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El Románico nos asalta en Revilla de Santullán

El Románico del Norte nos sorprende en pequeñas localidades como Revilla de Santullán, en la Montaña Palentina. La iglesia dedicada a San Cornelio y San Cipriano brinda al visitante unas tallas de fina labra que han llevado a describir el templo como “una las joyas más íntegras del románico español»
Ricardo Ortega

Las cicatrices aún visibles en el paisaje montañoso nos recuerdan que la mano del hombre dominó durante décadas el subsuelo de Barruelo de Santullán, en las estribaciones de la Sierra de Híjar. Nos encontramos al norte de la provincia de Palencia, ya cerquísima del límite con Cantabria, y aquí las pequeñas localidades saben lo que es luchar por la supervivencia.

Es el caso de Revilla de Santullán, a un kilómetro escaso del casco urbano de Barruelo y dentro del mismo municipio. Aunque apenas ronda la veintena de vecinos, la actividad económica y cultural no se detiene en todo el año, sobre todo gracias a dos entidades: la junta vecinal y la Asociación Cultural Peña Ruz.

Preside el conjunto de casas el que quizá sea el mayor tesoro de la localidad: la iglesia de los Santos Cornelio y Cipriano, un excepcional edificio románico de principios del siglo XII. Destaca su portada, con decoración escultórica sorprendente por su belleza y por la pericia de quienes labraron la piedra.

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Esa habilidad fue mayor, es cierto, en los capitales que en la arquivolta, pero aun así esta nos depara algunas sorpresas. Así lo señala Jaime Nuño González, director del Centro de Estudios del Románico, de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico. Hay que mencionar que el templo de Revilla guarda un estrecho vínculo histórico con el Monasterio de Santa María la Real, situado en Aguilar de Campoo y que alberga la sede de la fundación.

La documentación del monasterio aquilarense se hace eco de varias donaciones y transacciones en el término de Revilla desde el primer cuarto del siglo XIII. Se encarga de recordar esa ligazón la maqueta que, en ese monasterio, recrea a la propia Revilla en el tiempo en que se construyó la iglesia.

Nuño destaca que esta joya de la arquitectura “es prototípica de los pequeños templos rurales de Castilla y León, de eso que se ha denominado románico de concejo”, apunta. Era el edificio principal de una aldea de menos de cien habitantes formada por pequeñas cabañas, de modo que los habitantes de la zona “identificaban el pueblo por ese edificio, con mucho el más alto y también el más sólido”. Un templo de una sola nave, “como corresponde a la iglesia de una aldea, en la que los vecinos asistían de pie (o con pequeños reclinatorios) a los oficios religiosos”.

Respecto a la portada, Nuño subraya que su buen estado de conservación obedece al añadido, en el siglo XVI, de un pórtico. Destaca la calidad de los capiteles, decorados con motivos vegetales y también religiosos, como las tres Marías ante el sepulcro de Jesús o el caballero alanceando un dragón, habitual representación de la lucha del bien contra el mal.

Por encima de todo llama la atención la escena representada en la arquivolta, una última cena presidida por Jesús con seis apóstoles a cada lado, y en su parte derecha encontramos la principal rareza de la portada, y por ello su principal atractivo: la representación del propio artista, con el texto ‘Michaelis me fecit’. Miguel me hizo. “Se trata probablemente del maestro de obra, que maneja un cincel y consulta su libro de copias para trasladar sus ideas a la piedra”, explica Nuño.

En la Enciclopedia del Románico
El estudioso José Manuel Rodríguez Montañés señala en la Enciclopedia del Románico, de la misma fundación, que ningún documento precisa la fecha exacta de construcción de la iglesia. La construcción, de finales del siglo XII, ha llegado hasta nuestros días “con ligeras alteraciones y añadidos, principalmente el pórtico y sacristía modernos -posiblemente del siglo XVI- y el cuerpo de campanas y cubierta de la nave”.

Se compone de nave única sin separación de tramos y un ábside precedido por presbiterio rectangular, al que da paso un arco triunfal que reposa en semicolumnas coronadas por capiteles historiados. “La portada se abre en un antecuerpo del muro meridional de la nave”, subraya Rodríguez Montañés, quien destaca que sobre el muro del hastial se alza una bella espadaña románica con doble vano de medio punto. Dos ventanas se abren en el ábside: una fuertemente abocinada en el eje y la otra, de menor envergadura, en el paño meridional del presbiterio.

También se detiene este capítulo de la Enciclopedia del Románico en “la excepcional portada meridional”, protegida por el moderno pórtico, que “nos traslada al más exquisito refinamiento del románico tardío palentino”. La ya señalada protección de la portada “la ha preservado de la erosión y explica el impoluto estado de conservación de los relieves”, cuya calidad justifica el entusiasmo de quien la clasificó entre las joyas más íntegras del románico español.

En el interior destacan la pila bautismal y los vestigios de las pinturas murales presentes hasta finales del siglo XIX o principios del XX. Combinando temple y fresco, parecen vincularse al denominado maestro de San Felices. Tras ser robadas, las pinturas se encuentran hoy en Bexley, Inglaterra. Sin posibilidad de ser recuperadas, debemos conformarnos con la impronta que dejaron sobre las paredes.


(Con fotografías de Victoria Díaz, María Prieto y César del Valle)

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