulso de las órdenes mendicantes, las cuales custodiaban las devociones a las reliquias de la Pasión de Cristo —especialmente a la Vera Cruz—. Precisamente, en sus conventos nacieron las primeras cofradías penitenciales. La fascinación que existía por estos rigores, por la palabra predicada de frailes de tanto prestigio como el que será san Vicente Ferrer, se verá acompañada de las labores asistenciales a los marginados y por las compañías de flagelantes, antecedentes de los hermanos de sangre. Nacerán las cofradías de la Vera Cruz que, en casi todos los lugares eran las más antiguas, seguidas de las de la Pasión, Quinta Angustia o Angustias, Jesús Nazareno o Piedad. Se dotaban de reglas y estatutos, que les obligaban a labores de caridad y a salir a la calle con procesión solemne, portando los misterios de la Pasión, escenas teatralizadas convertidas en madera policromada, nacidas de los talleres profesionales de los grandes imagineros. La proyección social de las cofradías se extendía a los hospitales, enfermos, ajusticiados e incluso, en Salamanca, a las imprentas, Contaban además con sus festividades de gloria, en las que se sumaban elementos religiosos y profanos.

Cofradías que asumirán comportamientos urbanos como la apariencia, abandonando los principios originales de sus trabajos. Los ilustrados los van a criticar por ello, proponiendo medidas intervencionistas que incidieron más en su proceso de decadencia. El obispo de Zamora, Antonio Jorge Galván, cuestionará estas formas de disciplina. Así, valiéndose de las disposiciones gubernamentales, prohibió el ejercicio de la disciplina pública. La decadencia se agudizó a lo largo del siglo XIX, con la construcción de una sociedad burguesa y el desarrollo de un proceso de secularización. De esta manera fueron incidiendo la exclaustración, desamortización, hasta que llegaron deseos de reestructurar procesiones y fundar nuevas cofradías, acompañadas por los nuevos imagineros que trabajaron en Zamora o por arzobispos como Remigio Gandásegui en Valladolid, cuando comenzó el renacimiento de esa Semana Santa, dentro de su estrategia de recristianización y presencia en la calle de las fuerzas confesionales. Tras el paréntesis de la II República, la nueva sacralización de los comportamientos condujo a una nueva edad de oro.

Después, una mala interpretación del Concilio Vaticano II, que produjo en algunos el cuestionamiento de ciertas formas de la religiosidad popular, supuso un aparente alejamiento del clero con los cofrades. La crisis en el número de ‘hermanos’ se solventó con la incorporación y participación con plenitud de derechos de las mujeres dentro de las hermandades. Se sumaban otras perspectivas a la celebración de las procesiones —con apoyo institucional a través de su proyección turística—, aspectos que bien equilibrados no tenían por qué infravalorar su importancia espiritual.

Los grandes momentos

La imagen de la Semana Santa en Castilla y León es la del Merlú y el Barandales zamoranos. El primero con su toque de corneta convoca a los cinco mil cofrades de Jesús Nazareno. Su referencia temporal primera se databa en 1693, cuando una persona anunciaba el comienzo de la procesión. En 1767 apareció ya en los estatutos de la cofradía, la pareja de una corneta y un tambor llamando a los hermanos cofrades al sermón y procesión, señalando las paradas o fondos de la misma. El Barandales anuncia con dos esquilas el comienzo de algunas procesiones, con túnicas y esquilas diferentes, dependiendo de las hermandades. Esquilas que también se tocaban para convocar a otros actos. Su caracterización, hoy, es aplicable a toda la Semana Santa de Zamora y no a una cofradía en concreto.

Pero los grandes momentos se suceden en el juramento de Silencio ante el Cristo de las Injurias; en el canto del Miserere en la Plaza de Viriato ante el Yacente de Gregorio Fernández o mientras se interpreta la marcha fúnebre Thalberg y sale de la iglesia de San Juan el paso Camino del Calvario, llamado el Cinco de copas por la disposición de sus tallas, semejante a la del naipe.

También se llamaba a los papones del Dulce Nombre de Jesús Nazareno a través de la esquila, el clarín y el tambor, pues éstos eran los sones que acompañaban a un ajusticiado. Es la Ronda de los cofrades desde la plaza de San Marcelo, con las palabras: “Levantaos hermanitos de Jesús, que ya es hora”. Se visita a las instituciones de la ciudad y a las siete y media de la mañana, la cofradía parte de la iglesia de Santa Nonia con trece pasos. A las nueve se escenifica el encuentro de Jesús con su Madre, camino del Calvario, en la Plaza Mayor.

Conocida como ‘La Lágrima’, desde fecha no determinada se interpretaba la marcha fúnebre del general O’Donnell en la entrada y salida de los Pasos grandes de Medina de Rioseco, los conocidos como ‘Longinos’ o el traspaso del costado de Jesús por el centurión a caballo y la ‘Escalera’ o el ‘Descendimiento’. Estos se han convertido en los sones propios de la llamada Ciudad de los Almirantes, el himno para la Semana Santa de Medina de Rioseco, junto con el tapetán y el pardal.

En el amanecer del Viernes Santo vallisoletano, los cofrades de a caballo de las Siete Palabras recorren los espacios más importantes y dispares de la ciudad, con su cortejo, para anunciar con “licencia del Reverendísmo prelado que al mediodía de aquel Viernes de la Cruz, ante las autoridades locales, cofradías penitenciales y pueblo fiel” un sacerdote predicará sobre las últimas palabras que “Cristo, nuestro bien, dijo desde la cruz”. En el pregón se incluye un bello soneto donde se glosa el momento que se va a representar a las doce del mediodía, delante de un paso monumental donde se representa a Cristo entre los ladrones. Un acto único en el mundo que se ha convertido en la imagen más internacional de la Pasión de la ciudad del Pisuerga, junto con su procesión general.

Las devociones del pueblo

La Semana Santa de Castilla y León no es solamente la de sus localidades con mayor prestigio. En Lerma, por ejemplo, la Pasión viviente trascurre en la tarde del Jueves Santo por las calles de la villa ducal. El Viernes Santo la escenificación se traslada a Covarrubias. El fuego es el protagonista en Sotillo de la Ribera (también en Burgos), donde a través de quince hogueras se rememoran las negaciones de Pedro. En Villavicencio de los Caballeros (Valladolid), la Orden Tercera de San Francisco representa “a lo vivo” el descendimiento del Cristo articulado, continuando con una procesión por las calles. El desenclavo no es único en Villavicencio, sino que también tiene lugar en Salamanca y en Nava del Rey. En Palencia, el Martes Santo, dos de sus cofradías escenifican el Prendimiento con la talla de Jesús de Medinaceli, sin olvidar otro sonido inconfundible, el Tararú.

Los hermanos de la Cruz, en Bercianos de Aliste (Zamora), visten su mortaja, con túnica y caperuza romo de hilo blanco, con zapatillas y medias de igual color. Otros hombres visten con las capas alistanas, que también protagonizan otra procesión en la capital conocida como ‘la de las capas’. En La Alberca salmantina, el popular Juita es una talla grotesca y barroca de un soldado que tira con una soga del cuello del Nazareno.

En Ledesma se repite la tradición de velar a los santos. Todas las cofradías de Segovia participan en la “procesión de los pasos”. En Burgos, buena parte de las devociones se reúnen en el Jesús atado a la columna de Diego de Siloé. En Ávila, el fuego de las antorchas ilumina al Cristo de las Batallas. Los cofrades de la Vera Cruz de Ágreda, en la provincia de Soria, visten a la usanza del reinado de Felipe IV, el monarca que mantuvo una relación epistolar con la monja concepcionista, sor María de Jesús. Por eso, se la conoce como la procesión de los ‘felipecuartos’. Tanto en la localidad burgalesa de Aranda de Duero como en la vallisoletana Peñafiel, ambas importantes villas de la Ribera del Duero, la Bajada del Ángel se convierte en una escena aislada de un auto de Pasión y sobre todo de la Resurrección de Cristo. Con él, se anuncia la vida. La primavera ha comenzado en las tierras de Castilla y León.

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