Por fin puede decirlo con orgullo: la villa leonesa de Sahagún ya es Bien de Interés Cultural con categoría de Conjunto Histórico. Lo consiguió ayer, casi medio siglo después desde que se iniciara el expediente para su declaración. Y bien merece este título…
Daniel González.
Cuando estás en lo más alto la caída puede ser atronadora. Una realidad que bien conoce Sahagún cuyo apogeo histórico y religioso se ha materializado en un patrimonio lleno de cicatrices dejadas por unos últimos siglos marcados por las desamortizaciones y el abandono del medio rural, pero que no ha impedido su declaración ayer de BIC como Conjunto Histórico.
La decadencia de la localidad a partir de la Desamortización de Mendizábal hizo mucho daño a una villa cuya influencia se extendía a Cantabria en el norte y Segovia al sur. El ocaso del monasterio de San Benito, origen de la villa y de su esplendor en la Edad Media, hizo estragos en todo su patrimonio religioso marcado por el paso del Camino de Santiago y un arte mudéjar, que podría decirse que nació aquí antes de extenderse por toda la península.

Ubicada a media hora en coche al sur de la ciudad de León, Sahagún se acuesta por las llanuras terracampinas atravesadas por el río Cea y Valderaduey. Su historia comienza a partir de un pequeño santuario dedicado a los Santos Facundo y Primitivo, pero es con el reinado de Alfonso VI cuando el monasterio y por ende la villa adquieren mayor importancia.
El monarca concedió el fuero a la villa en 1085 y favoreció la consolidación de la abadía. De esta manera, El rey Alfonso, cuyos restos descansan en la localidad, convirtió a Sahagún en cabeza de los benedictinos españoles y motor de la reforma cluniacense. Todo ello sin olvidar el influjo imprescindible del Camino de Santiago, y que ha que ha continuado inalterable hasta nuestros días.

Cuna del románico-mudéjar
Un apogeo, especialmente en los siglos XI y XII, que ha dejado huella. Hecho, que se evidencia al elevar la vista por encima de los tejados y contemplar las portentosas torres mudéjares de sus numerosos templos.

La iglesia de San Tirso es una de las primeras del arte románico-mudéjar de España. Su bella torre es una reconstrucción exacta de la desaparecida original, que se derrumbó en 1948 arrastrando consigo los ábsides en los que se apoyaba. La otra gran joya del románico sahagunenses, la iglesia de San Lorenzo, está construida íntegramente en ladrillo. Con perfecta geometría del arte morisco, presenta las mismas características arquitectónicas que la de San Tirso.


Menos suerte ha corrido el prestigioso Monasterio Real de San Benito. De su autoridad e inmenso tamaño solo quedan muros ruinosos. Declarado Monumento Nacional en 1931, actualmente conserva dignamente tres de sus elementos: el Arco de San Benito, la Capilla de San Mancio, que muestra uno de los primeros muros de estilo mudéjar de la Península, y la Torre del Reloj, construida en sillería.

Y no podemos olvidarnos de la iglesia de la Peregrina, a las afueras de la localidad. Su nombre se debe a su situación como paso de los peregrinos en su camino hacia Santiago de Compostela. A pesar de las reconstrucciones y restauraciones sufridas a lo largo de los años, aún se puede apreciar claramente su estructura mudéjar, destacando los restos de las yeserías moriscas de la sacristía.

El conjunto histórico
Todos estos monumentos mencionados, por sí solos, ya configuran un conjunto lo suficiente atractivo para merecer una parada en el itinerario, tanto del peregrino como para los turistas espontáneos.

El Camino de Santiago Francés, que cruza longitudinalmente la villa, le otorga su particular morfología urbana y su característica zona triangular. Del entramado urbano medieval quedan muy pocos vestigios, aunque sí que pueden observarse notables ejemplos de arquitectura tradicional, caracterizadas por el estilo llamado “de poste y carrera”, con entramados de madera en diferentes direcciones y cuyos espacios se rellenan con ladrillos o adobes.
Ahora, los sahagunenses pueden decir que sus casas forman parte de un Conjunto, de un todo unificado. Aunque, en realidad, no deja de ser un título para referirse a algo que los vecinos ya sabían. Porque la vida sigue igual, tranquila, salvo los días de mercado en torno a la Plaza Mayor los sábados por la mañana, que recuerdan el bullicio perdido de siglos pasados, pero cuyos ecos todavía se pueden escuchar.
Reportaje gráfico: Ricardo Ortega