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Simancas, memoria del mundo

Ricardo Ortega

La blancura de la piedra caliza es inconfundible en la red de castillos que cose la provincia de Valladolid. Cada uno de ellos permite identificar el cerro o la población en la que se asienta, aunque hay un ejemplo cuya fama ha recorrido tantas veces el mundo que ha terminado por cobrar fama universal.

Fortaleza árabe desde tiempo inmemorial, reconstruido por la familia Enríquez en el siglo XV y convertido por Carlos I en fondo documental de la Corona castellana, la importancia del Archivo General de Simancas es global desde hace cinco siglos para historiadores e investigadores de numerosas disciplinas. Para la provincia de Valladolid, y sobre todo para los vecinos de Simancas, este conjunto en el que piedra y cultura forman una unidad es sencillamente el Archivo.

La localidad tiene en él a su mejor embajador. Castillo imponente que saluda a quienes viajan por la autovía A-62, también permite a científicos de todo el mundo localizar en el mapa esta población de algo más de 5.000 habitantes. Forma parte del alma simanquina; ha contribuido a forjar el carácter local, y por ello los vecinos lo sienten como propio. Recuerda la directora del Archivo, Julia Rodríguez, que todos los vecinos han tenido acceso a este templo del saber a través de diferentes iniciativas. Incluso los escolares de Simancas “tuvieron bula” para conocerlo cuando la falta de espacio impedía visitar el centro.

Fue el emperador Carlos I quien, en 1540, dio la orden “definitiva y eficaz” para la creación de un archivo que centralizara los documentos que se repartían entre monasterios, fortalezas, secretarios y tesoreros. Pero será su hijo, Felipe II, “consciente de la importancia de un archivo real sólido para el gobierno de un imperio vasto y complejo, quien dará el salto cualitativo que transforme el castillo en el gran archivo de gobierno de la Monarquía”, recuerda Rodríguez, quien destaca el diseño encargado a Juan de Herrera y la constitución de unas normas de funcionamiento “coherentes y modernas” para una corona con vocación de imperio.

Así pasó la monarquía a contar con un archivo pionero en la definición archivística y también una institución de carácter universal, por el contenido de sus fondos. A lo largo del tiempo sufrió segregaciones. La inicial fue producto de la política ilustrada y del afán de Carlos III por reunir en un único lugar toda la documentación relativa a las Indias, dividida entre Sevilla y Simancas. De esta forma se creaba a fines del siglo XVIII, en Sevilla, el Archivo de Indias sobre un magnífico edificio, obra también de Juan de Herrera.

¿Por qué en Simancas? En 1540, cuando Carlos I decide crear y dar carácter estable al archivo real, la Corte no tenía sede fija. Era itinerante, si bien en la primera mitad del siglo XVI Valladolid fue casi sede permanente de la Corte. La proximidad a Valladolid fue un hecho decisivo en la elección de la fortaleza de Simancas. A ello se unía la existencia en la ciudad de la Chancillería, máximo órgano de administración de justicia de la mitad norte de España.

Pero este hecho relevante para la localidad cambiará de signo cuando Felipe II decida fijar la Corte en Madrid, en 1561. Parece contradictorio que un archivo que iba a ser un instrumento eficaz de gobierno para la Monarquía estuviera tan distante de la sede del poder.

Hubo voces que aconsejaron al rey un cambio de ubicación en Madrid o aledaños. Pero Felipe II fue tajante en su deseo de permanencia en Simancas. Posiblemente no quería desdibujar la obra de su padre. “A lo largo del tiempo la distancia motivó idas y venidas de papeles y, probablemente, la permanencia definitiva de fondos documentales en Madrid que nunca vinieron al lugar que les correspondía. No favoreció la lejanía al conjunto del archivo”, analiza Julia Rodríguez.
A mediados del siglo XIX el Archivo cambia de naturaleza, deja de recibir remesas documentales y pasa de ser un archivo vivo y administrativo a un archivo histórico.

En el siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, el Archivo de Simancas comienza a recibir una muy notable afluencia de investigadores, que no hará más que crecer. Para dar satisfacción a esta demanda, algunos espacios antes destinados a depósitos documentales comenzaron a cumplir el doble objetivo de depósito y sala de consulta, transgrediendo los principios archivísticos tan bien formulados en el siglo XVI.

Para restablecer la coherencia archivística y adaptar el emblemático edificio a las necesidades actuales, entre 2000 y 2007 se realiza la intervención Integral que hace más funcional la entidad. “La adecuación de un nuevo depósito documental conforme a las tecnologías y exigencias actuales, la adecuación de espacios más amigables y un desarrollo más eficaz de los distintos servicios fueron los objetivos”, dice la directora. También facilitar el libre acceso en un circuito cultural nuevo, que permite al gran público el conocimiento de esta joya arquitectónica.

Su principal función es hoy garantizar la óptima conservación de sus fondos, que constituyen un patrimonio documental universal al servicio de todos los ciudadanos. Las tareas de implican tanto actividades de conservación preventiva, donde las condiciones del edificio son fundamentales, como curativas; de ahí que las instalaciones cuenten con un taller de restauración. “La benignidad del clima, la permanencia de los fondos en un único depósito desde hace siglos y las características del edificio han favorecido una óptima conservación de los documentos”, subraya la directora.

Pero el equipo del Archivo también se dedica a la sistemática descripción de sus fondos documentales para ofrecer mejor información a los investigadores, bien presencialmente, bien de forma telemática. De hecho, cada vez se desarrolla una actividad más intensa de digitalización como medio de protección.

En los últimos años también queda tiempo para la difusión cultural en todas sus variantes, como atestigua buen número de exposiciones, conciertos, congresos, presentaciones, mesas redondas y representaciones teatrales.
Hoy el acceso a las instalaciones es libre. Solo se requiere la correcta identificación del usuario con el DNI. “Ya no existen las cartas de presentación que antes se exigían”, recuerda Julia Rodríguez, que defiende el vínculo afectivo entre la localidad y su castillo. “El Archivo es y será siempre Simancas”, remacha.

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