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El horno de Prometeo

Si los cocineros deben honores a alguna deidad, esa es Prometeo. El titán Prometeo, un gigante inmortal que convivía con dioses y hombres, es considerado benefactor de la humanidad por dos de sus más conocidas hazañas. El astuto titán perpetró el engaño a Zeus para beneficio del hombre.

En la primera argucia, ideó un sacrificio sagrado en donde se degollaba a un buey y se repartía entre dioses y hombres. Fue Zeus el encargado de elegir su parte; sin embargo, el avispado titán se encargó de disponer las partes de manera tramposa.

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Manasés J. Bezos

Uno de los dos contenedores estaba lleno de los huesos y los desperdicios del animal, pero recubiertos con grasa blanca, mientras que la otra parte estaba compuesta por toda la carne, que quedaba camuflada bajo las vísceras y la piel del animal.

A la hora de elegir, Zeus confió en la apariencia de los paquetes y eligió aquel que contenía los huesos y desperdicios de la res. Prometeo había ofrecido a la humanidad los diferentes cortes del cuadrúpedo, pero la treta no concluyó aquí.

Cuando Zeus, el dios de los dioses, se percató del engaño, no dudó en tomar represalias contra los hombres y privó a la humanidad del fuego, dejándola a la intemperie, como animales desvalidos, sin poder calentarse y sin poder cocinar la carne. Para qué querían los hombres la aguja del buey si no podían reblandecerla con el calor del fuego. Volvían a quedar a expensas de los frutos caídos de los árboles y de la carroña que encontraban en su oscuro y tenebroso camino.

Prometeo, compasivo con la humanidad, emprendió su segunda aventura. Arrancó de la tierra el arbusto de una cañaheja y subió al Olimpo. En la fragua de Efesto robó una chispa, una semilla de fuego, devolviendo la antorcha con el fuego olímpico a los humanos.

Esta heroica acción provocó la ira de Zeus, quien castigó a nuestro titán encadenándolo a una roca del Cáucaso, donde cada día su abdomen era rasgado y su hígado devorado por un águila. Dada su condición de inmortal, todas las noches el cuerpo y el hígado de Prometeo se regeneraban para ser nuevamente engullido al día siguiente.

En otra leyenda de la Teodicea de Hesíodo, Heracles liberaría a Prometeo matando al águila con una flecha de su arco y desencadenándolo finalmente. Al Prometeo encadenado y luego desencadenado se le ha identificado con el Cristo redentor, el dios-hombre que ha dispuesto la naturaleza entera a nuestro servicio.

Este mito, superada la literalidad, nos cuenta cómo Prometeo nos ofrece algo más que el fuego. El hombre en su estado más primitivo ya conocía el fuego, pues se encontraba y huía de los incendios forestales. Lo que nos concedió el titán Prometeo fue la tecnología, es decir, la capacidad de encerrar y controlar el fuego. Prometeo nos entregó un horno.

La transcendencia del horno en la historia de la humanidad podría compararse con la del mismísimo internet de nuestros días. Pongamos un par de ejemplos.

El horno de leña usa la madera como combustible que calienta la bóveda, o el espacio que configure el propio horno. Una de sus aplicaciones más importantes, en relación con lo que a nosotros ahora nos interesa, el buen comer, fue la de cocer la masa, en nuestra tradición judeocristiana la masa de trigo. Podemos remitirnos al dogma cristiano de la eucaristía, donde la masa de trigo se cuece y se santifica pasando a ser el cuerpo de Cristo.

Recapitulemos. Uno de los dogmas más importantes de la Iglesia católica, el dogma de la eucaristía, necesita de un horno para cocer la masa de trigo y así poder comulgar con Dios comiendo el cuerpo y bebiendo la sangre de Cristo, el vino, un producto que dejaremos para otra ocasión.

En uno de los cambios más importantes en la historia de las religiones, el paso de las religiones mitológicas a las religiones de libro (judaísmo, cristianismo, islam), se ven involucrados el horno y, repito, la masa de trigo.

La producción de hornos de leña y el cultivo del trigo, un cereal muy apto para el consumo masivo, son eslabones de la historia que nos ayudan a comprender el cambio, o más bien el proceso de cambio, de la Edad Antigua a la Edad Media, y observar un proceso de universalidad gracias a la producción de la tecnología del fuego y el cultivo del trigo.

Cuídese el lector de no sobredimensionar esta tesis, que tan solo es un humilde intento por rastrear la historia de eso sin lo cual los cocineros no tendrían razón de ser.

Demos un último salto para presentar el segundo ejemplo, la cocina económica o cocina doméstica. Antes del gas o la electricidad, la cocina económica fue la versión más vanguardista para controlar el fuego en el ámbito doméstico.

El artilugio consistía en un cuboide hueco de hierro que contaba con dos compartimentos superpuestos: el inferior, denominado cenicero, donde caían las cenizas del receptáculo superior, que albergaba el combustible, y una superficie que solía contar con aros metálicos que podían retirarse y así exponer más o menos al fuego vivo el recipiente que se posase en tal superficie y que contendría agua o alimentos.

La denominación económica se debía al ahorro energético que suponía esta reinvención del horno o estufa. La importancia de esta cocina fue la de acercar a cada vez más hogares una tecnología que permitía que los procesos de elaboración culinaria fuesen más sencillos y menos costosos. Cada vez estamos más acostumbrados a escuchar “la cocina que se hace en ese restaurante es cocina de autor”. A mi entender, esa idea de cocina de autor, que parece tan nueva, tiene su génesis en la cocina económica.

Me gustaría sugerir una pregunta a modo de paréntesis. ¿Cómo pudo este artefacto, la cocina económica, influir en la psicología de una sociedad que pasó de utilizar hornos públicos y fuertemente controlados por leyes draconianas en tiempos del imperio romano a convertir el espacio donde se instalaba, nuestra actual cocina, en el núcleo de convivencia familiar?

¿Cómo hemos pasado de una caja metálica con madera ardiendo en su interior al horno inteligente, a la deshidratadora, o el roner? Básicamente como hemos pasado de las tablillas babilónicas de arcilla a las tablets digitales.

Prometeo es como un “eclipse con metamorfosis”. Cito a Luis Carlos Martín Jiménez: “No se percibirá tal eclipse si lo que surge parece ser algo nuevo e inaudito. Tampoco da con su figura el que solo percibe su inicio. Este porque vería desaparecer algo, y el primero porque vería aparecer algo nuevo completamente”.

Un cocinero no puede perder de vista aquello que le posibilitó la cocción: la técnica y la tecnología, sin olvidar las enseñanzas del mito de Prometeo o, en su versión romántica, el mito de Frankenstein: que la tecnología no es un poder divino.

Así como Prometeo tan solo era un titán frente a Zeus, el dios del Olimpo, y el doctor Frankenstein tan solo un hombre frente al dios que da la vida, el cocinero no podrá insuflar jamás en la carne los aromas de la materia ardiendo, sin el fuego vivo de la centella que Prometeo robó a los dioses y tuvo a bien entregarnos, ofreciendo al cocinero su razón de ser, la posibilidad de asar.

No habrá nunca nada que pueda sustituir a un horno de bóveda lleno de brasas de encina donde asar un cordero lechal, así como no habrá fuente de energía que sustituya el calor ardiente del sarmiento. Que nos lo digan a nosotros aquí, en Castilla y León.

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