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Medina de Rioseco. La Ciudad de los Almirantes

Desde finales del siglo XV y hasta el XVII, esta localidad fue un importante núcleo urbano  que creció al amparo de sus señores, los Enríquez, y de una intensa actividad económica gracias a sus ferias, y cuyo legado es un rico patrimonio histórico, cultural y artístico

Fernando García Marbán. Historiador

medina-rioseco-03Un caluroso día de agosto un viajero ha decidido visitar este municipio de 5.000 habitantes, situado en la provincia de Valladolid. Pasea a la sombra de los soportales de la Rúa Mayor mientras observa asombrado la grandiosidad de sus edificios religiosos.

En la oficina de turismo le han dado un folleto en el que lee que a Medina de Rioseco se la conoce como la Ciudad de los Almirantes. Se sorprende, pues asocia la palabra ‘ciudad’ a coches, atascos, ruido… y el de ‘almirantes’ a mar y barcos de guerra. Le cuesta relacionar esas dos palabras con una pequeña localidad de la seca Tierra de Campos.

Sin embargo, decide descubrir esa relación recorriendo las calles de Rioseco guiado por su folleto turístico y hablando con sus vecinos… y así queda atrapado por la historia que va a descubrir.

El primer Almirante y las ferias

Todo comienza con Alfonso Enríquez, hijo bastardo de Fadrique Enríquez -hermano gemelo del rey Enrique II de Castilla- y nieto de Alfonso XI cuando, en 1405, Enrique III le otorga el título de Almirante Mayor de Castilla. El oficio de Almirante de la mar aparece en el siglo XIII, y era el más alto cargo al frente de la Armada real con funciones militares, jurisdiccionales, control de puertos y vigilancia aduanera.

medina-rioseco-05En 1421 Juan II concedió a Alfonso Enríquez, como premio a los servicios prestados, el señorío de Medina de Rioseco, que comprendía diferentes aldeas y sus territorios. Y poco después otorgó al primer Almirante de Castilla y al concejo y vecinos de la villa el privilegio para la celebración de dos ferias anuales, con una duración de treinta días cada una de ellas.

Las ferias eran reuniones anuales de comerciantes en localidades protegidas por los poderes públicos. Acudían mercaderes y gentes de lugares lejanos y mercancías de diferentes procedencias. Durante la feria se reunían mercaderes, cambistas y hombres de negocios que extendían letras de cambio y realizaban contratos.

Se compraban y vendían productos como metales, tejidos, jabón, aceite, joyas y objetos de lujo entre otras cosas. Fueron fundamentales para el desarrollo del comercio y la economía de la villa en el siglo XVI.

La población aumentó notablemente superando los 11.000 habitantes a mediados de esa centuria. En esa época núcleos urbanos como Bilbao o Santander apenas llegaban a los 5.000 habitantes; Valladolid sería el núcleo urbano de la meseta norte con más habitantes, 38.000.

Fue esa la época en la que se erigió, como símbolo de esplendor, la iglesia de Santa María de Mediavilla, donde trabajaron en su retablo renacentista escultores que tuvieron talleres en la villa como Pedro Bolduque, Esteban Jordán o Mateo Enríquez. En esta iglesia el rico mercader y cambista Álvaro de Benavente financió una espectacular capilla que sirviese de enterramiento para él y su familia, con una espléndida decoración iconográfica y un retablo del genial escultor Juan de Juni. En esa misma época se levanta el fastuoso convento de San Francisco.

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En el siglo XVII, pese a ser un momento de decadencia, se levantarán templos como la iglesia de Santiago de los Caballeros, con el retablo mayor trazado por Joaquín Churriguera y realizado por Tomás de Sierra, o la iglesia de Santa Cruz, donde actualmente se encuentra el Museo de la Semana Santa, declarada de Interés Turístico Internacional.

De villa a ciudad

Las gentes que llegaban a Medina de Rioseco tenían la imagen de llegar a una villa importante con su muralla de ocho puertas, la calle mayor con sus soportales para protegerse del sol o la lluvia, pasear y comerciar, donde los comerciantes poseían sus tiendas, su numerosa población, sus monumentales templos y su intensa actividad económica.

medina-rioseco-06En 1632 Felipe IV otorgó a esta villa el título de ciudad. Sucedió en un contexto histórico especial; al acceder al poder el rey y su valido, Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares, se inicia en Europa una política agresiva por el mantenimiento del Imperio que conducirá a continuas guerras, que acarrearán un gran esfuerzo económico y militar. En este contexto de gastos desmedidos y despilfarro en guerras situamos la llegada de la nueva designación a Medina de Rioseco después de una larga negociación con don García de Avellaneda y Haro, conde de Castrillo, para solicitar al Regimiento (ayuntamiento) una ayuda económica para el rey.

La cantidad que se acordó para servir a Su Majestad fue de 46.000 ducados pagados a plazos, que se obtendrían de un censo y de otros métodos de recaudación que recaerían sobre los habitantes de la localidad. A cambio de esta suma el rey concedió a Medina de Rioseco la distinción referida, lo que suponía una mayor independencia jurídica. Además, determinados cargos y oficios de carácter recaudatorio o fiscal y administrativo podrían ser nombrados por el municipio.

La llegada del título de ciudad ni se festejó ni se celebró, y hubo cierta pesadumbre por el pago de las cantidades acordadas, que supuso un gran sacrificio económico para los vecinos, o las consecuencias que se produjeron por el nombramiento de los nuevos cargos que beneficiarían solamente a unos pocos.

Los Enríquez, Almirantes de Castilla

Los Almirantes de Castilla convirtieron a Medina de Rioseco en el centro de un Estado señorial: señorío iniciado con Alfonso Enríquez por su fidelidad y servicios prestados a la corona y mantenido y ampliado mediante compras, donaciones reales, herencias y dotes. Este señorío, donde los Enríquez ejercieron jurisdicción y del que obtenían enormes ingresos, se extendería con dominios (tierras, casas, tributos, derechos, monopolios) por las provincias de Valladolid, Palencia, Zamora, Córdoba, Cádiz, Sevilla o Italia; y se consolidaría en el tiempo de una generación a otra gracias a la figura del mayorazgo. Se nombraba heredero al hijo primogénito, que recibía el título de Almirante, y que sería a su vez sucedido por su propio hijo, y así sucesivamente.

La política matrimonial de los Enríquez buscó acrecentar o preservar los patrimonios y señoríos. Un matrimonio adecuado podía aumentar la influencia política del interesado y de sus parientes y familiares. Podemos destacar el casamiento entre Juana Enríquez, hija del Almirante don Fadrique, con el rey de Navarra y luego de Aragón Juan II, cuyo hijo fue Fernando el Católico.

Poseían una sustanciosa herencia de bienes, riquezas y títulos a la vez que heredaban aquellos cargos de la administración que habían sido patrimonializados por su familia. Los Almirantes de Castilla con el tiempo añadirían otros títulos como Conde de Módica o duque de Medina de Rioseco (otorgado por Carlos V).

Quienes desempeñaron el oficio de Almirante de Castilla entre 1405 y 1705 lo hicieron alejados de los asuntos del mar. Así se convirtió en un mero título que sirvió a aquel linaje como una fuente de ingresos y rentas, transmitiéndose los derechos y privilegios por vía sucesoria. Con la muerte de Carlos II se había iniciado la Guerra de Sucesión (1701-1714). El undécimo y último de los almirantes, Juan Tomás Enríquez, apoyó al archiduque de Austria en contra de Felipe V. Este rey decidió suprimir el Almirantazgo de Castilla.

En Medina de Rioseco tuvieron un palacio, hoy ya desaparecido, donde algunos pasaban diversas temporadas al año, aunque principalmente residieron cerca de la Corte (tenían palacios en Valladolid, Madrid y otras localidades). Aunque solamente residieran en algunas ocasiones en Medina de Rioseco, era una posesión emblemática del linaje, con la que este vinculaba su origen y continuidad. La capilla mayor de la iglesia de San Francisco sería la capilla funeraria de los Almirantes y miembros de la familia. Su escudo aparece en diferentes edificios, principalmente en conventos e iglesias.

Por otra parte, la relación de todos ellos con la ciudad estuvo protagonizada por la exigencia de tributos que reclamaban como señores, o pleitos por su intervención en el nombramiento de los miembros del Regimiento.

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Un alto en la visita

El viajero ha descubierto esta última parte del pasado de la ciudad en el antiguo convento, hoy museo de San Francisco. De este espacio se lleva la imagen de sus bóvedas estrelladas y la exuberancia de su decoración y de los grupos escultóricos en barro cocido de Juan de Juni.

Al salir de este lugar monacal en otro tiempo decide tomar un descanso en un banco del cercano Parque del duque de Osuna, donde puede observar dos leones a su entrada, que son los únicos restos del antiguo palacio de los Almirantes. Desde la tranquilidad que le ofrece ese parque reflexiona sobre lo que ha visto y aprendido, y sobre que el legado de la historia está presente por toda Medina de Rioseco, la Ciudad de los Almirantes.

Reportaje gráfico: Rocío Martín
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