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El duque de Lerma y Valladolid. Una historia de amor (y dinero)

La ciudad del Pisuerga acogió la Corte española durante cinco años, periodo en el que nacieron un futuro rey (Felipe IV) y una reina de Francia (Ana de Austria). Fue Francisco Sandoval, duque de Lerma, quien decidió el traslado de la capitalidad, en una operación motivada por el interés político y, sobre todo, económico

Ricardo Ortega

Las calles y callejuelas de Valladolid guardan en su memoria buen número de acontecimientos históricos y anécdotas menores, pero jugosas, muchas veces relacionadas con el breve periodo (de 1601 a 1606) en que la ciudad acogió a la Corte española.

Contar dentro de sus límites con los miembros de la familia real y con las instituciones vinculadas a ella no era en absoluto una cuestión baladí: en ese periodo la ciudad del Pisuerga pasó de 30.000 habitantes a más de 70.000.

En ese censo ampliado se puede destacar a conocidos personajes, como el imaginero Gregorio Fernández, los escritores Francisco de Quevedo y Luis de Góngora, el pintor Pedro Pablo Rubens o un tipo misterioso y de vida errante, casi aventurera, llamado Miguel de Cervantes. Este, por cierto, vio publicada la primera parte del Quijote mientras residía junto al cauce del río Esgueva, a un tiro de piedra del actual Campo Grande.

Valladolid a finales del siglo XVI

También fijaron su residencia en la ciudad el general Ambrosio Spínola y el líder irlandés Red Hugh O’Donnell, cuyos restos aún se buscan en lo que fue el convento de San Francisco, junto a la actual Plaza Mayor.

¿Quién fue el responsable de trasladar la Corte hasta esta ciudad rodeada por cerros y pinares, en la última ocasión en que la capital se atrevió a salir de Madrid?

No fue otro que Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, conocido de forma breve como Francisco de Sandoval y Rojas, y de forma más breve aún por uno de sus títulos: el duque de Lerma.

Aunque pasó penurias en su juventud, Francisco acumuló poder y riqueza a lo largo de su vida. Fue marqués de Denia, Sumiller de Corps, Caballerizo Mayor, valido de Felipe III, conde de Ampudia y, en un triple salto mortal, cardenal.

Nació en Tordesillas en 1553 y fue educado en la corte de Felipe II. Andados los años, sería el hombre más cercano a Felipe III, el rey que llevó la monarquía hispánica a su máxima expansión territorial.

Edificio en Valladolid que recibe el nombre de Duque de Lerma.

El duque, hoy apenas recordado en la ciudad con el nombre de una pequeña calle y con una torre emblemática junto al Pisuerga, hizo una jugada maestra, digna del mismísimo Nicolás de Maquiavelo, y llevó la Corte a Valladolid. En concreto, al Palacio de los Condes de Benavente, que después sería orfanato y hoy acoge la Biblioteca Pública de Castilla y León.

Como dato destacado, en este palacio nació Ana de Austria, que sería reina de Francia y madre de Luis XIV, el rey Sol. El público la recuerda, más que nada, porque su honor debía ser protegido en la archiconocida novela ‘Los tres mosqueteros’, de Alejandro Dumas.

Con el traslado de la Corte, el duque de Lerma alejaba a Felipe III de la influencia de su tía, la emperatriz María de Austria, por entonces recluida en el madrileño convento de las Descalzas Reales. Pero el motivo más importante, al decir de los historiadores, siempre malpensados, residía en el auténtico ‘pelotazo’ inmobiliario que dio el protagonista de estas líneas.

El duque compró numerosas propiedades en Valladolid pocos meses antes del traslado de la Corte que él mismo decidiría, para después revenderlas y obtener pingües beneficios. Sin ir más lejos, en la actual plaza de San Pablo compró un palacio a Francisco de los Cobos, inmueble que después vendió al monarca y que fue convertido en Palacio Real. Allí nació otro soberano, el futuro Felipe IV, y allí pasaron temporadas personajes tan relevantes como la mística Teresa de Jesús (unas tres décadas antes de esta historia) o el mismísimo Napoleón, un par de siglos después.

Palacio Real. Firma G. Villar

Francisco también especuló al otro lado del río. Hablamos de una zona de huertos y jardines entonces despoblada, que acabó en manos de Felipe III. Allí construiría el Palacio de la Ribera, cuyas ruinas son aún visitables, además de un parque y cazadero real. Es el barrio de Huerta del Rey, que ya en el siglo XX se convertiría en el primer barrio residencial de la ciudad.

El Ayuntamiento entregó el terreno al monarca, quien añadió algunas propiedades adquiridas al duque de Lerma: una finca contigua que contaba con una infraestructura para extraer agua del Pisuerga (el ingenio de Zubiaurre) y una fuente. Palacio y finca sirvieron de escenario para las fiestas y correrías del monarca, que continuaron incluso ya con la corte de vuelta en Madrid. Entre otras piezas, cazaba conejos, venados y jabalíes.

No es de extrañar que el duque pudiera hacer y deshacer a su antojo. Su poder fue inmenso: llegó a manejar el sello real como Sumiller de Corps, controló el reino y tomó él solo todas las decisiones políticas entre 1599 y 1618.

Muchas fueron de gran trascendencia, como la paz con los Países Bajos, y otras nos retuercen las tripas si las contemplamos con la óptica actual, como la expulsión de los moriscos.

Pero a veces la alegría dura poco. La reina Margarita, esposa de Felipe III, no era partidaria de los abusos e influencia del duque de Lerma. Tampoco el conde-duque de Olivares, que acabará siendo valido de Felipe IV.

Hay quien habla de conspiración, más que de castigo a la corrupción. El caso es que hubo una investigación que fue descubriendo el entramado de corrupción e irregularidades. Empezaron a caer implicados, entre otros la mano derecha del duque, Rodrigo Calderón de Aranda, conocido como ‘el valido del valido’. Fue ejecutado en la plaza Mayor de Madrid en 1621.

Ante los acontecimientos, el duque diseña una estrategia para salvar su vida: solicita de Roma el capelo cardenalicio, que se le concede en 1618, atendiendo a que los cargos religiosos no podían ser ejecutados. De este modo corrió por Madrid una coplilla popular: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado». Falleció en Valladolid siete años después, retirado de la vida pública.


Qué fue de…

Madrid

Con la salida de la Corte, la ciudad del Manzanares había pasado de 80.000 a 23.000 habitantes. Devaluado su potencial inmobiliario, el duque de Lerma adquirió diversas propiedades, que revendió pocos años después, cuando había regresado la Corte y los precios habían vuelto a subir. Volvía a hacer la jugada, pero en dirección opuesta. Hoy Madrid cuenta con 3,3 millones de habitantes y es la segunda ciudad más poblada de la Unión Europea.

Restos del Palacio de la Ribera de Valladolid. Foto de Rodelar

El Palacio de la Ribera

Fue progresivamente abandonado y en 1761 pasó a formar parte del patrimonio perdido de Valladolid. Aún hoy se conservan algunas ruinas del edificio, a la sombra de grandes bloques de pisos y en competición con los aparcamientos subterráneos. Se puede observar una gran pared de sillería y una estancia construida en ladrillo, decorada con azulejos y que contaba con una fuente.

El deterioro del palacio fue tal que en 1761 se permitió desmantelarlo. Sus piedras se utilizaron en otros edificios, como en las remodelaciones del Palacio Real.

Huerta del Rey

La monarquía española terminó por aburrirse del Palacio Real y del conjunto de jardines, 48 hectáreas en total. El Real Patrimonio vendió el suelo en 1865 y fue al final del franquismo cuando nació el actual barrio residencial, enmarcado por el Canal de Castilla, el barrio de Girón y el de Villa del Prado.

Los primeros habitantes llegaron en 1972, muchos de ellos en el seno de cooperativas de profesionales (como profesores o abogados) que promovían sus propias viviendas. Hoy cuenta con más de 15.000 habitantes.

Retrato de Felipe III

Los Austrias

La dinastía de los Habsburgo reinó en España durante los siglos XVI y XVII. Los llamados Austrias mayores (Carlos I y Felipe II) dieron paso a los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), que coincidieron con lo mejor del Siglo de Oro.

Pero curiosamente la grandeza de un país se suele medir en función de la evolución de los mapas, no por el auge cultural o el bienestar de los súbditos, de modo que aún se habla de los años de “decadencia española”.

La Guerra de Sucesión (1701-1713) arruinó un poco más al país y llevó a sustituir a los Austrias por un apellido que nos resulta aún más familiar, el de los Borbones.

El Pisuerga a su paso por Valladolid

Valladolid

La capitalidad volvió a Madrid en 1606, ya de manera definitiva, lo que libró a la ciudad de los atascos monumentales, de la elevada contaminación y de los domingos de fútbol en el Santiago Bernabéu.

Sin embargo, en términos demográficos se inició un largo periodo de decadencia. El número de habitantes cayó desde los 70.000 en 1606 hasta un mínimo de 18.000, cuarenta años después.

Esa depresión solo se mitigó en parte a partir de 1670, con la implantación de talleres textiles, y se superó en 1856 con la llegada del ferrocarril. Valladolid no recuperó los 70.000 habitantes hasta el año 1900.

 

La hectárea en la que cabe un imperio

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