Los expertos coinciden: los primeros balbuceos del castellano no se localizan en San Millán de la Cogolla (La Rioja) sino en la colegiata de Santa María de Valpuesta en las Merindades de Burgos
En una pequeña península burgalesa que se adentra en tierras de Álava se acuesta entre montañas y profundos bosques el pueblo de Valpuesta. Un recóndito lugar con apenas veinte habitantes de la comarca de las Merindades, pero con una importancia vital para los más de 400 millones de hispanohablantes, ya que es la auténtica cuna y origen del castellano.
Fue en este pueblo, dentro del declarado Parque Natural de Montes Obarenes-San Zadornil, y más concretamente, en la colegiata gótica de Santa María de Valpuesta, donde unos monjes amanuenses escribieron el cartulario más antiguo de la Península Ibérica de que se tiene noticia. Estos documentos del siglo IX incluyen lo que se ha llamado balbuceos del castellano , es decir, palabras y expresiones de los monjes que pretendían escribir en latín pero a los que se les escapaban palabras con las que los campesinos del entorno llamaban a las cosas. Oraciones en las que el latín va desapareciendo y se aprecia el orden lógico del nuevo idioma.
Son más de 100 años más antiguos que las Glosas Emilianenses del Monasterio de San Millán de la Cogolla
Conocidos como Cartularios de Valpuesta, el historiador, filólogo y académico Ramón Menéndez Pidal ya los mencionaba en su estudio ‘Orígenes del español’, aunque no entraba en mayores consideraciones. Lo novedoso está en que hasta no hace mucho se consideraba que las palabras anotadas del castellano más antiguas eran las aparecidas en documentos del monasterio de San Millán de la Cogolla, escritas en el siglo XI. De hecho, numerosos expertos, además de la Real Academia Española (RAE), han certificado que son más de 100 años más antiguos que las Glosas Emilianenses del Monasterio de San Millán de la Cogolla y casi 175 años anteriores a las burgalesas Glosas Silenses.
Sin embargo, la presencia de falsificaciones entre los documentos más antiguos, con las que los monjes simulaban tener privilegios reales que, en verdad, nunca les habían sido dados, hicieron que los estudiosos miraran con desconfianza todo el conjunto y que se consideraran las glosas registradas en el monasterio de Santo Domingo de Silos y en San Millán de la Cogolla, del siglo XI, como los primeros registros escritos del español.

La colegiata de Santa María de Valpuesta, del esplendor en la Reconquista al declive con las desamortizaciones
Es incuestionable el significativo papel de esta zona de la provincia de Burgos como cuna del idioma del castellano. Por eso llama la atención el mal trato que le ha dado la historia más reciente a la colegiata de Santa María de Valpuesta. Su origen se remonta al siglo IX cuando se consolida el obispado de Valpuesta, el segundo de la Reconquista, en un momento en el que la Península, desde el Duero hacia el sur, estaba bajo el dominio musulmán. Valpuesta fue, de este modo, uno de los epicentros sobre los que se organizaba la fe cristiana en una amplísima jurisdicción territorial, desde Asturias y Cantabria hasta el sur de Burgos.
Una vez pasada la Reconquista, ya en el siglo XI el templo empieza a perder importancia, aunque eso no impide la construcción de la gran colegiata gótica del siglo XIV que podemos contemplar en la actualidad. Fue con la Guerra de Independencia y las desamortizaciones cuando sufre su mayor expolio, perdiéndose buena parte de sus bienes.
Pero de esa pérdida se salvaron los mencionados Cartularios de Valpuesta, un conjunto inconexo de documentos administrativos escritos sobre piel de berraco en los que distintos monjes de los siglos IX y X iban anotando donaciones, compraventas y herencias relacionadas con el monasterio.

Actualmente, y de forma que sirva como elemento de promoción turística, está prevista la rehabilitación de la propia colegiata de Santa María de Valpuesta, declarada Bien de Interés Cultural desde 1992. En ella destaca un retablo con un conjunto de tallas muy expresivas con los doce apóstoles, probablemente de la primera mitad del siglo XVI, así como un conjunto de vidrieras, obra renacentista del siglo XIV-XV. Una verdadera joya.