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Reivindicada por los liberales, por el feminismo y por Franco: así es la huella de Isabel la Católica en el siglo XXI

Castilla y León alberga los principales escenarios de la vida de Isabel la Católica, una mujer luchadora que forjó su propio destino. Rechazó matrimonios de conveniencia y fue tal su fuerza de voluntad que su impronta sigue viva en la España del siglo XXI
Ricardo Ortega

De ella se ha dicho que fue una mujer esforzada, prudentísima, devota, sabia, discreta, casta, cristianísima, inteligente y sin engaño. Parcialmente relegada su figura por los contemporáneos que la sobrevivieron, reivindicada por los liberales y ensalzada por el franquismo, desde 1958 permanece abierta la causa para su canonización.

Aunque este cúmulo de adjetivos y reivindicaciones puede parecer hiperbólico, hoy podríamos decir -con la distancia a la que nos obligan el tiempo transcurrido y el rigor periodístico- que Isabel I de Castilla fue una mujer de personalidad más que notable, que fue capaz de trazar su propio camino pese a las dificultades colosales con las que se topó y que su paso por este mundo dejó una impronta de tal magnitud que condicionó la configuración de lo que hoy conocemos como España.

Ya han pasado diez años desde que RTVE emitiera la serie ‘Isabel’, que volvió a poner de actualidad a la reina de Castilla, pero siempre será un buen momento para recordar su figura. Especialmente desde una comunidad como Castilla y León, donde se encuentran los principales escenarios de su vida.

De Madrigal de las Altas Torres a Arévalo, para terminar sus días en Medina del Campo, con alguna parada en la ciudad de Valladolid; nada menos que para contraer matrimonio con Fernando de Aragón, un contrato que supuso una verdadera piedra miliar en el camino que llevaría a la génesis de la nación española.

Escudos de Isabel y Fernando en el acceso a la muralla de Ávila.
Escudos de Isabel (las flechas) y Fernando (el yugo) en el acceso a la muralla de Ávila.
Un baño de realidad

Repasar la vida de Isabel nos ayuda un poco a entender lo que somos, pero también supone un baño de realidad: el actual Estado español es la suma de las coronas de Castilla y Aragón, pero podría haber sido bien diferente, uniendo al reino de Isabel con Portugal y dejando al margen al de Fernando, volcado en su relación con Francia y en su expansión por el Mediterráneo.

Isabel se negó a ser un elemento de trueque en el juego de alianzas tejido por su hermano, el rey Enrique IV. Rechazó al menos a cuatro candidatos matrimoniales: Alfonso V de Portugal, el príncipe de Viana, Pedro Girón y el duque de Guyena (hermano de Luis XI de Francia).

Negoció su matrimonio con Fernando, por aquel entonces heredero de la Corona de Aragón, para una boda que no solo se urdió en secreto, sino que requirió falsificar una bula papal que autorizara el enlace: Isabel y Fernando eran primos segundos. En 1469 contrajeron matrimonio en el vallisoletano Palacio de los Vivero.

Proclamación de Isabel en Segovia.
Proclamación de Isabel en Segovia.
Reina por una carambola

Isabel había nacido como infanta, pues el título de heredero y príncipe de Asturias correspondía a su hermano, Enrique, nacido veintiséis años antes. Dos años después del nacimiento de Isabel, la reina volvió a dar a luz a un varón, el infante Alfonso, con lo que Isabel quedó relegada a un tercer lugar en la línea de sucesión.

Enrique estaba por entonces casado con Blanca de Navarra, pero carecían de hijos, y según los rumores, la princesa seguía “tan doncella como el día en que nació”.

Juan II murió cuando Isabel tenía solo tres años. En su testamento, regulaba su propia sucesión. La corona recaía en su primogénito, Enrique, que en caso de no dejar descendencia pasaría al infante Alfonso. En caso de fallecimiento de ambos sin descendencia sería para Isabel.

Después de 13 años de matrimonio, el rey decide anular su enlace con Blanca de Navarra, a causa de la falta de descendientes. Vuelve a contraer matrimonio con la hermana de Alfonso V, Juana de Portugal.

La reina dio a luz una hija en Madrid, Juana. Fueron muchos los que dudaron de la paternidad del rey después de sumados los veinte años de sus dos matrimonios sin descendencia. La rumorología la convirtió en hija del valido del rey, Beltrán de la Cueva. Pasó a la historia como Juana la Beltraneja.

Isabel volvía a ser tercera en el orden sucesorio. Sin embargo, una parte de la nobleza, enfrentada desde siempre a Enrique, ya apuntaba a la ‘ilegitimidad’ de la niña. En 1464 firmaron en Burgos el Manifiesto de Quejas y Agravios, en el que acusaban al rey de menospreciar al clero, proteger a los infieles y alterar la moneda. Además, defendían los derechos del hermanastro del rey, el príncipe Alfonso, frente a las pretensiones de Enrique IV de hacer heredera a Juana.

Siguen los enfrentamientos y la muerte se lleva no solo al preferido por el bando rebelde, el infante Alfonso (posiblemente envenenado), sino a Pedro Pacheco, candidato a casarse con Isabel (apendicitis). A pesar de las presiones de sus partidarios, Isabel rechaza proclamarse reina mientras Enrique IV esté vivo. Eso sí, consigue que su hermano le otorgue el título de princesa de Asturias por delante de su sobrina Juana.

Al morir el rey Enrique IV, Isabel se proclama reina de Castilla, siendo coronada en la iglesia de San Miguel, en Segovia. Era 1474. Estalla la Guerra de Sucesión castellana (1475-1479) entre los partidarios de Isabel y los de Juana. El Tratado de Alcaçovas puso fin a la contienda, de modo que se reconocía a Isabel y Fernando como reyes de Castilla.

Palacio de los Vivero, en Valladolid.
Palacio de los Vivero, en Valladolid.
Hacia un balance histórico

Isabel y Fernando conquistaron el Reino nazarí de Granada y participaron en una red de alianzas matrimoniales que hicieron que su nieto, Carlos, se convirtiese en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Isabel reorganizó la administración, centralizando competencias que antes ostentaban los nobles; reformó el sistema de seguridad ciudadana y llevó a cabo una reforma económica para reducir la deuda que el reino había heredado de su predecesor en el trono.

Vivió 53 años, de los cuales gobernó 30 como reina de Castilla y 26 como reina consorte de Aragón junto a Fernando.
Creyó en los proyectos de Cristóbal Colón, a pesar de las críticas que recibió por ello.

Durante el reinado junto a Fernando se produjeron hechos de gran trascendencia, como el establecimiento de la Inquisición, la creación de la Santa Hermandad, la conversión obligada de los judíos, so pena de muerte o expulsión (Edicto de Granada, 1492), y más tarde de los musulmanes.

En gran parte por ello, Fernando e Isabel recibieron el título de Reyes Católicos, otorgado por el papa Alejandro VI, mediante la bula ‘Si convenit’.

Estaba la corte en Medina del Campo, cuando se declaró la grave enfermedad de Isabel, una hidropesía. Falleció a la edad de 53 años. Con su marcha se abría un periodo de inestabilidad que condujo a la llegada de la Casa de Austria, la revuelta de los Comuneros y el inicio de las guerras imperiales.

 

Fernando el Católico no ‘montaba’ tanto como Isabel, ni viceversa

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