En este pueblo burgalés, naturaleza y ser humano se han combinado a la perfección para construir un fuerte casi invencible, solo erosionado por los vientos de la despoblación rural
Redacción: Daniel Gonzalez // Fotografía: José Daniel Navarro
Allí donde el río Riaza camina sus últimos kilómetros, antes de morir en aguas del Duero, se aúpa sobre un cerro de privilegiadas vistas el pueblo de Haza. Su emplazamiento, indudablemente estratégico, explica su historia, sus monumentos y sus angostas callejuelas jalonadas en piedra. Un armónico conjunto que ha vivido tiempos mejores, que languidece a merced de la despoblación y un riguroso clima que no perdona.
El nombre de este pueblo burgalés no es casualidad. Levantado sobre las hoces que encajonan el caudal del Riaza, de tierra erosionadas y profundas pendientes que sirven de defensa natural. Unas condiciones del relieve inexpugnables muy ambicionadas en la época de la Reconquista, cuando toda esta comarca se disputaba entre cristianos y moriscos. Así surgió Haza, a veces escrita con h y otras sin ella, convertida en un bastión vigilante de los valles anexos y sufridora de sucesivos ataques.

Habrá que esperar al siglo XI para instaurar una mayor estabilidad. En el año 1015, el pueblo asciende a capitán de barco de la vida y economía de la Comunidad de Tierra y Villa de Haza, compuesta por un total de 15 aldeas. A partir de este momento comienza el esplendor de la villa. Se erigen las principales construcciones que ahora acaparan las miradas de quienes se acercan a descubrirla.

Un conjunto coronado por un castillo y franqueado por una muralla
La carretera de acceso al pueblo nos empuja, primero, a encararnos con el imponente torreón del castillo, recientemente restaurado y sede de un Museo del Vino. Su robusto perfil de sillarejo de piedra domina el lado nordeste de la localidad y fue reconstruido entre los siglos XII y XV. Está declarado BIC y, aunque buena parte de su estructura se ha perdido, todavía se puede percibir su poderío.

Pero si algo dota de distinción a Haza, eso son sus murallas, especialmente en el frente sur, donde se encuentra el trazo que mejor se ha conservado. Por él asoman las ventanas de las viviendas adosadas a la propia muralla, así como uno de los costados de la iglesia románica-gótica de San Miguel Arcángel. Todo ello mirando al valle del río Riaza.
Haza, como muchos otros pueblos de la región, vive todavía bajo la alargada sombra de su pasado.
Y, para completar la visita, nada mejor que dejarse llevar por la corriente de sus apretadas calles donde nada desentona. En ellas encontrarás pequeñas pistas de un casco urbano que de antiguo tuvo que ser espectacular. Viejas casonas blasonadas, edificios de piedra labrada, muchos de ellos arruinados, ofrecen una visión distorsionada de su rica historia.

Ahora, el municipio solo cuenta con una treintena de vecinos censados (en invierno todavía menos) que viven en su mayoría de la agricultura. Con una de las densidades de población más bajas de la provincia de Burgos, Haza, como muchos otros pueblos de la región, vive todavía bajo la alargada sombra de su pasado. Una realidad que nos permite disfrutar todavía de un perfil medieval congelado en el tiempo. O al menos en apariencia, porque, aunque nuestros ojos no lo perciban, se está derritiendo lenta, pero imparablemente.
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