El Museo de las Villas Romanas de Almenara-Puras ofrece una de las visiones más completas sobre la sociedad latina que se pueden encontrar en España.
Los restos de una mansión del siglo IV están flanqueados por un completo centro de interpretación y por la reproducción, a tamaño real, de una villa similar a la que se levantaba allí mismo hace más de quince siglos. Un viaje en el tiempo que no se pueden perder los más pequeños
Ricardo Ortega
Las aguas del río Adaja garantizan la fertilidad del pago de la Calzadilla, una terraza de arboleda y suelo agrícola situada en el extremo sur de la provincia de Valladolid. Las cualidades de esa finca natural ya fueron detectadas hace 2.000 años por sus pobladores, y desde entonces el terreno ha visto alterada su configuración merced a la actividad agraria.
No es de extrañar que en el siglo III de nuestra era el lugar fuera escogido para levantar una villa, como los romanos denominaban a las residencias rurales en torno a las que se organizaba una explotación agrícola y ganadera. Desaparecido el complejo, un siglo después se construyó el que hoy podemos llamar -generosamente- definitivo, por mucho que la crisis del Imperio y el inclemente paso del tiempo llevara al conjunto de edificios a derrumbarse y desaparecer bajo un espeso manto de tierra.
Han pasado muchos años y se han sucedido los hallazgos e investigaciones, el compromiso de entidades como la Universidad o la Diputación de Valladolid, y hoy domina el paisaje el conjunto museístico formado por el Museo de las Villas Romanas y la Villa Romana de Almenara-Puras, que recibe su nombre de los dos términos municipales que confluyen en este complejo, declarado Bien de Interés Cultural en 1994.
El museo es un completo centro de interpretación que analiza la economía romana y, de forma singular, el papel desempeñado por las villas una vez que el mundo urbano entró en crisis. Para ello se apoya en todo tipo de material audiovisual y en la riqueza del material arqueológico recuperado del yacimiento, desde elementos de construcción hasta las piezas y ornamentos que forman parte del ajuar doméstico.
Entre los elementos expuestos destaca una maqueta que representa la antigua villa, en la que pueden verse todos los aposentos con el alzado de paredes, columnas y bóvedas. Como ayuda didáctica el museo ofrece en su salón de actos un audiovisual sobre la Hispania romana, el siglo IV y la decadencia del Imperio.
Al terminar el recorrido por el museo cruzamos una puerta y nos topamos, en un hallazgo que sorprende, con el inmenso espacio de la antigua villa, de la que se conserva el suelo de pasillos, patios y habitaciones. En el yacimiento se aprecia una intensa tarea de excavación y consolidación de estructuras, protegidas de la intemperie gracias a un amplio montaje de materiales ligeros y un diseño vanguardista. Esa labor es la que ha permitido que el visitante casi camine por los mismos pasillos que en su día recorrieron los señores de la casa y sus invitados, los colonos de la explotación y los esclavos.
Llama la atención el buen estado que todavía presentan elementos como el hipocausto (el sistema de calefacción que nuestros abuelos llamarían ‘gloria’ siglos más tarde) o el conjunto de termas, pero sobre todo el impresionante conjunto de mosaicos que puebla la vivienda, que suma 400 metros cuadrados. Casi todos están perfectamente conservados y los temas que desarrollan son comunes a los hallados en otras villas, sobre todo los motivos geométricos. El conjunto incluye desde los diseños sencillos situados en los espacios comunes hasta los más elegantes, como el encargado para el salón de la vivienda, con el caballo Pegaso como protagonista.
Las termas y el estatus social
La casa tiene una extensión de 2.500 metros cuadrados que se articulan en torno a dos patios con columnas o peristilo; en el terreno de alrededor había otras estancias para criados y colonos, además de los edificios propios de una granja. La planta está distribuida en dos zonas bien diferenciadas, una para la familia y otra para invitados, visitas sociales o de negocios. Las termas se hallan al oeste y definen claramente el alto estatus que ocupaba el dueño de la casa.
Uno de los elementos más singulares vinculados al MVR, y que hacen del conjunto uno de los más completos de cuantos pueden visitarse en España, se levanta a escasos metros de la estructura del museo y el yacimiento arqueológico: la reproducción a tamaño natural de una villa para poder contemplar cómo sería el edificio del que hoy apenas se conservan los suelos y el comienzo de los muros. Las distintas estancias se articulan alrededor de un patio con columnas y todas ellas están equipadas con muebles y objetos que imitan los que llenaban las viviendas en aquellos tiempos. La forma más amena de conocerla es por medio de la visita teatralizada, durante la que el público se involucra en una disparatada historia en torno a la preparación de una fiesta romana. Una ocasión que los más pequeños no olvidarán.