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Un tesoro enterrado bajo los pies de Aranda de Duero

Texto: A. Allende

Un extenso entramado de bodegas construidas en la Baja Edad Media ocupa la mayor parte del subsuelo del casco antiguo de la ciudad ribereña

La historia de Aranda de Duero rezuma vino. El nombre de la villa evoca de manera inmediata sus viñas, que han sido determinantes en el devenir de la comarca hasta conformar la realidad social y económica actual. Y, a buen seguro, aún son un elemento fundamental para afrontar el futuro de la Ribera con optimismo.

El patrimonio vinculado al cultivo de la vid, a la producción de vino y a su comercialización es ingente en la zona; una riqueza que supone una excelente oportunidad para el desarrollo. La Junta de Castilla y León inició a mediados del mes de junio de 2013 el procedimiento para declarar Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Conjunto Enológico, el conjunto de bodegas de Aranda. Esta red de bodegas está conformada por un entramado de galerías que supera los cinco kilómetros bajo el casco urbano de la localidad ribereña, que fue construido fundamentalmente en los siglos XIV y XV.

El conjunto de Aranda conserva, junto a la trama medieval y los restos de la muralla, edificios ya declarados de Interés Cultural como la iglesia de Santa María, la iglesia de San Juan y un rollo de justicia. En este entorno, el elemento más destacado que justifica otra figura para garantizar su protección y promoción es la red de bodegas excavadas bajo las casas y todo el legado patrimonial relacionado con la arquitectura del vino, necesario para llevar a cabo las tareas de estrujado, prensado, trasiego y almacenado. La protección de estas bodegas constituye un atractivo más de la localidad de Aranda de Duero, de cara a la celebración de la próxima edición de la exposición de Las Edades del Hombre que tendrá lugar en 2014, en la iglesia de Santa María.

El devenir histórico de la localidad resulta básico para entender el rico patrimonio bodeguero arandino, y al revés. Es difícil interpretar un aspecto sin tener en consideración el otro. Es a lo largo del siglo XV cuando Aranda experimenta un importante crecimiento económico. La villa, designada Corte durante el reinado de Enrique IV, también vive entonces significativos cambios en su configuración urbanística. Este es el caso de la construcción una nueva muralla. En este contexto, bajo las casas del casco antiguo arandino, toma auge el desarrollo iniciado le centuria anterior del singular laberinto de galerías de más de cinco kilómetros. En el expediente que tramita la Administración para la declaración como Bien de Interés Cultural hay censadas 135 bodegas, de las cuales la mitad continúan abiertas; muchas de ellas como sedes de las peñas locales.

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El vino ya es parte fundamental en el esplendor económico de la villa desde la Edad Media. La recaudación de tributos que gravan la compra y venta de productos del ámbito vitivinícola alcanza un volumen considerable. El incremento de la demanda de vino, tanto en la comarca como en otros mercados próximos donde la climatología dificulta el cultivo de la vid, supone el surgimiento de una importante actividad comercial ligada a la vid. Burgos es entonces la principal consumidora de la producción arandina.

La extensa red de galerías que conforman las bodegas es el lugar perfecto para conservar la mercancía a una temperatura constante de entre 9 y 11 grados. El entramado reúne características muy similares en todo el conjunto.

Las galerías condicionan el desarrollo urbanístico. La disposición de las cuevas respeta la alineación con las viviendas, de manera que elude atravesar las calles para evitar que las vibraciones provocadas por el tránsito de animales y carros perjudiquen la fermentación del mosto. Resultan muy descriptivas las declaraciones realizadas por un testigo en un pleito en 1503, al afirmar que “tiene una bodega muy cercana a la calle Canaleja y le hacen mucho daño las carretas que pasan por la calle”. Otros testigos también coinciden en que el vino se avinagra en las bodegas situadas junto a calles muy transitadas.

El concejal de Turismo de Aranda; Alfonso Sanz, recalca que la declaración como BIC de las bodegas va a significar un impulso capital para la actividad turística. “Tenemos una historia de bodegas que los arandinos llevamos incrustada en nuestras entrañas, pero esto es un espaldarazo para ponerlo en valor y que tenga la repercusión que merece”, confía.

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En el Ayuntamiento están trabajando a toda máquina para llegar el próximo año a Las Edades del Hombre con todos los triunfos en la mano. Para ello, pondrán en marcha un centro de recepción de visitantes y otra oficina de turismo, editarán nuevas publicaciones y también cambiarán la marca turística. Todo con el objetivo de que al visitante no le pasen desapercibidos los numerosos atractivos de la comarca. Y aquí, las bodegas subterráneas tienen reservado un papel protagonista. “Es algo que nos diferencia de otros municipios por su singularidad y amplitud. Junto a la gastronomía es un recurso que tenemos que aprovechar”, apuntilla Sanz.

La bodega El Bolo, en la céntrica plaza de Santa María, es la sede de la peña El Chilindrón desde hace 35 años. Los mismos que tiene su presidente, Bruno Modrón. “Para nosotros es un privilegio tener una sede en un espacio tan singular”, recalca. El Bolo, que está excavada a 12 metros de profundidad, consta de dos naves con arcos de ladrillo y piedra y de tres zarceras como vías de ventilación. Los 165 miembros de la peña disponen de 200 metros en el subsuelo arandino para sus actividades, que se centran en celebrar costumbres y tradiciones de la localidad tales como matanzas y vendimias. “Cualquier cosa que sirva para hacer una fiesta”, remata el presidente entre risas.

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