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Un día de galgos y liebres

El sábado habían caído doce litros largos de lluvia y el domingo amaneció con algunos claros, aunque el viento del nordeste hacía que los seis grados parecieran menos. De cualquier forma, la pasión por los galgos y las liebres pueden con todo eso. A las ocho y media de la mañana ya cogen fuerzas con sendos cafés calientes en el bar de la plaza de la localidad vallisoletana de Villanubla Raúl Callejas y Roque Aguado. Las tres galgas de Raúl esperan inquietas afuera, en la parte trasera del coche. Saben que es uno de sus días grandes. Rafa Aguado, sobrino de Roque, ya está en el campo revisando las parcelas en busca de rastros delatores de por dónde ha estado alimentándose esa misma noche alguna liebre.

La conversación que acompaña al café con otros parroquianos es casi monotemática: qué tierras son querenciosas, cómo se comporta esta o aquella galga, si la campaña de caza recién iniciada promete más o menos… En un momento, de manera súbita, se interrumpe la tertulia y los galgueros parten cada uno hacia su cazadero. Los caminos de concentración están húmedos por la lluvia, que por fin ha llegado, pero no hay ninguna dificultad para llegar en coche hasta el lugar elegido. Raúl comienza enseguida a inspeccionar una de las fincas con sus tres perras -Loba, Sara y Tara- de traílla.

galgo

Roque -que a pesar de que ha cazado con galgo más de treinta años ha abandonado la actividad cinegética- le acompaña como observador. Pasa la mañana, con los prismáticos colgados al cuello, por el camino esperando disfrutar de ver una buena carrera. A ratos busca por cunetas y perdidos setas de cardo, pero la sequía que ha habido hasta hace poco ha retrasado la temporada micológica. El terreno ha estado muy duro para que los galgos corrieran sin dañar las almohadillas de sus patas. La velocidad es la esencia de esta raza, aunque también utilizan el olfato durante la inspección de las fincas. El nerviosismo de las perras, que husmean también ansiosas, es evidente al encontrar una cama del lepórido o excrementos recientes. La población de rabonas ha descendido respecto a hace años de manera considerable. Cómo se trabaja el campo, los productos químicos que se utilizan en la agricultura, las concentraciones parcelarias y las enfermedades se dejan notar.

“Te tiene que gustar. Si no te gusta no vienes. Esto hay que tomarlo como deporte: el que quiera carne que vaya a la carnicería”, dice Roque para explicar por qué pasa la mañana del domingo viendo galgos en el campo. “Entre esas dos tierras hay liebre. ¡Tiene que estar aquí!”, asegura Raúl después de echar un vistazo por una parcela todavía sin sembrar, con algunas hierbas ya resecas. En teoría es el refugio perfecto para todo tipo de fauna.

Con mil ojos y sin ruido

Llega Rafa con sus dos galgas –Tralla y Cora- y se une a Raúl. Ambos comparten habitualmente jornada de caza. Y ser galguero no es solo eso. Todos los días del año salen con las perras al campo para que hagan ejercicio y se mantengan en la mejor forma física posible. Y saludables. La normativa posibilita que vayan sueltos siempre que tengan puesto un bozal que les impida coger las liebres y conejos. Son muchas horas de campeo. Sin excusas. Da igual que llueva o haga un sol de justicia; el perro sale cada jornada, al menos un rato. La afición de Raúl por estos perros llega incluso a que en la casa familiar que reforma las referencias en imágenes a los canes son constantes por todos lados.

Galgos y liebres

Protegidos del frío con guantes y cubiertos de manera que casi solo quedan al descubierto los ojos, comienzan a cazar recorriendo de manera metódica y concienzuda el terreno. A media docena de metros uno del otro, cada cual con sus perras, recorren cada finca. En silencio, para no alertar a la liebre, que podría huir alarmada antes de tiempo. Basta un gesto con la mano para que se entiendan sin necesidad de hablar. Las galgas van siempre pendientes y los galgueros no pierden detalle de las camas, excrementos y otros rastros que encuentran a su paso. El objetivo es localizarla posible presa para después, una vez que salga a la carrera, dar salida cada cazador a una de sus galgas con el propósito de que disputen la mejor carrera que sea posible: larga y emocionante.

“Camas se ven. Tenemos tiempo de ir a otra zona. Aquí las hay”, le dice Rafa a Raúl al terminar sin éxito de mirar un terreno que prometía. El sirimiri continúa y el barro se pega a la suela de las botas. Después de debatir si paran ahora un rato a almorzar o no, optan por seguir en el empeño. Las fincas son más extensas y la caminata hasta cambiar la mano es larga. Constancia y paciencia son dos virtudes imprescindibles para ser galguero. La recompensa de ver la rabona y los perros detrás es imprevista.

Hay poca suerte hoy. Horas después regresan a casa tras haber visto solo una liebre, que además arrancó sola, larga y que no pudieron correr. Los demás días han sido más agradecidos. El de la apertura -la semana anterior- avistaron cuatro y el domingo siguiente fueron cinco, de las que corrieron dos. No pasa nada. La pasión por los galgos está por encima de todos los contratiempos. Dentro de siete días estarán otra vez haciendo lo que más les gusta. Todas las jornadas hábiles hasta que se cierre la temporada. En el campo y con las galgas cogidas de la traílla.

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