Nació en algún punto de la Ribera «a finales de la Edad Media» y recibe cientos de visitantes al año en el salón de su casa. La divulgación de la música tradicional es la forma de vida que escogió Paco Díez y su visión del medio rural, una guía para navegar en un mundo descreído
Ricardo Ortega
La música es un instrumento para comunicarnos, pero también para conocer nuestras raíces y para convertirnos en ciudadanos del mundo. De ahí la importancia de figuras como la de Paco Díez, un músico viajero que es sobre todo un divulgador, un folclorista, aunque se defina a sí mismo, modesto, como “un fiel observador de la realidad etnográfica”. En sus desplazamientos por el mundo -solo le quedan por hollar las islas de Oceanía- ha tomado contacto con las expresiones culturales y musicales ancestrales, con lo que ha sido testigo de unas sociedades acosadas por lo que convencionalmente llamamos civilización. También es conocedor de los efectos que dejaron sobre comunidades humanas antiquísimas experimentos como la Revolución Cultural que sacudió China en los años 60.
Con más de 3.000 conciertos a sus espaldas y una vastísima colección de instrumentos tradicionales ibéricos, que se pueden conocer en el aula-museo que dirige en Mucientes (Valladolid), y de acciones como los conciertos didácticos que ofrece para centros educativos, asociaciones y pequeñas localidades, Paco rechaza ser “un mesías” y se esfuerza por evitar obsesiones como la recuperación de instrumentos y canciones. Después de mucho pelear, sacó la conclusión de que “no vale la pena lo que se hace a base de dinero pero sin poner el alma en ello”.
El Aula-Museo Paco Díez cuenta con dos salas para la exposición de instrumentos ibéricos, otra más con una colección de instrumentos europeos, un salón de actos con capacidad para cien personas y un auditorio exterior con capacidad similar, rodeado por el huerto ecológico atendido por el propio Paco. El conjunto se apoya en un lienzo de la antigua muralla de Mucientes, datado en el siglo XIII, y está rodeado por un enjambre de bodegas tradicionales, cuyas chimeneas parecen formar un colosal instrumento de viento; como si fuera el padre de las gaitas o cornamusas que luce el interior del museo.
La elección de Mucientes como sede física de este proyecto fue tomada a medias con su mujer y compañera de fatigas, María José. “El aula-museo podría estar en la ciudad y recibir más visitas, pero está donde debe estar; soy del pueblo, de la tierra, y lo quiero seguir siendo”. Además, el hecho de que su domicilio esté junto al museo “hace que quien nos visita entre algo así como al salón de mi casa; así es como lo sentimos”. Porque Paco tiene sus raíces en el medio rural. Nació en Piñel de Abajo, en la Ribera del Duero, “a finales de la Edad Media”, en momentos en los que aún pervivían ritos, tradiciones ancestrales.
Visto desde la perspectiva actual, “tuve la suerte de ver cosas que un chico de ahora no podría”. Con un abuelo paterno “fiel observador de la realidad” y una madre muy cantarina, que le obsequiaba con romances, Paco nació con un don especial para la música. De hecho, este filólogo de formación se define como autodidacta en lo que a la música se refiere. También en lo relativo al canto. Para él, la voz humana es “el instrumento más perfecto jamás creado y al que el resto de instrumentos externos pretenden -sin conseguirlo- imitar”.
La visita al aula-museo ofrece un viaje por el mundo, pero sobre todo por el tiempo, y permite adentrarse en el ADN mismo de los españoles. Los principales aportes de lo que somos se los debemos a las culturas romana y árabe. Evidentemente, “hay gente que no quiere verlo, pero cada uno se empobrece como quiere”. Es, para Paco, “a lo que estamos habituados, en un tiempo en el que aparece demasiado frecuentemente el que dice lo que sabe y no sabe lo que dice”. Podemos seguir tirando del hilo de los prejuicios, y nos topamos con la herencia hebrea.
“Lo judío influyó menos en los niveles populares porque estaba muy encerrado en las aljamas, pero hay estudios que dicen que entre un 18 y un 20% de los españoles tienen la huella genética hebrea”, subraya. La impronta cultural está ahí, desde el elemento musical, que él recuerda de forma permanente, hasta el gastronómico. De lo contrario, ¿cómo es que nuestras abuelas hacían el cocido con falda de cordero, como la adafina de los judíos, “aunque luego se le añadiera cerdo por justificar la pureza de sangre o la conversión?”.
¿Hay esperanza para la cultura tradicional?
Para el músico, estamos en un tiempo en el que las expresiones culturales “se ven reemplazadas por la discomovida y por la Castilla Rociera, a veces con apoyo institucional, que es el mayor de los ridículos”. “¿Quieres hacer una fiesta con caballistas? ¿Con un atavío? Vístete de castellano. ¿No tenemos caballos? Los mejores. Pues no. Tiene que ser El Rocío”, lamenta. De hecho, se da la paradoja de que el aula de Mucientes “recibe más jóvenes de EEUU que de España o de Castilla y León”, una de las consecuencias de la archiconocida, y lamentada, falta de identidad de la región, “una comunidad grande y poco habitada, es cierto, pero con una riqueza histórica impresionante”.
Por eso, Paco defiende que educadores y padres deberían llevar a los más pequeños “a muchos de nuestros pueblos que aún preservan ricas expresiones tradicionales de música y danza”. “¿Pero cómo le va a gustar a un niño algo que desconoce?”, recalca. En ocasiones, los pequeños que asisten a sus conciertos conocen por primera vez la dulzaina, “el oboe tradicional más perfeccionado del mundo”. “Si no les damos a conocer esas manifestaciones, ¿cómo hacemos para que les gusten y no caigan en el ‘lolaileo’ o en Estopa?”.