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Visitando en Toro a doña Teresa Gil, rica-hembra de Castilla

Numerosos beneficios nos proporciona una edición de Las Edades del Hombre, en este caso en la ciudad de Toro, no solo en la propia sucesión de capítulos de la muestra sino también por la oportunidad de encontrar en la localidad anfitriona aquel patrimonio hacia el cual nos sentimos ignorantes pero deseosos de conocer. Como vallisoletano, mi visita a Toro también debe estar marcada por un saludo de cortesía hacia una dama del siglo XIII bien conocida en mi ciudad: doña Teresa Gil, la cual da nombre a una céntrica calle de la ciudad del Pisuerga
Javier Burrieza. Historiador
Universidad de Valladolid

Como núcleo bien establecido en la vieja Castilla, los templos y los conventos de Toro han invadido el urbanismo de la población que también era levítica. No podían dejar de estar, por ejemplo, las hijas de Santa Clara, en su Real Monasterio entre la iglesia de San Julián de los Caballeros y el convento de San José. Estas clarisas fueron fundadas por la hija primogénita de Alfonso el Sabio, doña Berenguela -bautizada como su bisabuela, la reina de Castilla-.

Retrato de Teresa Gil como abadesa de las Huelgas Reales de Valladolid¡Qué bello resulta denominar a unas monjas con la advocación de su convento! Las ‘sofías’ habitan este monasterio de las canónigas norbertinas premostratenses. Pero tampoco la reforma carmelitana descalza de Teresa de Jesús podía faltar en esta ciudad, a pesar de no haber pisado en ella la monja abulense, pues este convento se encuentra entre aquellas interesantes fundaciones de la primera generación posteresiana (1619).

Sin embargo, para mi visita a Teresa Gil, tendré que buscar la calle Virgen del Canto y alcanzar la casa que tuvo entre sus prioridades esta dama portuguesa desde 1307. Es el Real Monasterio del Sancti Spiritus de monjas dominicas. Muchas serán las posibilidades que aportará a nuestro conocimiento. Aquí se encuentra el Museo de Arte Sacro de la ciudad de Toro, donde contemplamos una magnífica colección de sargas del siglo XVI, con escenas de la Pasión de Cristo, ya presentes en otras ediciones de la exposición de Las Edades.

La fundación se remonta a los deseos expuestos por Teresa Gil en su testamento otorgado en Valladolid, un 16 de diciembre de 1307, aunque antes había manifestado sus deseos: “todas las cosas que fincaren de lo mio de mueble o de heredat, mándolas para fazer un monasterio a onra e a servicio de mio señor Jesucristo”.

Esta dama portuguesa había estado perfectamente establecida en la turbulenta corona de Castilla del siglo XIII. Su nacimiento debió ocurrir alrededor de 1255, con un padre que ejercía cargos de importancia y con el que pudo pasar a Castilla alrededor de 1264, además de disponer de un hermano convertido en consejero de confianza del Rey Sabio. Había manifestado su deseo de abrir una casa encomendada a la Orden de Predicadores en sus monjas. Inicialmente, habría de tener la advocación de San Salvador, aunque después tornó en la de Sancti Spiritus.

sarcófago de Teresa Gil en el Real Monasterio de Sancti Spiritu de ToroLa construcción se desarrolló gracias a los impulsos del rey-niño Alfonso XI, el cual gobernaba bajo la tutoría de su abuela María de Molina, una interesante coetánea de Teresa Gil en aquella Castilla. Según la última biografía de Teresa Gil, escrita por el doctor José de Castro, fue precisamente María de Molina la que realizó la elección del lugar para establecer este monasterio.

Espacio de eternidad

La primera piedra se situó en 1316 aunque doña Teresa murió alrededor de 1312. Como las obras no finalizaron hasta 1345 en la iglesia y coro, su cuerpo había sido sepultado en la iglesia zamorana de Santo Domingo. Otras mujeres buscaron también este espacio de enterramiento. Una de ellas era la esposa de Juan I de Castilla, la reina Beatriz de Portugal; además de la nieta de Alfonso XI, Leonor Sánchez de Castilla.

En realidad, la trayectoria de este monasterio nunca estuvo ajena a los privilegios y favores concedidos por la corona. Incluso, Isabel y Fernando atendieron los “daños que dicho monasterio recibió cuando estuvo el adversario de Portugal en la ciudad de Toro a causa de los movimientos acaecidos en nuestros regnos”. Se trataba de la guerra civil e internacional de sucesión que aconteció en Castilla tras la muerte de Enrique IV.

Generoso uso, por tanto, de sus bienes hizo doña Teresa, tan bien relacionada con las coronas portuguesa y castellana. En el coro podremos encontrar su sepulcro. Naturalmente, no habremos de contemplar su cuerpo momificado pero sí conocer el estudio científico realizado sobre él. Aunque fue profanado durante la revolución liberal de 1868 -cuando las monjas tuvieron que abandonar la casa- y robadas algunas de sus joyas, no sufrió deterioro destacado. La edad de la muerte se puede fijar entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años, con una altura que no debía superar el metro sesenta centímetros.

La causa de su muerte no fue crónica sino aguda. Estaba amortajada, según Amalia Descalzo, con las “únicas piezas de indumentaria femenina del siglo XIV que se conservan en España”. En aquel testamento dictado en 1307, Teresa Gil, la portuguesa de nación, vecina de Valladolid, que se quedó a morar para la eternidad en Toro, demostraba su espíritu de generosidad y de relaciones sociales para su tiempo. Bien vale una visita para la ocasión… en su homenaje.

 

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