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Monleón, la villa charra de Federico García Lorca

Una isla de piedra rodeada de un mar de vegetación, Monleón vive en una burbuja donde el tiempo corre más despacio

Ricardo Ortega // Provincia de Salamanca

Un día, el reloj dejó de marcar las horas en Monleón. Desde entonces, las casas de granito de esta localidad de Entresierras permanecen intactas en su elegancia medieval, indiferentes al paso del tiempo mientras sus habitantes se van convirtiendo en ancianos venerables.

A 18 kilómetros de Guijuelo, muy lejos de las grandes vías de comunicación, la impresionante mole del castillo marca el lugar donde se esconde de la historia la villa charra, que hace siglos fue escenario de batallas entre el pueblo y la nobleza. El cerro amurallado, a la misma altura que sus vecinos, parece a punto de desaparecer bajo un manto de árboles frondosos, como si un gigante se hubiese olvidado de cuidar su jardín.

El viajero que llega a Monleón ya no detiene su vehículo para contemplar las laderas abancaladas hacia el río Alagón. Hoy son una selva. La primera parada será ante el verraco de época vetona que preside la entrada a la localidad, y que advierte sobre el carácter milenario de la población.

Frente a la escultura celtíbera, la Puerta de la Villa es toda una declaración de principios. Construida en sillares de granito, conserva las marcas que los canteros realizaron en cada pieza y su estrechez no hace concesiones a la modernidad: un coche de tamaño medio no puede traspasarla si el conductor no pliega antes los dos espejos retrovisores.

Puerta de la Villa de Monleón y el verraco vetón

Sorteada la entrada, impresiona la visión de calles casi desiertas en las que la piedra es el único elemento de construcción, incluso a la hora de dotar a las calles de un suelo firme. El espectáculo de esa trama urbana sin alteración desde antes de nacer el Reino de Castilla, así como el paisaje monocolor, de tonos negruzcos, hacen que este pueblo sea uno de los pocos en que su patrimonio religioso pasa desapercibido. Eso sí, conviene visitar la iglesia de Santa Isabel para contemplar la talla de la patrona de la localidad y, sobre todo, ascender los 49 escalones de su torreón barroco, que ofrece una deslumbrante panorámica de los valles del Alagón y el Riofrío, entre los que se asienta la villa.

Muy cerca de la confluencia entre ambos se yergue el castillo, que desempeñó un papel fundamental en la evolución del pueblo. Mandado construir por Alfonso IX de León, en el siglo XIII, en tiempos de los Reyes Católicos cobijó a los partidarios del alcaide Rodrigo Maldonado ante el asedio de las tropas reales, que habían acudido para frenar los abusos del señor sobre la población.

Fue tal el empecinamiento de los defensores que los soldados debieron construir un patíbulo para ejecutar a Maldonado, al que habían apresado. Según las crónicas de Hernán Pérez del Pulgar, este órdago fue suficiente para rendir la fortaleza. Ocupado y destruido parcialmente por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia, el edificio militar ha sido reconstruido por Salvador Llopis. Las piezas cerámicas que separan la parte original de la muralla del tramo moderno permiten hacerse una idea de la labor desarrollada por el valenciano, durante años cronista oficial de Salamanca.

“¡Antes muerto que libre!”

Un romance emblemático de la cultura tradicional de las tierras de Salamanca, ‘Los Mozos de Monleón’, atrajo a Federico García Lorca porque posiblemente se sintió identificado con el fondo trágico que muchas de sus obras posee, e incluso su propia vida. Lo incluye en sus Cantares populares y hace algunos arreglos como abreviar su final. El origen de esta historia, según Menéndez Pidal, podría estar entre los siglos XVIII y XIX.

De trama escueta y sencilla, he ahí uno de sus valores, nos narra la desobediencia de un joven ante una madre, viuda y posesiva, que no acepta el cambio generacional de su hijo a la edad adulta, y augura en forma de maldición inconsciente un desenlace funesto que se vuelve contra ella misma con la muerte de su hijo Manuel, frente a las embestidas furiosas de un toro bravo, símbolo del paso a la edad varonil o adulta.

Un rincón para la literatura

La de Federico García Lorca no es la única figura literaria vinculada a Monleón. El llorado escritor y cantautor Manuel Díaz Luis, hijo adoptivo de la villa, mostró su amor por el medio rural en sus tres obras publicadas: ‘Las aguas esmaltadas’, ‘Tierra madre’ y la póstuma ‘Labor de hombre’.

Desde 1996, el Ayuntamiento rinde homenaje a su trayectoria con la convocatoria de un premio de novela breve, abierto a todas las personas residentes en España y que anualmente concita el interés de cientos de narradores. La localidad también le dedica una plaza, el Rincón de Manuel Díaz Luis, antiguo corral pegado a la muralla y próximo a la antigua judería que los vecinos destinan a la celebración de actos culturales.

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