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La herrería de Compludo

Valle del Meruelo arriba, rodeado de una exuberante vegetación en la que abundan bellos ejemplares de castaños, robles y encinas, se esconde uno de los monumentos más interesantes de la comarca leonesa del Bierzo. Recurso turístico del valle de la Abadía de Compludo, que ve cómo cada año aumenta el número de visitantes, deseosos de saciar de su curiosidad sobre esta antigua fragua que todavía continúa en funcionamiento.

Un remanso de paz

La senda que conduce hasta aquí es un remanso de paz que prepara nuestros sentidos para la sorpresa. De pronto, entre la vegetación, afloran los recios muros de piedra de la herrería acompañados del murmullo del agua que alimenta el ingenio mecánico. Declarada Monumento Nacional en 1968, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando emitió un dictamen recomendando su nombramiento por su antigüedad y por su peculiar sistema de funcionamiento del martillo pilón y la fragua, en la que se ve perfectamente el llamado ‘efecto Venturi’ o ‘tromba romana’, único en España que lo posee.
También su mecanismo accionado con madera y refuerzos de hierro, lo que le da un valor añadido indiscutible y exclusivo.
Muchas son las teorías sobre el origen de este icono de la arquitectura industrial medieval, pero nada contradice su vinculación con el poblamiento de la zona asociado a las fundaciones monásticas.

Coreografía de siglos

Si ya en el exterior llaman la atención los golpes secos que produce el mazo en funcionamiento, el interior nos deja atónitos al ver esa mole de hierro y madera golpear rítmicamente el metal incandescente con una coreografía inalterada desde hace siglos, gracias a la pericia y conocimiento del herrero de la iniciativa Vita Natura et Legenda, que gestiona las visitas a este recurso. Mientras el sonido y los claroscuros de los rayos de luz que se filtran por el techo recrean una atmósfera mágica, la fragua del fondo resopla, lanzando al aire miles de chispas impulsadas por la corriente de aire generada por el agua que alimenta una turbina.

Se realizan visitas guiadas cada media hora, con una duración de unos veinte minutos, en las que el herrero pone en marcha el mazo pilón y la fragua, además de explicar todo el proceso. Por cierto, como reconocimiento a la importancia e interés de la Herrería de Compludo, recientemente le ha sido concedido el Certificado de Excelencia de TripAdvisor, el sitio web de viajes más seguido en todo el mundo.

El Valle de la Abadía de Compludo ofrece otras opciones muy interesantes y atractivas. Empezando por sus pueblos, Espinoso, Compludo, Carracedo y Palacios, muy bien conservados y que regalan bellas estampas gracias a los magníficos ejemplos de arquitectura popular que conservan.

De visita obligada en Espinoso es el Espacio Expositivo Artebaida, que muestra una gran maqueta en la que se reproduce fielmente y de manera magistral el Castillo Templario de Ponferrada, además de castros prerromanos, poblados de pallozas como Campo del Agua, bellas y representativas muestras de la arquitectura tradicional y escenas costumbristas. El Aro de la Miédola, antigua balsa utilizada para el lavado de oro que data de la misma época que Las Médulas; pasear por el Valle del Meruelo entre extensos bosques de robles hasta el paraje de Santa Eulalia, donde se encontraba uno de los dos campamentos romanos que hubo en la zona; continuar hasta la La Igrisuela, donde podremos ver los restos de un barracón, construido sobre antigua iglesia medieval, y que sirvió de residencia para los trabajadores de la mina de wolframio cuya bocamina podremos ver situándonos a la derecha de la construcción.

También los Prados de Vegamolín, donde se encuentran los Molinos de Arriba y de Abajo, mencionados por primera vez en el Registro del Marqués de la Ensenada.
El lugar donde se encuentra Compludo fue el elegido por San Fructuoso para fundar en el siglo VII el primer monasterio visigodo dedicado a los santos Justo y Pastor, dando lugar a un movimiento eremítico y monástico desconocido hasta ese momento en la Península Ibérica.

Recorrer sus calles sin asfaltar, descubrir rincones donde el tiempo parece detenerse, pararse a admirar la pequeña iglesia del siglo XVI que formó parte de un convento ya desaparecido y, por supuesto, disfrutar de su arquitectura popular hacen que Compludo se convierta en un recuerdo imborrable.

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