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El alma de un pueblo en Montejo de San Miguel

La batalla por la supervivencia del medio rural y sus tradiciones nos trae en ocasiones ejemplos de luchas titánicas contra el olvido. Uno de estos casos singulares se da en Montejo de San Miguel, en la comarca burgalesa de las Merindades, donde los amantes de la etnografía tienen una cita que no pueden perderse. Estamos junto al río Ebro, a un tiro de piedra de una localidad tan conocida, tan atractiva para instagramers, como Frías y aquí, en este pueblo de apenas 17 empadronados, en un edificio de dos siglos de antigüedad tiene su sede el Museo Etnográfico de Montejo de San Miguel.

Su razón de ser es la conservación y divulgación de la cultura de la comarca, que es lo mismo que decir del conjunto del medio rural. En palabras de Julio Alberto García, de la Asociación Cultural Trébede, impulsora y gestora del proyecto, esta dotación cultural no es sino reflejo de una “sensibilidad por el territorio, por el pueblo”, que respira por los cuatro costados el anhelo de que la gente “sea capaz de respetar su cultura, empezando por su pueblo y por sus propias casas”.

La sede material de esta iniciativa es un antiguo almacén que consta de lagar, bodega, granero y pajar. En la entrada vemos la piedra de un molino y la de una prensa de viga. Las dos representan la antigua economía de la zona que se repartía a partes iguales entre el cereal (pan) y la viña (el vino, en este caso el chacolí). La primera estancia es el portal y en él está alojado el lagar con dos enormes tinas de pisado y una presa de doble husillo. La bodega es subterránea, con una bóveda de piedra de excelente factura. Destacan seis cubas de grandes dimensiones acompañadas de espitas, garrafones y botellas de distintas formas y capacidades.

Varios pellejos, el fuelle de hincharlos, la alquitara de destilar el orujo, candiles… hasta el punto de que el visitante no puede dejar de preguntarse cómo han llegado a manos de estos vecinos tantísimos elementos, que desbordan lo que se puede considerar un museo etnográfico al uso.

Atiende la pregunta Julio Alberto, que recuerda que su familia contó desde siempre con un almacén donde se guardaban todo tipo de utensilios, “a los que daba mucho valor”. Además, los integrantes de la asociación son conocidos por su desinterés económico, lo que hace que reciban “numerosas llamadas de familias que desean ‘hacer limpieza’ de los inmuebles y dar un destino útil a buen número de enseres y herramientas”.

Continúa la visita por la recreación de una vivienda tradicional, que ocupa lo que en el pasado fue el granero. Cuenta con todas sus estancias: cocina, comedor, sala de estar, dormitorio y despensa. Cada ambiente está profusamente equipado con todo tipo de enseres de principios del siglo XX.

En la zona alta del conjunto, que antiguamente estaba destinada a pajar, es donde se han ambientado los oficios más habituales en la comarca. Hay una amplia representación de ellos: labrador, tejero, albañil, cantero, leñador, carbonero, resinero, cubero, carpintero, carrero, herrero, pesas y medidas, caza y pesca, colmenero, la lana y el lino, la iglesia, la escuela, los juegos tradicionales de adultos y los infantiles, las hierbas medicinales…

No acaba aquí la visita, y en una nave cercana construida con la antigua técnica de carpintería de armar se exponen máquinas, herramientas y aperos propios de la primera mitad del siglo pasado, todos ellos movidos por tracción animal o por las propias personas. Allí encontramos una importante muestra de arados, gradas, trapas, segadora, atadora, beldadora, trilladora, molino…

En el terreno aledaño se siembran todo tipo de cereales, forrajes, legumbres y otros productos hortícolas que el visitante puede ver según la estación del año. Es lo que podemos llamar el Museo agrícola vivo, donde también hay dos pozos; en uno se ha instalado un cigüeñal o pingoste y en el otro una bomba de sacar agua de brazo largo.

La visita con más enjundia es aquella en la que participan niños, que se convierten en los protagonistas de la actividad. “No solo se les explica cómo era la agricultura en el pasado, sino que pueden manipular con sus propias manos los diferentes elementos expuestos, con lo que su existencia y su funcionamiento quedan grabados en la mente de los pequeños”. O en su “disco duro”, como describe Julio Alberto, que alcanza la jubilación en este mes de noviembre después de trabajar 42 años como maestro. Lo que es lo mismo: “Más de cuatro décadas aprendiendo de mis alumnos”.

Por eso uno imagina que la labor de “educar y sensibilizar” que se ha interpuesto este maestro vocacional se plasma en las dos direcciones, que lo aprendido en su profesión le ha valido para su pasión por la etnografía, y viceversa”.

En cualquier caso, el gran pago a la labor desarrollada en Montejo reside “en el reconocimiento de la gente que nos conoce y que sabe cómo somos”, y que como consecuencia colabora en la actividades organizadas por el colectivo o dona diferentes elementos que ha heredado. Además, “la gente que nos visita se va encantada, alucinada de que en un pueblo tan pequeño haya algo de tanto valor”, recalca.

El museo abre una vez al mes, por lo general el primer fin de semana. Sin ir más lejos, este noviembre ha abierto sus puertas los días 2 y 3, y en diciembre aprovecha el puente de la Constitución y permanece abierto al público del día 6 al 9. También se puede visitar durante más días en Semana Santa y Navidad, además de un mes en verano.

Es en esa estación cuando el pueblo multiplica su población hasta el centenar largo de personas y cuando se despliega un amplio programa de actividades, como el taller de cantería, de 20 horas repartidas a lo largo de una semana. Impartido siempre por un maestro cantero, se han celebrado trece ediciones, con el objetivo es formar a los profesionales de la comarca. “Por ejemplo albañiles que deban restaurar casas de piedra, para que hagan las cosas adecuadamente”. Muchas veces, con todo, el alumno es un vecino que tiene inquietudes culturales y que tiene en esta acción formativa una opción muy atractiva. También lo es para el público, que el último día del taller puede participar activamente en una exhibición del oficio de cantero.

Además, los responsables del museo organizan diferentes exhibiciones de oficios tradicionales, colaboran con los medios de comunicación y en la edición de libros y publicaciones sobre etnografía.

También acuden a la Feria Agroalimentaria e Industrial de Merindades para realizar demostraciones de algún oficio tradicional en peligro de extinción. En ellos el visitante puede aprender en qué consiste la labor del herrero, del herrador, del cestero, del esquilador…

Julio Alberto destaca la actividad bautizada como Arquímedes, con actividades de ciencia divertida. Se realiza en el espacio en el que se recuerda una pequeña escuela rural y se reproducen diversos inventos de Arquímedes, desde palancas hasta catapultas. Los niños los pueden manipular, de modo que los conocimientos adquiridos ese día no se les olvidarán jamás. En general, “estamos muy a gusto con el resultado porque las acciones siempre se programan con tiempo, con esmero, y salen adelante con calidad. De forma digna”, recalca. Siempre con el objetivo de proponer cosas entretenidas, que permitan trasladar al alumnado una sensibilidad y una cultura”.

Texto: Ricardo Ortega

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