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El río indomable

El Curueño, que nace en la Cordillera Cantábrica leonesa para desembocar en el Porma, deja a su paso algunos de los paisajes más hermosos de la comunidad. Es un territorio abrupto, de enorme riqueza medioambiental, en el que sus habitantes conservan costumbres y tradiciones centenarias. Aquí se crían los gallos de León, cuya pluma anhela todo pescador (fotografía, Alfredo Allende)

 

A los ojos del viajero que llega desde el sur de la comunidad, la Cordillera Cantábrica aparece en un primer momento como una referencia casi insignificante en el horizonte. Pero, en pocos kilómetros, los roquedos adquieren mayor protagonismo. Enseguida se transforman en un destino que parece tirar hacia sí del visitante con un hilo invisible; ahora se han convertido en el único destino posible. La llanura leonesa deja paso a una continua sucesión de verdes valles por los que se precipitan decenas de riachuelos en saltarinas cascadas. El río Curueño es el nexo de unión de una de las comarcas más bellas de la región. En la cabecera encontramos un paisaje agreste, apenas modificado por el hombre, pletórico de roca y agua. Los farallones calizos, los pastizales de alta montaña y los hayedos se deslizan ladera abajo hacia el río. La línea de alisos y sauces marca de manera inequívoca la ribera. En las frías e impolutas aguas habita la trucha común, uno de los emblemas de este territorio.

Los primeros rayos de sol dan inicio al amanecer con el recital de cantos de cientos de gallos. Otro emblema. Este, al igual que la trucha, también corre peligro de desaparecer. Es el gallo de León, que desde hace siglos se cría en esta comarca para producir una afamadas plumas con las que se confeccionan señuelos para la pesca. Gracias a sus colores, tersura y brillo, montadores profesionales y aficionados reproducen con ellas los insectos de los que se alimentan las esquivas truchas.

Es el agreste territorio del Curueño, donde los paisajes de montaña y de ribera se funden en uno solo como en pocos lugares sucede. Laciana, la Tercia, Babia… El norte leonés cuenta con comarcas que todavía conservan una belleza natural singular, paisajes en los que es posible retirarse durante unos días en busca de un sosiego que muchas veces cuesta hallar en la vorágine de las ocupaciones diarias. Unas montañas a las que sus gentes de carácter recio, pero al mismo tiempo afable y auténtico, aportan un valor determinante. El Curueño apenas recorre 50 kilómetros desde su nascencia, en el puerto de Vegarada, hasta que rinde tributo al Porma.

(Sigue leyendo el artículo en nuestra revista, número 47)

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