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Dos estampas del Burgos republicano

Alberto de Miguel Pliego
Escritor y guionista

En el verano del 14 (no el de la Gran Guerra, claro, sino el –dicho así menos evocador– verano de 2014), después de uno de aquellos primeros viajes a la busca de historias burgalesas en el Valle de Tobalina –tan parecido a un enorme jardín secreto, como si Dios acabara de ponerlo sobre la Tierra–, una confusión en el horario de autobuses me llevó inesperadamente a Miranda de Ebro. Tenía que llenar varias horas hasta la salida del autobús de vuelta a Burgos; de sobra para empezar con un café y un paseo por la calle principal, casi para mí solo tan temprano en la mañana.

Mientras tomaba el café, intercambié mensajes con un amigo de la Escuela de Cine, uno de los tíos a los que más admiro, el único que sabía entonces de estos viajes provincianos, y que desde el primer momento me animó a llevar un diario o cuaderno de campo con las impresiones de los lugares y las gentes que me contaran las historias. Él andaba con labores de investigación para un guión de encargo; el primero de nuestra promoción que trabajaba “en el oficio”.

Y, espoleado por su ejemplo, decidí seguirle, como un hermano pequeño, aprovechando las horas por delante para hacer una investigación propia.

IMG_20170521_114259Conocía la tradición de Miranda como un bastión de la República, rodeado de legiones romanas por las cuatro esquinas burgalesas, y fui al local de Información al Turista para preguntar algo que, según los oídos que lo recibieran, podría sonar casi a cachondeo: “¿Hay aquí algún centro republicano?”.

Por suerte, el responsable de Turismo se lo tomó como yo pretendía, y, aunque no existiera tal centro, me enseñó algo que dijo podría interesarme: un album de fotos de la pequeña biblioteca sita en una de las salas. En él se conservaban muchas instantáneas de la historia mirandesa: dos en particular de cuando la República. La primera era de una gran manifestación por el paseo principal –abarrotado, tan distinto a como lo acababa de ver, y bautizado en la época, ¡ah!, “Avenida del 14 de Abril”–, en la primavera de 1931. ¡Cómo tuvo que sonar entonces el Himno de Riego!

En la otra, aparecía un hombre en su taller de sastre. Porque no hubiera nadie más pidiendo información, o porque disfrutara con el tema tanto como yo, el responsable del local se entretuvo en contarme la vida del retratado: aquel era Emiliano Bajo Iglesias, el último alcalde republicano, de los de don Manuel Azaña.

Iglesia_del_Espiritu_Santo_3Yo tenía más presente que nunca aquello de “escribe de lo que sabes”, recién terminado el primer curso de Guión, y lo que sabía era que no tenía la edad, la capacidad, ni –eso que suena tan bien– el pulso narrativo para contar aquella historia, pero me puse a fantasear sobre la estupenda película que hubiera podido escribir Rafael Azcona con los fragmentos más llamativos de la vida del alcalde. Como delataba la fotografía, Bajo Iglesias era un político que trabajaba, quiero decir, que tenía oficio propio –además de una amplia cultura autodidacta–, de modo que su labor en el Ayuntamiento respondería a lo tan cierto de que la política es una pasión o no es nada.

Antes de que estallara la guerra, en mayo del 36, el hijo de un rival político llegó hasta su taller con el encargo de confeccionar una americana, y, mientras don Emiliano se volvía para anotar las medidas, el joven le clavó un cuchillo en la espalda; ataque al que, milagrosamente, el alcalde sobrevivió.

Y, el 19 de julio, las legiones romanas en cuerpo de las fuerzas sublevadas se abalanzaron sobre Miranda, la republicana, que resistió cuanto pudo, defendiendo a tiros el puente sobre el Ebro que daba entrada a la ciudad. Chicos de 20 años, mi edad al escuchar la historia, se lanzaron al río para salvar la vida cuando la Guardia Civil a caballo venció sus resistencias. ¡Qué sensación brutal la de imaginarme en aquel escenario a los veinte años! Si ya me resultaría imposible darle forma de guión, poner todo aquello sobre el papel sin que salieran únicamente estereotipos, ¡cómo hubiera sido vivirlo! El estar rodeados de compañeros con una edad y la defensa de una causa comunes, aunque les dio la unión, no pudo darles la fuerza para hacer frente a lo que se había desatado.

 El alcalde Bajo Iglesias fue derrotado con los suyos, como uno más, y trasladado a la Prisión Central de Burgos. En la casilla de “antecedentes” en su ficha, se escribió a mano: “ninguno”.

Interrumpió el relato un nuevo mensaje al móvil. Me hizo ilusión porque imaginé quién lo enviaba, pero esperé hasta que el responsable de Información al Turista terminara lo que quedaba por contar (el triste fusilamiento del alcalde, la caza en el río de los muchachos derrotados…) y me llevé el cuadernillo no poco abultado. Me quedaba también dar una última vuelta a lo mochilero por la ciudad, ahora que las calles tenían la huella de personajes recién descubiertos: el contraste entre el paseo principal, remozado, como un trasunto joven del Espolón, y el tiempo acumulado en la plaza del Ayuntamiento y sus callejas laterales.

castillo_mirandaYa en la estación, abrí el mensaje. “Tío, han cancelado el proyecto. ¡Después de tanta investigación!”. Era una cabronada, quería que él supiera que me importaba, y le dije que había hecho un buen trabajo, que el barco no se hundía por su culpa. (Por algo le salió poco después otro guión que sí vio la luz.) “Tendré que conformarme con un humilde bote salvavidas…¡Habrá que seguir! ¿Tú qué tal el cuaderno de campo?”.

 Le respondí que no me podía quejar.

* * *

¿A qué espectro político cree el lector que perteneció el hombre que dijo las siguientes palabras?: “Otra vez, señores, el ferrocarril en peligro, otra vez los intereses nacionales burlados, otra vez la fortaleza de empresas privadas venciendo y hollando los esfuerzos desinteresados de quienes solo buscan un mejoramiento patrio (…) Es labor nuestra impedir que puedan triunfar torpes maniobras de empresa privada, en oposición a intereses nacionales que todos, como ciudadanos, estamos obligados a servir”.

¿Un discípulo del viejo Pablo Iglesias, un agente estalinista en tierras castellanas, un populista fuera de la realidad?

Parecía una apuesta segura, pero alguno se hubiera quedado con los bolsillos vacíos:

Lo dijo un miembro del Partido Republicano Conservador.

Descubrí estas palabras entre las páginas de “Castilla Industrial y Agrícola”, una de aquellas publicaciones irrepetibles, con fotografías en color sepia y amplitud para albergar distintas ideologías que aparecieron en el quinquenio republicano. Su autor, el abogado Luis García y García Lozano, defendía aquí con vehemencia la necesidad del ferrocarril directo Madrid-Burgos, que el ministro de la época despachó por considerarlo “antieconómico”.

Burgos, casco antiguo, catedral y castillo, firma Santiago EscribanoMucho se ha tenido que fallar el tiro para que hoy resulte sorprendente que un hombre de la derecha defendiera el bien común frente a intereses privados, y no menos cuando también parece insólita su matización sobre los objetivos de la revista en artículos posteriores: “En estos estudios de tipo económico no podemos olvidar las artes, la literatura, la historia castellana, pues todo es hoy necesario para comprenderla mejor; no en balde dice, prologando La España del Cid, su autor, el maestro D. Ramón Menéndez Pidal: “La vida del Cid tiene una especial oportunidad ahora, en esta época de desaliento entre nosotros, en que el escepticismo ahoga los sentimientos de solidaridad y la insolidaridad alimenta el escepticismo. Contra esta debilidad actual del espíritu colectivo pudieran servir de reacción todos los grandes recuerdos históricos que más nos hacen intimar con la esencia del pueblo a que pertenecemos y que más pueden robustecer aquella trabazón de los espíritus –el alma colectiva– inspiradora de la cohesión social…”.

Como seguir por aquí tendría varios peligros: contagiarme de la retórica de Menéndez Pidal, ser acusado de defender que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, o, ¡quita!, meterme en el jardín de nuestra política actual, atajo y voy al grano: me interesa mucho la figura de Luis García Lozano, el último alcalde republicano de Burgos, porque tiene un misterio, porque nunca podré conocer las verdaderas razones que le llevaron, del 18 al 19 de julio, a traicionar a la República y apoyar incondicionalmente al bando nacional. (Qué distintos actitud y destino al otro alcalde, el de Miranda de Ebro…En principio).

Pensándolo de forma novelera, lo veía como un Jekyll y Mr. Hyde, no podía ser un cambio de chaqueta repentino en alguien que había escrito artículos con altura de miras y al que se conocía como republicano desde mucho antes de 1931; republicano católico, lo que no le impidió apoyar las leyes laicas del Divorcio o la separación de Iglesia y Estado; republicano conservador, pero que votó a favor de cambiar el nombre de la calle de la Merced por el de Pablo Iglesias.

¿Estas posiciones pudieron esfumarse de la noche a la mañana, como en el caso de tantos oportunistas de la CEDA? ¿El que fuese contrario al Frente Popular le permitió apoyar, sin una previa y tremenda lucha con su conciencia, el terror de la Nueva España? (Aunque al día siguiente del Golpe de Estado renunció por carta a la alcaldía, fue confirmado en el cargo por el General Dávila, máximo responsable de los sublevados en Burgos).

IMG_5792Hubiera querido hablar sobre todas las contradicciones que daban forma al misterio del alcalde con alguien especializado en el tema y la época, alguien que incluso hubiese podido conocer a García Lozano en su vejez y al que confesara (siempre con la vena novelera a cuestas) unas palabras secretas de arrepentimiento…

Bien. Pues, en la presentación de una novela ambientada en el Burgos de 1939, un gran estudioso e historiador burgalés que acompañaba al autor intervino con un discurso muy combativo, anti sin matices, donde lo bueno y lo malo parecían separados por una raya fosforescente. Cuando no encuentro lugar para la duda es como si respirara en una habitación con el aire viciado, me retraigo, vuelven miedos de cuando niño, y pensé que nunca podría hablar con aquel consolidado historiador sobre García Lozano. ¡Incluso me sentí culpable por tener interés en el personaje!

Hasta que llegó el turno del autor, quien, con su sonrisa tolerante miró hacia su amigo y dijo: “No hay buenos y malos”, trayendo a colación, de entre toda la galería de figuras históricas que habitaban su novela, ¡precisamente!, al alcalde del misterio: se refirió a García Lozano como “derecha ilustrada” casado en primeras nupcias con una mejicana, viajó con su segunda esposa por varios países de América y la Europa devastada–, una derecha que también acabaría conociendo la represión.

Mientras le escuchaba, esa palabra que contenía tantas cosas gratas, ilustrada, deshizo toda culpa, queriendo solo saber más sobre la complejidad de nuestra maldita guerra: sí, a pesar de haber permanecido en el puesto durante los meses más crueles de 1936, llegado diciembre de aquel año, la suerte del alcalde cambió por completo. Apareció por la ciudad un escrito, con la autoría de un prestigioso abogado y catedrático de instituto, nada sospechoso de rojismo, en el que se oponía a la expulsión de otros compañeros del Colegio de Abogados de Burgos, acusados de actitudes contrarias al Movimiento Nacional, y de colaboración con el “gobierno marxista de Madrid”.Guardia Mora Laín Calvo

El célebre abogado votó en contra de la expulsión porque el Colegio de Abogados era y debía ser apolítico; porque a los acusados tenían que ofrecérseles medios para demostrar su inocencia y, en caso de ser sancionados, siempre sobre hechos concretos. “Garantías procesales que son de derecho natural”, resumía el escrito.

El señor García Lozano hace suyas las precedentes manifestaciones”.

Ahí estaba. Cuando ya parecía que sus viejas posiciones hubieran sido un espejismo, llegó un acto de apoyo como para recuperar la honradez y ética perdidas. Aquella última línea le costó el puesto de alcalde, que lo sometieran a juicio sumarísimo y Consejo de Guerra, que lo encerraran en una celda de aislamiento en el mismo Penal donde mal sobrevivían tantos a los que había traicionado desde el 19 de julio. La actitud ambigua que siguió manteniendo en adelante, no le facilitó la reconciliación con las nuevas autoridades, porque el bando nacional no entendía de derecho natural, ni de adhesiones que no fuesen incondicionales.

Cuando salió de la cárcel, y después de pagar una multa desorbitada junto con su compañero abogado, también expurgado, se recomendó a García Lozano que abandonase Burgos y se instalase en Madrid.

Murió en la capital en 1979.

 


Imagen principal: tropas de Caballería cruzan el puente de San Pablo, en la ciudad de Burgos, a finales del siglo XIX.
[Imagen perteneciente al fondo del fotógrafo Isidro Gil Gavilondo]

Fotografías: Cristina S. Ulloa, Santiago Escribano y Ricardo Ortega

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