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Hemingway, un premio Nobel en la Sierra de Gredos

La fauna, la flora, el folclore y la gastronomía de la Sierra de Gredos calaron hondo en los gustos de uno de los genios de la literatura universal. Gran vividor y observador del mundo, Ernest Hemingway disfrutó en El Barco de Ávila de dos de sus pasiones, la pesca y los toros. Los tesoros descubiertos fueron plasmados en muchas de las obras de quien recibiría el Nobel de Literatura en 1954

Texto y fotos: Raúl G. Leralta

Escribir sobre Ernest Hemingway, hablar de su vida, de su muerte, y de su obra, implica entrar en el abismo de la genialidad, de la originalidad y, no podemos obviarlo, de la locura. Supone recorrer los mundos de un entusiasta, mujeriego, polifacético, viajero, aficionado a la bebida, aventurero, taurino, pescador, y sobre todo brillante escritor, que tuvimos la suerte de acoger en diferentes épocas de su vida en nuestro país.

Durante los meses de mayo y junio de 1931, el genial escritor disfrutó de dos meses de estancia en El Barco de Ávila
Durante los meses de mayo y junio de 1931, el genial escritor disfrutó de dos meses de estancia en El Barco de Ávila

Con poco más de 19 años y como conductor de ambulancias de la Cruz Roja en la Primera Guerra Mundial, formando parte del frente italiano (al parecer un problema en su ojo izquierdo fue lo que le impidió ser combatiente), conoció de primera mano los avatares de la guerra, que abandonó al ser gravemente herido, y cuyas vivencias desembocaron en su obra ‘Adiós a las armas’.

Allí, en el frente italiano, conoció al escritor Francis Scott Fitzgerald, considerado uno de los mejores autores norteamericanos del siglo XX. Después de la guerra y la vuelta a casa, se afincó en París, con su primera esposa, y ejerció como corresponsal de un periódico canadiense, el ‘Toronto Star’. Fue esta una época de bohemia y glamur que le permitió codearse con diversos escritores americanos miembros de la llamada Generación Perdida, entre los que destacó por afinidad y amistad John Dos Passos.

Ambos, Dos Passos y Scott Fitzgerald, fueron testigos en diferentes ocasiones, y el hecho está incluso documentado en cartas, de la especial relación sentimental y pasión del escritor por nuestro país, nuestra cultura y costumbres.
Antes y después: cuatro esposas y tres hijos, ejerció de reportero de guerra: vivió la Guerra Civil Española, la Guerra Greco-Turca, el desembarco de Normandía, la Liberación de París, viajes a África, retiros a su natal Estados Unidos y a su amada Cuba, pasión por navegar en barco por el mar Caribe, galardonado con el premio Pulitzer por su novela ‘El viejo y el mar’ (1953), y con el premio Nobel por su trayectoria profesional en 1954, concedido literalmente “por su maestría en el arte de la narrativa (…) y por su influencia en el estilo contemporáneo…”. Hemingway

En definitiva, 62 años de intensa vida desde su natal Oak Park, en Illinois, al fatal Ketchum de Idaho donde se suicidó y está enterrado.

En medio de este periplo, durante los meses de mayo y junio de 1931, el genial escritor disfrutó de dos meses de estancia en un precioso pueblo de la provincia de Ávila, en la cara norte de la Sierra de Gredos: El Barco de Ávila.

Escenario para un gran vividor

No cabe duda de que estas tierras abulenses destacadas por su fauna, su flora, sus paisajes, sus cauces fluviales, su gastronomía y su folclore calaron hondo en los particulares gustos de uno de los genios de la literatura mundial, gran vividor y observador que disfrutó en El Barco de Ávila, entre otras, de dos de sus pasiones, la pesca y los toros, posteriormente plasmadas en muchas de sus obras.

La localidad serrana fue fuente de inspiración para escribir ‘Muerte en la tarde’.

Estas vacaciones en El Barco de Ávila y su comarca, en la época en la que estaba documentándose para escribir ‘Muerte en la tarde’, probablemente atraído por el clima del final de la primavera, la hospitalidad, la tranquilidad y la gastronomía local, y especialmente por su afición a la pesca y el reclamo de las codiciadas truchas de este rincón al sur del Duero, marcaron notablemente a Hemingway. De ello dio fe en cartas, conversaciones y en algunas de sus principales novelas.

En la obra ‘Muerte en la tarde’ el autor menciona la arcilla roja de la plaza de toros de El Barco de Ávila
En la obra ‘Muerte en la tarde’ el autor menciona la arcilla roja de la plaza de toros de El Barco de Ávila

En la mencionada ‘Muerte en la tarde’, publicada en 1932 y que versa sobre la tauromaquia, el valor y el miedo, en su capítulo XX seña guir que este libro fuera realmente un libro, habría procurado que lo contuviese todo (…) y habrían hecho falta (…) las calles recién regadas al sol, y los melones y las gotas de sudor frías de los ‘barros’ de cerveza, y las cigüeñas, en las casas de Barco de Ávila y esas mismas cigüeñas, girando en el cielo, el color de arcilla roja de la plaza y, por la noche, el baile con el pífano y el tamborilero, y las luces a través de la hojarasca verde, y el retrato de Garibaldi enmarcado de hojas…”.

El descubrimiento de la cigüeña

Además de los gatos, las cigüeñas son uno de los animales que fascinaban a Ernest. Comentó en más de una ocasión que fue en El Barco de Ávila la primera vez que vio una cigüeña, y hablaba de la singularidad del ave. De hecho, aparece en algún escrito remitido a su última esposa.

Respecto a la arcilla roja que menciona, no cabe duda de que se refería, no a la aportalada y empedrada Plaza Mayor de la villa castellana, sino a la plaza de toros de El Barco de Ávila, ‘la Dama taurina del Tormes’, y a la roja tierra arcillosa de su albero.

Además, si bien pífanos y tambores más tendrían que ver con marchas militares que con bailes nocturnos, es muy probable que el Nobel estadounidense disfrutara a la luz de la luna en estas tierras abulenses de jotas castellanas, charradas o entradillas interpretadas con dulzaina y, como bien dice en la novela, con redobles de tamborilero.

El charco de Las Paredes, en Navacepeda de Tormes, y las truchas de la garganta de Barbellido se encuentran entre los motivos que atrajeron a Ernest Hemingway a estas tierras
El charco de Las Paredes, en Navacepeda de Tormes, y las truchas de la garganta de Barbellido se encuentran entre los motivos que atrajeron a Ernest Hemingway a estas tierras

No es la única vez que aparece el nombre del pueblo en la obra del autor. Anselmo es natural de El Barco de Ávila, y es uno de los personajes trascendentales de la novela ‘Por quién doblan las campanas’, ambientada en España, en un entorno montañoso del Sistema Central. La obra nos cuenta los entresijos de un episodio de la ofensiva de Segovia durante la Guerra Civil.

Este personaje barcense es definido en la novela como un hombre sensato, de campo, humilde, y en palabras del artificiero protagonista Robert Jordan, como un viejo honrado y franco, con un habla sin afectación, que incluso destacaba, comparándola, con “la fingida elegancia del anglosajón o la bravuconería del mediterráneo”.

Cuando Hemingway escribe sobre el republicano Anselmo, no solo comenta que es oriundo de este pueblo ribereño, sino que deja constancia de sus dotes venatorias cazando animales que claramente pertenecen a la fauna local. Además, en el mismo pasaje de la novela nos menciona otro elemento clave que identifica a Hemingway con estas tierras serranas: la pata de oso.

Recoge literalmente la novela:

“—dijo Anselmo—. En mi casa, cuando yo tenía casa, porque ahora no tengo casa, había colmillos de jabalíes que yo había matado en el monte. Había pieles de lobo que había matado yo. Los había matado en el invierno, dándoles caza entre la nieve. Una vez maté uno muy grande en las afueras del pueblo, cuando volvía a mi casa, una noche del mes de noviembre. Había cuatro pieles de lobo en el suelo de mi casa. Estaban muy gastadas de tanto pisarlas, pero eran pieles de lobo. Había cornamentas de ciervo que había cazado yo en los altos de la sierra y había un águila disecada por un disecador de Ávila, con las alas extendidas y los ojos amarillentos, tan verdaderos como si fueran los ojos de un águila viva. Era una cosa muy hermosa de ver, y me gustaba mucho mirarla.
—Lo creo —dijo Jordan.
—En la puerta de la iglesia de mi pueblo había una pata de oso que maté yo en primavera —prosiguió Anselmo—. Lo encontré en un monte, entre la nieve, dando vueltas a un leño con esa misma pata.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace seis años. Y cada vez que yo veía la pata, que era como la mano de un hombre, aunque con aquellas uñas largas, disecada y clavada en la puerta de la iglesia, me gustaba mucho verla”.

Un pasaje de ‘Por quién doblan las campanas’ nos menciona un elemento clave que identifica a Hemingway con estas tierras serranas: ‘La pata de oso’ (imagen de la izquierda), ubicada en la puerta de la iglesia de Navacepeda de Tormes
Un pasaje de ‘Por quién doblan las campanas’ nos menciona un elemento clave que identifica a Hemingway con estas tierras serranas: ‘La pata de oso’, ubicada en la puerta de la iglesia de Navacepeda de Tormes.

Dicha pata del oso no se encuentra realmente en la puerta de la iglesia de El Barco de Ávila, sino que la garra, con más de cuatro siglos de antigüedad, aún puede observarse clavada y protegida por una pantalla de metacrilato en las puertas de madera de la iglesia de San Juan Bautista de Navacepeda de Tormes, lugar que probablemente visitó Hemingway en una de sus excursiones fluviales en busca de las preciosas truchas de la garganta de Barbellido.

Y es que la pasión por la pesca es otro de los rasgos significativos del autor, y como podemos imaginar quienes hemos leído sus libros, fueron las truchas del río Tormes y sus afluentes otro de los motivos que acercaron a Hemingway a la majestuosa y escarpada Sierra de Gredos.

En esta estancia de 1931, desde El Barco de Ávila escribió el Nobel a su amigo John Dos Passos, y en la carta al autor de ‘Manhattan Transfer’ le exponía “El Barco de Ávila es un pueblo maravilloso…”, además de comentarle que sería un buen lugar para comprarse una casa y vivir para siempre.

Ya en la década de los 50 existe constancia de otra carta enviada al reputado crítico de arte Bernard Berenson con el siguiente comentario: “Procedo de El Barco de Ávila, Cooke City, Montana, Oak Park, Illinois, Key West, Florida, Finca Vigía, Cuba, el Véneto, Mantua, Madrid…”. Como se ve, el genial escritor mencionaba este singular pueblo abulense el primero en la lista de los doce lugares que le marcaron en su vida.

Es conocida la afición que tenía el Nobel a la pesca; Hemingway descubrió que el río Tormes y sus afluentes son un paraíso de la pesca fluvial
Es conocida la afición que tenía el Nobel a la pesca; Hemingway descubrió que el río Tormes y sus afluentes son un paraíso de la pesca fluvial.

Más de 80 años después de la visita de este artista universal, El Barco de Ávila y su comarca aún gozan de muchos de los alicientes que hicieron atractivo el territorio para el premio Nobel: el visitante puede deleitarse con las cumbres nevadas del Almanzor o La Galana, disfrutar de la diversidad paisajística y de muestras de flora local como el piornal en flor o las extensas masas de robledal, recrearse en el fluir de las aguas frías y cristalinas del Tormes y sus gargantas, de su patrimonio cultural -material e inmaterial- custodiado y preservado de generación en generación. Y como no podía ser de otra forma, saborear comidas tradicionales de una gastronomía autóctona basada en el producto local, en la que destacan dos platos que con toda seguridad degustó Ernest Hemingway en estas tierras: las judías del Barco y la ternera de Ávila.

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