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No hay museo si no hay un visitante que lo visite

miguel-garcia-marbanMiguel García Marbán
Director del Museo de San Francisco. Medina de Rioseco

Las sombras inundan la antigua iglesia conventual de San Francisco. El grupo de visitantes avanza por las primeras capillas del lado del Evangelio atentos a las explicaciones de fray León de Villanueva a través de un guion sonoro. La luz va iluminando los espacios descubriendo las obras de arte. En el presbiterio, la atención se centra en las orantes de Cristóbal de Andino y las esculturas en barro cocido de Juan de Juni.

En la memoria está aquel lejano 1537 cuando Fadrique II Enríquez de Velasco, cuarto Almirante de Castilla, mora en su palacio de Medina de Rioseco donde se ha hecho rodear de todo un séquito de humanistas. A pocos meses del fin de sus días busca el recogimiento que no ha tenido en su azarosa vida. Atrás queda su viaje con la princesa Juana para cumplir su matrimonio con Felipe el Hermoso o la imposición del Toisón de Oro por el emperador Carlos V en el coro de la catedral de Barcelona. Pocos meses después, en enero de 1538, el Almirante recibirá sepultura en la iglesia del convento de San Francisco, que él mismo fundara y levantara como lugar de enterramiento para él y su descendencia.

Ahora un museo permite el instante, casi mágico, de unir los tiempos. Cerca de 500 años después, aquel centenario convento se convierte en un espacio para la cultura y el turismo con el que se persiguen fundamentalmente los objetivos de descubrir la antigua iglesia conventual de San Francisco como un elemento fundamental del patrimonio de Medina de Rioseco; de mostrar, conservar y difundir una colección de importantes piezas de arte pertenecientes a las diferentes iglesias riosecanas, en especial de la propia iglesia franciscana, y de crear un nuevo recurso turístico que sirva como elemento de dinamización y desarrollo local y comarcal.

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Un museo tiene la misión de poner en valor las obras de arte para disfrute cultural de los ciudadanos. Por eso el visitante tiene que saber y comprender que él es la última causa de aquella exposición museográfica. De la misma forma que no existe un libro si no hay un lector que lo lea, no hay museo si no hay un visitante que lo visite. Esa puesta en valor conlleva su conservación adecuada, con las pertinentes medidas preventivas, con el fin de que las generaciones venideras puedan seguir disfrutando de las obras que el museo custodia.

Un museo es, ante todo, un lugar para la cultura, pero también para la creación de cultura. Por eso, junto a las vistas habituales, se hace necesario un programa cultural con exposiciones temporales con temáticas específicas, publicaciones, conferencias o visitas especiales. Un apartado especial merece la relación del museo con los centros escolares con un programa educativo que profundice en la sensibilización por lo que supone un museo como espacio de belleza, de cultura, de historia, de arte o de tradiciones, entre algunas de las posibilidades que los múltiples tipos de museo y otros espacios expositivos ofrecen.

rioseco-san-francisco-5No cabe duda de que la llegada de visitantes al museo da lugar a la actividad turística y, con ella, al desarrollo económico de las localidades en las que se encuentra la instalación museográfica, pero también a la necesaria financiación de los gastos del museo. No es de extrañar que desde los museos se organicen diferentes tipos de eventos que atraigan a los visitantes. En este sentido, el Museo de San Francisco organiza desde hace un año Medianoche en el convento, una iniciativa en la que la cena en alguno de los restaurantes de la localidad da paso a una visita teatralizada con música en directo.

Mientras tanto el grupo de visitantes continúa su visita por el museo. Una mujer se detiene frente a la escultura en barro de San Jerónimo de Juan de Juni. Mientras atiende a las explicaciones del guion sonoro sobre su relación plástica con el Laocoonte y sus hijos, acierta a saber que está viviendo una experiencia única. Sus ojos se posan en las formas perfectas de la escultura.

Ya son más de cuatro siglos los que la obra de arte ha recibido miles de miradas y, sin embargo, ella lo hace por primera vez, con todo lo que tiene lo primigenio, en un valor único, con la emoción del que sabe haber encontrado un escondido tesoro. Entonces será inevitable el diálogo en el tiempo, las palabras del silencio. Será el momento también de comprender que la cultura no es un gasto, es una inversión.

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Es posible que los primeros museos de la historia fueran aquellas cuevas en las que nuestros antecesores pintaron en las paredes bisontes, caballos, ciervos, manos, figuras humanas y extraños símbolos. Más allá de las numerosas teorías interpretativas, nunca sabremos los verdaderos motivos por los que fueron pintados. Aquellas escenas de caza ponían en valor esa actividad como algo de gran importancia para aquellas lejanas sociedades.

Miles de años después el hombre sigue poniendo en valor, en museos y otros tipos de centros, todos aquellos objetos y prácticas que tienen una importancia cultural para su sociedad, para saber quién es, para comprender la utilidad de lo inútil de la que habla Nuccio Ordine, porque “existen saberes que son fines por sí mismos y que (precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial) pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad”.

Foto principal: Visitantes al Museo de San Francisco, en Medina de Rioseco. Fotografía Fernando Fradejas.
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