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Rutas culturales: guía para principiantes

Texto: Alberto Luque

Recuerdo que hace casi quince años, según empezábamos a trabajar en el Camino del Cid, me dispuse a elaborar un inventario de las rutas que existían por entonces. Al sobrepasar el centenar lo dejé por imposible, tal era su número. Había rutas de todo tipo: largas y cortas, humildes y fastuosas, locales y autonómicas. Os hablo de 2004. Parecía existir una fiebre por las rutas. Valía todo. Era como si cualquier elemento etnográfico o singular requiriese de un camino señalizado que indicara su existencia: desde la Ruta de las Hormigas o del Tocino a la del Quijote.

Alberto Luque, Consorcio Camino del Cid
Alberto Luque, Consorcio Camino del Cid

Hoy, muchos de estos itinerarios han desaparecido, algunos sepultados bajo el peso de las importantes inversiones que los hicieron posibles. Quedan, como restos de un naufragio, algunas señales desvaídas por el sol que deberían servir de aviso a navegantes. Las causas de ese fracaso son numerosas y no necesariamente debidas a la mala gestión. También nosotros, desde el Camino del Cid, hemos seguido nuestro propio curso, con aciertos y errores. Quizá nuestra experiencia pueda servir para quienes están pensando en lanzar, o relanzar, una ruta.

El punto de partida es que no vale todo. Una ruta no es un camino señalizado. Una ruta es la gente que la recorre y la gente que la hace posible, y aquí me refiero, especialmente, a la gente que vive en los lugares por los que pasa. Los caminos los hace la gente y existen porque se recorren. Una ruta señalizada es solo una infraestructura, nada más.

La palabra infraestructura aparece naturalmente asociada a la palabra ‘inversión’ Se atribuye a Marx (Groucho) aquello de que hay cosas más importantes que el dinero, lo malo que para conseguirlas es necesario el dinero. Bueno, no siempre es así. Cuántos proyectos de seis cifras han desaparecido en la más espantosa nada. El dinero no es un seguro de vida. Lo importante, hablando de turismo, es tener un producto.

Si preguntáis a un bodeguero amateur cuál es el mejor vino del mundo, afirmará sin sonrojo que el suyo, aunque no siempre pueda reconocer su propio caldo en una cata a ciegas (¡ojo, no siempre es fácil!). En realidad, no existe objetivamente el mejor vino del mundo si no es en relación a quien va a beberlo. El mejor vino del mundo es aquel que satisface plenamente las expectativas de quien lo compra.Palomar-de-Recuerda-y-al-fondo-fortaleza-de-Gormaz,-Soria-(Cappa-Segis)

Con las rutas pasa lo mismo: lo primero es conocer bien tu producto y para ello es importante meterse en la piel del viajero y conocer el mercado. Hay que pensar en las razones que le pueden llevar a comprar “tu vino” y a preferirlo frente al de la bodega de al lado, o frente a uno australiano, francés o chileno. Lo más sencillo es preguntarse: ¿Yo sería capaz de recorrer esta ruta? ¿Utilizaría diez días de mis vacaciones para hacerlo? ¿Sacrificaría para ello otras opciones en principio más atractivas? ¿Cuánto estoy dispuesto a pagar por ello?

Estas cuestiones son fundamentales. Algunos despachos provocan ceguera. El problema de algunas rutas es que han sido creadas desde un sillón con ruedines, tirando de planos o de Google, y eso no funciona. Esto es muy visible en muchos jardines: el paisajista diseña una red caminos, pero si no están bien pensados al final es la gente la que traza los senderos dejando su huella en el césped.

Conocer la propia ruta es comprender sus posibilidades y limitaciones: hay que recorrerla y vivirla para recalar en su singularidad, en aquello que la hace diferente y le confiere su personalidad. Después, tendrás que averiguar quién puede estar interesado en visitarla y buscar los medios a tu alcance para hacerle llegar tu mensaje. Esto es muy importante y está vinculado a internet como el modo preferente de promoción turística. Internet nos ha dado diversas herramientas relativamente baratas (web, redes sociales…) para competir con los grandes de tú a tú en cualquier lugar del mundo.

Cualquier destino, si lo hace bien y trabaja mucho, puede lograr un buen posicionamiento. Hay quien se empeña en utilizar parte de sus presupuestos en pagar a grandes compañías de comunicación (que quizá estén muy lejos del propio destino y ni siquiera lo conozcan presencialmente) para que doten a sus páginas y redes sociales de contenidos. Generalmente eso no funciona, porque no es real, es impostado. Si tú eres quien mejor conoce el destino, eres tú quien debe hablar de él. Tú y, por supuesto, tus mejores prescriptores: tus visitantes. Hay que darles voz, incluso cuando sus comentarios sean negativos.

A veces, lo peor de una crítica no es la incidencia que la ha originado, sino el modo en que se intenta resolver o tapar. No se puede agachar la cabeza: lo que no funciona hay que corregirlo y, si esto no es posible, al menos avisarlo. Nuestros visitantes son nuestros mejores auditores, ¡y encima lo hacen gratis! No te puedes limitar a defenderte o a criticar a quien te critica: es poco profesional y poco práctico.

Llegamos así a un punto fundamental, el del dinero en sus dos vertientes: la inversión y el retorno. Respecto de la primera, volvemos al principio: la calidad de una ruta no se mide por el dinero invertido sino por su capacidad para atraer a un público afín, y pongo por caso la Trasandalus, una atractiva ruta ciclista en Andalucía que nació por la iniciativa de particulares con presupuesto cero.

La otra vertiente, para la que todos trabajamos, es la del retorno. Es curioso, porque durante los años de “vacas gordas” la importancia de los proyectos turísticos se medía más por la inversión que por los beneficios que pudiera traer a largo plazo. Estos ni siquiera se planteaban. Se valoraba la ocurrencia, no la viabilidad. Afortunadamente esto ha cambiado. El retorno se puede medir de muchas maneras; lo importante es que las fórmulas de medición se fijen a priori, de modo que los resultados sirvan para ayudarnos a comprender la realidad y no para construir una realidad ficticia.

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