Texto y fotos: A. Allende
En el municipio leonés de La Vecilla crían una raza de gallos cuya pluma se utiliza desde hace siglos en el montaje de moscas artificiales para la pesca de truchas. El brillo de sus fibras la hacen insustituible y tiene encandilados a pescadores de todo el mundo
El canto de miles de gallos al amanecer pone banda sonora al impresionante paisaje del valle del Curueño. En estas tierras del nordeste leonés, cerca de Boñar, se conserva intacta una raza de gallos cuya pluma ha hechizado desde hace siglos a los pescadores de truchas con mosca artificial. Por su brillo y transparencia reúne unas cualidades que la hacen perfecta para imitar las alas de los principales insectos que sirven de alimento a los peces. Montadores de señuelos de todo el planeta recorren los pueblos de La Vecilla, de un gallinero a otro, para adquirir las plumas que crecen en la zona del riñón del gallo. También es posible comprar el mismo material en tiendas de pesca y por internet, aunque entonces se pierde la mística de la peregrinación.
Para la confección de los señuelos, el montador coloca fibras de las plumas de riñón sobre el anzuelo junto con sedas, pelos de diferentes animales u otros materiales sintéticos para imitar una especie determinada de mosca.
El gallo de León ha marcado desde hace siglos una manera específica de montar moscas, pero también de pescar truchas. La pesca a la leonesa utiliza moscas ahogadas, que navegan sumergidas imitando las emergencias de los insectos y la fase en que ya han muerto y la corriente los arrastra. El pescador lanza el aparejo compuesto por varios señuelos y lo recoge haciéndolo pasar por las zonas en las que los peces se alimentan.
El sol parece empeñado en derretir hasta las piedras en La Vecilla, pero a Adelina Juárez no le importa. Antes de entrar en el gallinero se calza las botas de goma y, también, se coloca una bata. Cualquier precaución es poca para evitar una epidemia en la explotación. Hace solo unos días que “un bicho” entró en el corral y mató 60 de sus mejores animales. Solo los mató; no comió ninguno. Una adversidad más que sumar a la larga lista incidencias que acumula la presidenta de la asociación de criadores de gallos Apicarecan, tras una vida entera dedicada a estos animales.
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