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San Salvador de Oña, uno de los cenobios cruciales para el Reino de Castilla

A caballo entre las comarcas de La Bureba y Las Merindades se encuentra Oña, cuyo caserío está presidido por el Monasterio de San Salvador de Oña, sin duda alguna el principal hito monumental de este pequeño pueblo y uno de los más importantes de la provincia.

Desde sus orígenes este cenobio, uno de los más influyentes del reino de Castilla, estuvo fuertemente vinculado a la realeza castellana, concretamente desde el año 1011, momento en que se lleva a cabo su fundación por el conde castellano Sancho García y su esposa Urraca Gómez. Levantado como lugar de enterramiento para sus benefactores, contó entre sus abadesas con Oneca, hermana del fundador y con Trigidia o Tigridia, hija de los condes.

El paso de los siglos ha dejado su huella en el monasterio en forma de diferentes estilos como el románico, el mudéjar, el gótico, el barroco, el renacentista o el herreriano, algo que también podemos ver en las obras que en su interior se guardan.

Monasterio de grandísimas dimensiones, en el exterior destaca la imponente fachada de estilo renacentista levantada en el siglo XVII y adornada con estatuas de los condes y reyes fundadores, así como con heráldica de los cuatro reinos y la fachada de su Iglesia Abacial. Aquí sobresale el pórtico con su imposta ajedrezada y su arco de medio punto trenzado, recuerdo de sus orígenes románicos, estilo arquitectónico que también se puede ver en algunos capiteles y en dos ventanas situadas en la fachada occidental.

La bóveda está decorada con frescos hispanoflamencos realizados por Fray Alonso de Zamora en el siglo XV y una puerta gótico-mudéjar de Fray Pedro de Valladolid da acceso al interior del templo. Una vez aquí, además de la Iglesia Abacial con los panteones real y condal es posible visitar la Sacristía Museo, la Sala Capitular y el Claustro gótico flamígero.

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La IGLESIA ABACIAL que impresiona por sus proporciones, 83 metros de largo, 20 de ancho y 18 de alto, da cobijo a un importante catálogo de obras de arte como son cuatro retablos de los siglos XVII y XVIII dedicados a San Froilán, Santa Gertrudis, Santa Tigridia y San Benito y que se encuentran cerrados por una reja del siglo XVI; un fresco de estilo gótico lineal de la primera mitad del siglo XIV que narra la vida de Santa María Egipciana en perfecto estado de conservación y ubicado en el muro de la epístola; el Cristo de Santa Tigridia de finales del siglo XII y de transición al gótico; en el crucero el grandioso órgano barroco del año 1786 obra del riojano Francisco Antonio de Santa Catalina que impresiona con sus más de 1.100 tubos, el antiguo retablo de Santa Catalina de finales del siglo XV que comparte capilla con unas tablas hispano flamencas de Juan Sánchez o la magnífica sillería gótica del coro fechada en el siglo XV.

Pero todavía queda lo mejor para el final. Después de deleitarnos con todas las maravillas hasta ahora vistas llegamos a la Capilla Mayor, sin duda alguna el mayor tesoro que esconde este templo y presidida por un gran retablo barroco y por la capilla de San Iñigo en la que se guardan los restos del santo abad. Estamos ante una atrevida y a la vez impresionante bóveda timbrada por el escudo de armas del rey Sancho II el Fuerte, ideada por Juan de Colonia y llevada a cabo por Francisco Díez de Presencio en el año 1450 para lo que fue necesario acometer una importante remodelación en la que se transformó el primitivo ábside románico.

Este espacio, sin duda alguna el más rico y relevante del Monasterio de San Salvador, se completa con los ocho ataúdes y dos baldaquinos del Panteón Real y Condal. Obra única del arte funerario europeo de estilo gótico mudéjar y tallado por los mismos monjes de la abadía, aquí encontraron reposo los restos de dos Condes de Castilla, don Sancho García y su hijo García Sánchez; así como el rey de Castilla don Sancho II el Fuerte, el rey de Navarra don Sancho el Mayor y su mujer la reina doña Mayor. Sin olvidarnos de los infantes Alfonso y Enrique, hijos de Sancho IV el Bravo; don García, hijo de Alfonso VII el Emperador y doña Urraca, esposa del fundador de la abadía.

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La Capilla Mayor, decorada por las que podrían ser las primeras pinturas hispano flamencas burgalesas realizadas sobre sarga y no sobre tabla por el benedictino Fray Alonso de Zamora y con la Pasión de Cristo como tema central, dan forma junto con el de la Catedral de Burgos al foco más activo de pintura de la provincia en la época, haciendo aún más impresionante esta parte del templo.

La Iglesia Abacial es cada mes de agosto el escenario privilegiado donde se representa El Cronicón de Oña que forma parte de la Asociación Española de Fiestas y Recreaciones Históricas. Esta representación, basada en hechos históricos rigurosamente documentados, narra diferentes sucesos que dieron lugar al nacimiento del Reino de Castilla, hasta llegar al momento de la fundación del monasterio y por la que transitan diferentes personajes históricos, algunos de los cuales encontraron merecido descanso tras su muerte en el panteón del templo. Esta fiesta tiene más merito si cabe por el hecho de que todo el trabajo, confección de los trajes, fabricación de armas e interpretación de cada uno de los papeles, corre a cargo de los vecinos de Oña.

Siguiendo con la línea de monumentalidad de este templo nos encontramos con la SACRISTÍA, una dependencia herreriana construida a finales del s.XVI y que en la actualidad alberga un interesante museo. Presidida por un retablo que, debido a su exuberante decoración, podríamos enmarcarlo dentro del estilo rococó, sobresaliendo varias pinturas con temáticas relacionadas con la hagiografía y la vida de la Virgen. Pero por encima de todo hay que destacar objetos que pertenecieron a los nobles enterrados en el monasterio, como las mortajas del conde Sancho García tejidas en seda, lino e hilo de oro en época califal entre los años 929 y 939 y la del infante don García de Castilla elaborada en Almería en el primer tercio del siglo XII.

La colección museística se completa con el Cristo que portaba en vida Santa Tigrida del s. XI, un magnífico busto sepulcral de don Pedro López de Mendoza esculpido en alabastro en el s.XVI y tres vitrinas con arquetas musulmanas y diferentes piezas de orfebrería de épocas posteriores, siglos XVIII y XIX.

La siguiente dependencia monástica que es posible visitar es la SALA CAPITULAR. Románica en sus orígenes, de este estilo solo se conservan los arcos de medio punto decorados con puntas de diamante en sus aristas y capiteles con decoración zoomorfa y cuyo valor se ve aumentado por conservar gran parte de la policromía original. A esto hay que añadir restos de otra arquería, la del refectorio, que conserva una rica decoración que ilustra escenas de la Última Cena. En la actualidad se ha convertido en Museo Románico y en el que se exponen diversas piezas de gran valor histórico como una estela romana del siglo I.

Poco se conoce del original CLAUSTRO románico de San Salvador de Oña, pues el que ha llegado hasta nuestros días es fruto de la iniciativa llevada a cabo por el abad Fray Andrés Gutiérrez en el s. XV y encargada a Simón de Colonia. Del románico se pasó al gótico flamígero con cubierta de bóvedas de crucería más propia del estilo constructivo de la época, dotándolo de una exuberante decoración. En este espacio monacal son destacables un total de siete sepulcros, sobresaliendo el de don Pedro González Manso construido en el año 1534 por Felipe Vigarny y donde se conserva una interesante reja románica, así como una imagen de Santa María de Oña a la dedicó unas cántigas Alfonso X el Sabio en recuerdo de una visita que realizó al monasterio en su niñez.


Reportaje gráfico: Cardinalia Comunicación

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