Puentes romanos, cuevas visigodas, fortificaciones medievales, iglesias desmontadas y abandonadas… Cerezo cuenta con un contrastado conjunto monumental fruto de una historia de luces y sombras
Daniel González
Quizás a muchos burgaleses les suene una solitaria portada románica situada hasta hace poco en el paseo de la Isla que ronda la margen derecha del río Arlanzón a su paso por la ciudad. Una singular escena para los paseantes que debía su origen a la historia venida a menos de una localidad situada a 57 kilómetros de Burgos: Cerezo de Río Tirón.

La portada de la iglesia de Nuestra Señora de la Llana fue descubierta en 1931 en Vitoria antes de su salida hacia Estados Unidos. José Luis Filpo Cabana
Cercano a La Rioja, este pueblo de poco más de 500 habitantes está encajonado entre un cerro y el cauce del río Tirón. Su silueta actual, muy característica, es un reflejo de un esplendor medieval convertido en escombros en los últimos siglos del éxodo rural.
Historia marcada en piedra
Muchas civilizaciones dejaron su impronta en Cerezo. Los romanos construyeron dos puentes que todavía se conservan: el puente de San Ciprián, que sorteaba el arroyo Rudera; y el de San García, que se erigía sobre el río. Ambos son vestigios de la antigua calzada romana que unía Tarragona a Astorga, conocida como la Vía Italia in Hispanias.

Restos del castillo de Cerezo del río Tirón. Foto: Ayuntamiento Cerezo de Río Tirón
Ya con la caída del Imperio Romano, llegaron los visigodos. De su paso por la localidad se conservan unas cuevas que pudieron funcionar como eremitorios rupestres. Más tarde, debido a su situación fronteriza estuvo bajo dominio musulmán, hasta el año 891 que pasó a formar parte de los territorios cristianos.
A partir de esta época empiezan a construirse y reformarse los edificios más emblemáticos de Cerezo. Durante la Edad media fue una villa muy próspera, especialmente en los siglos XI y XII, cuando gozó de un gran poder económico y social convertido en un nudo estratégico para el tráfico de mercancías y de viajeros.
Reflejo de ello es el llamado Barrio de Arriba. Se extendía en la parte más alta del pueblo con las mejores vistas y fue el epicentro de la villa en su momento más boyante. Aquí se levantó el patrimonio medieval más valioso y el que ha salido peor parado: el castillo, las murallas y restos de dos de sus templos. Piedras desordenadas en la cúspide que contrastan con el resto del caserío que en los últimos siglos se ha ido desplazando desde la ladera del cerro hasta la ribera del río.

El caserío de Cerezo se ha ido desplazando desde la ladera del cerro hasta la ribera del río Tirón.
Una corona de piedra deshecha
Ya desde los lejos puedes vislumbrar lo que te espera. Del castillo y la muralla apenas quedan restos, ya abandonados en el siglo XIX, al igual que la joya románica que llegó a tener la villa: la iglesia de Nuestra Señora de la Llana, probablemente la primera iglesia de Cerezo.
Al suprimirse como parroquia en 1804, comenzó el abandono y la degradación del templo, acentuada por la mala calidad de la piedra y por los constantes expolios. Uno de sus elementos más ricos: el tímpano de la portada, que representan la Adoración de los Reyes Magos, salió del país y actualmente está expuesto en el Museo de Los Claustros de Nueva York. Más suerte tuvo su bella portada románica que a punto estuvo de embarcarse para Estados Unidos.
Afortunadamente fue descubierta en 1931 en Vitoria antes de su salida, haciéndose cargo de ella el alcalde de Burgos, quien la instaló en el paseo de la Isla de la ciudad. Allí reposó hasta hace un par de años, cuando se trasladó al monasterio de San Juan de la misma urbe.

Las ruinas de la iglesia de Santa María de Villalba corresponden a un edificio de estilo gótico-renacentista. Luis Rogelio HM
De la otra iglesia situada en el cerro, la de Santa María de Villalba, sí que se conserva algo más. Sus ruinas corresponden a un edificio de estilo gótico-renacentista del que aún quedan dignamente en pie parte del ábside y el campanario. En el siglo XIX, fue el principal templo de los tres que tenía el pueblo, pero el saqueo durante la Guerra de la Independencia y el progresivo traslado del pueblo hacia las orillas del río condujo hacia su abandono en 1929.
Con la consumación de Santa María de Villalba, ya solo quedó un templo activo al culto: la iglesia de San Nicolás de Bari. Neoclásica del siglo XVIII, es de grandes dimensiones y contiene diversos retablos traídos de las antiguas ermitas que hubo en el pueblo.
A pesar de su historia reciente marcada por una constante degradación de sus monumentos, el pueblo bien merece una visita. Especialmente en lo alto del promontorio, el Barrio de Arriba, lleno de ruinas sí, pero muy necesarias para no olvidar el abandono y expolio del patrimonio rural de la región de los últimos 200 años.
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