Francisco Cantera obtuvo reconocimiento mundial por sus estudios sobre el judaísmo, y no lo hizo en un momento cualquiera, sino durante aquel tiempo gris en el que España no mantenía relaciones diplomáticas con Israel. Su legado intelectual y moral es un triste ejemplo de cómo el olvido arrincona algunas de las grandes figuras de nuestra historia
Ricardo Ortega
Miranda es una de esas ciudades de la periferia de Castilla y León en las que el acento y el habla delatan la lejanía respecto al centro de la comunidad. Bulliciosa, indómita, volcada con su río, el Ebro, y con sus fiestas de San Juan del Monte, esta localidad del norte burgalés vive pendiente del ferrocarril y de la industria, con un alma partida por la mitad entre los barrios de la Parte Vieja y la Parte Nueva, unidos por el puente que mandó levantar el rey Carlos III.
A escasos metros de esa plataforma, en la calle del Olmo, nació en noviembre de 1901 Francisco Cantera, la personalidad más relevante que ha dado esta ciudad de habla cantarina. Eminente hebraísta e historiador de los judíos españoles, gozó de amplio y reconocido prestigio en los medios académicos españoles y, sobre todo, en los internacionales. Formó parte del Comité Presidencial de la Unión Mundial de Estudios Judíos y fue miembro de la estadounidense Academia Americana para el Estudio Judío, en unos años en que España no mantenía relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. El entendimiento de Franco con Hitler no era tan lejano, y el muro de incomprensión se mantuvo en pie hasta 1986, ocho años después del fallecimiento del estudioso.
Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, con solo 26 años obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura Hebrea en la Universidad de Salamanca, que abandonó en 1934 para ocupar el mismo puesto en la Universidad Central de Madrid.
Comenzaban los años más duros para los judíos de Europa y, de hecho, sus contactos con las comunidades hebreas de Francia le permitieron salvar en los años 40 numerosísimos documentos, buena parte de los cuales integran los fondos del Instituto Arias Montano, que él mismo fundó y que hoy está adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en Madrid.
Su compromiso absoluto con una cultura al borde de la desaparición no se podría comprender sin atender a la personalidad de este mirandés universal, devoto cuya fe le llevó a amar, y (a diferencia de tantos correligionarios) no a odiar al pueblo de Israel. Una visión del mundo que también le obligó a participar en numerosas obras de caridad o, mejor, de justicia social: colaboró durante años junto al padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo. Y no dudó a la hora de realizar cuantiosas donaciones, tanto en España como en países tan lejanos como Irán.
Esta visión cosmopolita y alejada de la mezquindad que tantas veces arrastra el ser humano podría hacer pensar que se mantuvo ajeno a los aconteceres de la política, ese monstruo que tantas vidas engulló en la España que él amaba. Pero Cantera ejerció de intelectual en el sentido clásico, el del estudioso comprometido, y participó en el encuentro de 1962 bautizado como el ‘contubernio de Múnich’, en el que las diferentes ramas de la oposición iniciaron una acción concertada para devolver la democracia a nuestro país.
Pero esa faceta no puede ocultar la de investigador, con una obra ingente en la que se debe destacar la traducción de la biblia hebrea al castellano, el análisis de los restos epigráficos hebreos de España, los estudios sobre los judíos españoles y sobre las sinagogas. También se le recordará por la traducción y estudio de la historiografía hebraicoespañola y por sus análisis de la literatura medieval castellana en relación con los judíos y conversos. Asimismo, fundó la revista Sefarad, en la que escribió numerosos artículos y que hoy se sigue publicando. Su discípulo José Luis Lacave, también mirandés, ha recogido una bibliografía que comprende 1.362 títulos entre libros, artículos y reseñas, escritos entre 1924 y 1976.
Cantera también centró su atención en su querida ciudad del Ebro, a la que dedicó estudios como el que analiza el ‘Fuero de Miranda de Ebro’, realizado en 1945, o el libro sobre ‘La judería de Miranda de Ebro’, publicada en la revista Sefarad entre 1941 y 1942.
Pese a ello, sobre su figura pende la maldición de que nadie es profeta en su tierra. Una calle comercial lleva su nombre y, desde el año 2001, una escultura recuerda al humanista mirandés, pero ello no ha servido para que el público de la ciudad sepa quién fue Francisco Cantera ni cuál es la importancia de su obra.
Contra esa desmemoria trabaja la Fundación Cultural Francisco Cantera Burgos, constituida en 1979 por deseo del hebraísta y depositaria de los fondos bibliográficos legados en su testamento. Hoy la biblioteca de la fundación está considerada la más importante de Europa sobre judíos españoles y la segunda del mundo, por detrás de la de Tel Aviv.
Entre los fines de la institución también destaca el objetivo de erigirse en referente de la cultura mirandesa y burgalesa, “y por ende castellanoleonesa, tanto para sus habitantes como para los de las provincias limítrofes, especialmente de Álava y La Rioja”, como señalan desde la institución.
Los Estudios Mirandeses, anuario de la entidad que ha visto 31 ediciones, se publican con carácter anual y son uno de sus buques insignia. También encontraron eco en el público de la ciudad libros como ‘Seis temas mirandeses’ (1981), ‘Miranda de Ebro en sus grabados’, ‘Monasterios mirandeses: Herrera y San Miguel del Monte’ (1999), el ‘Libro becerro de Santa María de Bujedo 1168/1240’ (2000) o ‘El castellano: disonancia latina con acento vasco. Valpuesta’ (2007).
También fueron muy celebradas reediciones de obras de Cantera sobre el Fuero de Miranda o su judería. Las huellas del hebraísta siguen dibujadas en el suelo mirandés. Solo falta que sus vecinos aprendan a leerlas.