El objetivo de nuestra cámara corre el riesgo de enamorarse de Grajal de Campos, una localidad recoleta donde la belleza se reparte por igual entre los edificios públicos y las construcciones de adobe. En cinco siglos ha pasado de la grandeza al declive, pero sus calles se hacen acreedoras de una mirada asombrada
La talla imponente de los edificios públicos destaca en las calles silenciosas de Grajal de Campos, entre viviendas de dignidad humilde y limpia. Es el contraste entre el pasado señorial de esta localidad terracampina y el lento abandono de tapias a medio derruir, de solares vacíos que salpican el casco urbano.
Hay un silencio sin aspavientos en la forma que tiene Grajal de irse adaptando a los tiempos, que no es tanto como ir desapareciendo, aunque la disposición de sus construcciones de ladrillo y adobe sí tenga algo de aroma a despedida.
Las monjas ya no habitan el convento de Nuestra Señora de la Antigua y ya no viven maestros en las casas construidas para ellos junto a la antigua escuela. Pero esas viviendas siguen habitadas y eso es lo que importa en este pueblo que no llega a los 250 vecinos, en la frontera de León con Palencia.
También cabe felicitarse por la forma en que se ha reciclado el espacio del centro educativo; entre las cuatro paredes que albergaron aulas, pizarras y pupitres se suman hoy un centro cívico, una farmacia y un bar en el que nunca faltan parroquianos. A él se accede por las mismas pequeñas escaleras de terrazo y, si no fuera por los vinos y el aroma de la cocina, se diría que pervive el olor de la tiza, que aún se escucha el eco de las risas y las carreras.
Hoy los niños estudian en Sahagún, apenas a cinco kilómetros, y es que los graliarenses han construido su historia dentro de una relación de complicidad con la localidad vecina. En el año 1085 el rey Alfonso VI trasladó el mercado de Grajal a Sahagún, con lo que el pueblo perdió parte de su esplendor. Este comenzó a recuperarse con la concesión del Señorío de Grajal a la familia Vega, una decisión que marcó el espíritu local de forma definitiva.
A comienzos del siglo XVI Hernando de Vega mandó construir el castillo artillero que hoy da la bienvenida al visitante. También la casa palacio y la iglesia de San Miguel Arcángel, edificios conectados internamente para que los miembros de esta familia noble pudieran escuchar misa desde sus aposentos. A la sombra de ambos se extiende la Plaza Mayor, cuya notable amplitud hace de ella un espacio único.
Aquí debemos referirnos a la torre de San Miguel, cuyo diseño la hace verdaderamente singular. Este esbelto campanario de ladrillo cuenta con un cuerpo de cinco esquinas “y le falta una para tener cuatro”, como señala el dicho popular. La respuesta al acertijo reside en que no se trata de una planta cuadrada, puesto que una de ellas se retrae dejando seis lados y cinco esquinas; sería necesario añadir el trozo que falta para alcanzar la cuadratura.
Como en tantos lugares, los abusos de la nobleza dieron lugar a numerosos conflictos con el pueblo llano. En 1624 los vecinos presentaron un pleito contra los condes ante la Real Chancillería de Valladolid por los tributos excesivos y el uso de la cárcel local a capricho de los condes. El 14 de noviembre se llegó a un acuerdo con diferentes mejoras para los vecinos; se atenuó el uso desmedido de la fuerza y se abrió la posibilidad de vender vino y tener ganado menor.
El gran elemento patrimonial legado por la familia Vega, el castillo, está considerado como la primera fortaleza artillera de España. Es una impresionante construcción diseñada por el arquitecto Lorenzo de Aldonza y erigida entre 1517 y 1521. Posee una imponente planta cuadrada con cuatro torreones en los que se emplazaban las armas de mayor calibre.
Construido sobre un pronunciado talud, se asienta sobre los restos de otro castillo del siglo X. En un documento del año 967 se menciona la existencia del “castello de Graliare” y en sus escritos del monasterio de Sahagún se indica que la fortaleza se había otorgado al conde Raimundo de Borgoña. El castillo se convirtió en su residencia principal por cinco años, hasta su muerte en 1107. La actual edificación es una obra gótica tardía encargada cuando Hernando de Vega, temiendo la inminente revuelta contra el emperador Carlos V, no esperó la aprobación real para levantar la defensa. Cuando esta se produjo, en 1521, el castillo ya estaba concluido.
El inmueble siguió artillado en los siglos XVI y XVII, y cuando los condes dejaron de residir en Grajal (en los inicios del siglo XVIII) comenzó el declive del edificio. Fue declarado Monumento Nacional en 1931 y en la actualidad no se visita; fue rellenado de tierra al igual que su foso y a pesar de su excelente estado de conservación nunca ha sido restaurado.
No está de más una visita cultural e histórica al casco urbano de esta localidad, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo que nos ha tocado vivir, en el que la telefonía móvil ha popularizado al máximo las posibilidades de la fotografía. Dejemos que nuestra cámara o teléfono disfrute tanto como nosotros.
Texto y fotografía, Ricardo Ortega