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‘Somos comunión’, una novela histórica que «hace justicia» al carlismo vasco del XIX

Ricardo Ortega

El escritor vizcaíno Íñigo Bolinaga (Elorrio, 1974) ha presentado ‘Somos Comunión’, una novela histórica y “de aventuras” que analiza el conflicto entre liberalismo y carlismo mediante la técnica de entrelazar las peripecias individuales con los avatares de la historia.

Sin mencionarlos, Bolinaga nos hace recordar los ‘Episodios nacionales’ de Pérez Galdós, aunque de algún modo plasma sobre el papel el reverso del discurso liberal que nos legó el escritor canario.

Con gran rigor histórico y sin tomar partido por uno de los bandos en liza, Bolinaga nos lleva tras los pasos de los hermanos Egiluz, cada uno con su personalidad y su forma de entender el momento que viven.

Eso sí, el escritor se rebela ante el tópico de que los carlistas vascos eran integristas irracionales, que luchaban contra las ideas ilustradas. “No eran tontos, ni malos, ni trabajaban en contra de sus intereses. Simplemente reaccionaban contra un sistema liberal que verdaderamente les estaba perjudicando”, recalca.

Historiador de formación, Íñigo Bolinaga ejerció el periodismo y su carrera dio un vuelco cuando se inclinó por las obras de divulgación histórica, como ‘Breve historia del fascismo’ o ‘Breve historia de la Guerra Civil’, siempre para la editorial Txertoa.

Para dar mayor fuerza a la labor divulgadora, Bolinaga también se ha introducido en el mundo de la novela histórica mediante títulos como ‘El testamento’ o ‘La alternativa Garat’. Ahora trata de hacer justicia a un “incomprendido” carlismo vasco, cuya derrota fue el germen de nuevos movimientos políticos, algunos de ellos con plena vigencia.

somos comunión

-¿Qué es ‘Somos comunión’?

-Es una novela ambientada en el País Vasco de los años de la última guerra carlista, entre 1872 y 1876. La trama es conducida por los propios protagonistas de los hechos, cuatro hermanos de una familia rural del interior de Vizcaya, que se ven arrastrados por los acontecimientos de la guerra.

En el libro se sigue la pista a los cuatro hermanos, Martín, Adrián, Gracia y Leonardo, cada cual con su propia personalidad y periperica propia dentro del gran marco histórico de ese País Vasco inserto en una guerra tan señalada para su historia, en cuanto que su conclusión supuso el fin definitivo de la etapa foral.

-¿Es una novela de aventuras?

-Absolutamente, y así ha de entenderse. Pero también es algo más. La obra puede leerse en tres grados diferentes de profundidad, siendo todas igualmente legítimas: como novela de aventuras, como novela psicológica y como fresco histórico.

En cuanto a la primera perspectiva, se trata de una novela entretenida, de lectura ágil y puro entretenimiento, lo cual ya es suficiente porque esta es su principal intención. Desde la segunda perspectiva, hay que tener en cuenta que los personajes son quienes narran lo que les sucede, y lo hacen desde el corazón, en una especie de confesión interna que entremezcla los acontecimientos políticos y familiares con sus sentimientos profundos, tales como la inferioridad, las frustraciones, los miedos, las esperanzas, los anhelos, las mezquindades…

Todos ellos contados desde la subjetividad de cada uno de ellos, logrando que el lector empatice con algunos de ellos y seguramente rechace otros, pero siempre comprendiendo sus razones. Por último, se trata de un fresco histórico en cuanto que se describe de forma forma rigurosa la realidad  de los hechos y la forma de vida de quienes habitaron el medio rural vasco en la segunda mitad del siglo XIX.  

El historiador y escritor Íñigo Bolinaga.

-Entiendo por sus declaracionesa que se trata de una obra objetiva y rigurosa en cuanto al marco histórico, pero provista de una fuerte carga de subjetividad por parte de los personajes que lo narran…

-Exacto. Los hechos históricos que aparecen reflejados en la novela son objetivamente neutros, ciertos y contrastables, pero las razones y circunstancias  están repletas de pasión.

Un protagonista que vive una situación concreta no puede ser neutral, de manera que mis personajes, forzosamente, han de tener una carga subjetiva en sus declaraciones. La obra no busca en ningún momento ofrecer una visión mesurada y desapasionada de la guerra carlista, porque eso le haría perder la intensidad psicológica que quería imprimir a la novela

-¿Podría considerarse como una crónica de la Guerra Carlista desde el punto de vista de los perdedores?

-No. Los perdedores fueron los carlistas, y dentro de ese conjunto hubo mucha gente y de todo tipo, cada cual con sus propias razones.

A mí a quienes me interesa dar voz es a esos caseros vascos decimonónicos, poco o nada alfabetizados, dotados de tanta sabiduría popular como ignorancia académica, que no pueden sino reaccionar con las tripas ante una situación que les desborda y ante la cual muchos de ellos no ven otra salida que alistarse en las filas de don Carlos. 

-¿Por qué los liberales aparecen reflejados como la parte negativa?

-La novela sigue el argumentario de los carlistas vascos, quienes señalaban al liberalismo como el principal responsable de la transformación de un mundo que comprendían, el tradicional, por uno en el que no encajan.

Este cambio había llevado a muchos campesinos a la ruina, y a una mercantilizacion de la vida que para ellos era sinónimo de desastre.

Es lógico, pues, que los liberales aparezcan retratados como el alter ego social negativo de esta historia, lo cual me parece refrescante en cuanto que habitualmente suele presentárselos al revés.

En realidad, no se trata de dos perspectivas politicas distintas enfrentadas, sino que son dos formas de comprender e interpretar la realidad, dos mundos que se miran cara  a cara, que no se reconocen, no se entienden y además resultan incompatibles en el sentido de que una de ellas, la de los carlistas, está abocada a la desaparición y la otra, la de los liberales, a la perviviencia.   

-¿Por qué ha elegido ese punto de vista? ¿Es una reivindicación del carlismo?

-Aquí se da voz a quienes en demasidas ocasiones se les ha tachado en los libros de historia como los defensores a ultranza de los derechos feudales, de la soberanía del rey sobre la nacional, de la religión católica en su versión más rancia y de la antimodernidad por definición, lo cual les ha convertido en el imaginario popular en malos o incluso tontos en cuanto que, sin saberlo, estaban defendiendo posiciones retrógradas y contrarias a sus propios intereses.

Esta idea es profundamente injusta. Dado que dentro de la idea de la defensa del mundo tradicional estaba el mantenimiento incólume del sistema foral, en el País Vasco los hombres y mujeres que se enfrentaron al liberalismo han tenido mejor prensa que en el resto de Europa, pero aun así la visión más común sigue siendo muy estereotipada.

Así, en la novela se explican sus razones, son ellos quienes hablan, y ellos no eran tontos, ni malos, ni trabajaban en contra de sus intereses. Simplemente reaccionaban contra un sistema liberal que verdaderamente les estaba perjudicando.

Por eso he creído necesario darles voz, dejarles un espacio para que, al margen de si tuvieran o no razón, puedan explicarse, y no así a los liberales, cuyas razones ya han sido ampliamente difundidas.

-El título resume la tesis de la novela: ‘Somos comunión’. ¿Ese espíritu tene alguna vigencia?

-El título juega con el término que tras la derrota en la guerra tomará el carlismo para definirse (comunión), asociándolo a la idea-fuerza de que cada individualidad forma siempre parte de una imprecisa entidad superior y transgeneracional, que la acoge pero también la tiraniza, que protege pero de alguna manera también exige deberes, lo cual choca radicalmente con las concepciones más sagradas del liberalismo.

En este sentido, el modo en el que los caseros reflejados en la novela defienden los fueros, la religión católica y la forma de vida tradicional, al margen de lo arcaico que hoy en día nos resulten tales conceptos, responde perfectamente a la idea de defensa de lo sentido como propio –sea esto cierto o no-, sin cuya existencia intuyen que dejarían de ser lo que son.

Esa lógica interna supone una permanente lucha contra una desaparición sentida como amenaza cercana y frente la cual la comunidad se rebela, mostrando abiertamente una firme voluntad de ser, de seguir siendo.

Esa lógica ha sido transmitida de generación en generación hasta llegar al día de hoy, y en el caso de la sociedad vasca se puede adivinar en buena parte de las actitudes y lógicas internas que la caracterizan, al margen de la línea ideológica que presenten, como por ejemplo el peso de los movimientos de defensa de barrio, de mayor incidencia que en otras sociedades del entorno. En ese sentido, somos tributarios de aquellos hombres y mujeres del XIX.  

-¿Podría decirse que esta es la gran herencia de ese carlismo que permeó tanto entre los vascos del siglo XIX?

-No proviente tanto del carlismo como de los carlistas vascos de aldea del siglo XIX, cuya imagen asociada a las labores agrícolas y al caserío fue debidamente idealizada y tomada por el nacionalismo para presentarlo como la quintaesencia de lo vasco.

-Marc Legasse decía que dentro de cada vasco había un anarquista. ¿Sería más correcto hablar de un carlista?

-En cierto sentido, yo diría que sí.


Imagen principal: ‘Calderote’, de Augusto Ferrer Dalmau, que representa una batalla de la Primera Guerra Carlista (1833-1876)

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