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En mi frontera

“Nudo ferroviario del norte de España”. Así describían Miranda de Ebro los antiguos libros de EGB, como recuerda el arqueólogo Rafael Varón en un repaso sentimental por los tesoros de esta ciudad situada en plena ‘muga’ con el País Vasco. Una mirada en absoluto objetiva (el autor se reconoce “cegado por el cariño a las águilas del escudo”) sobre los valores históricos y artísticos de una localidad cosida por el Ebro

Rafael Varón
Rafael Varón

Nací en el lado mirandés del Ebro, en aquel viejo hospital de Santiago que había crecido sobre uno todavía mucho más antiguo. Y aunque uno no es determinista y considera que la humanidad está por encima de estas cosas, lo cierto es que es una marca que camina conmigo y es inevitable en mi historia personal.

Cuando ataco la moleskine todavía no ha terminado el Estado de Alarma en el que llevamos ya ni se sabe. Mi padrón no me permite cruzar la muga del territorio histórico en el que figuro. No puedo pasar a aquel otro -no menos histórico- en el que crecí. Allí espera la familia a la que hemos podido telever estos últimos meses y, además, nos aguardan lugares, paisajes y gentes de las que disfrutar.

Como decían mis libros de EGB, Miranda de Ebro es una ciudad industrial, nudo ferroviario del norte de España. Hoy, y sin terminar de salir de la crisis anterior y a las puertas de una nueva, parece que este enunciado no sea más que una frase humorística de un monólogo cómico.

Con todo, uno se congratula de que tengamos algunas gentes que siguen pensando y trabajando en cómo convertir esa triste comicidad en una valiente apuesta de futuro.

Visitar el paisaje y paisanaje mirandés es, como en otros lugares, una experiencia sensorial. Antes, negativa (la papelera marcó nuestras pituitarias durante décadas) y hoy positiva, porque los tiempos han cambiado gracias a la modernidad y a la necesidad.

Un vial sobrevuela la ciudad prerromana de Deobriga en dirección a Ircio.

Ojo. En ocasiones lo moderno es volver a disfrutar de valores antiguos, como el necesario contacto con una naturaleza que rodea la cuenca de Miranda, que contiene paisajes ondulados dejados por el Ebro y los empinados aledaños montañosos de los Obarenes. Sus rutas escondidas encandilan a quien viene a conocer este entorno, o a competir en las actividades deportivas que ofrecen los senderistas y montañeros de la ciudad.

En esa naturaleza exuberante se enclava el escenario de nuestra mejor expresión popular. En la Laguna de San Juan del Monte se apiña la romería más numerosa de ese norte de España que decían los libros escolares. Esa fiesta en la que nadie es forastero y que el bicho nos ha impedido celebrar este año. Investiguen esas fechas alegres, háganse con una blusa y un pañuelo y reserven en su agenda el agregarse al espectáculo multicolor de su nueva celebración favorita tras estos días infames.

Si lo suyo es vivir la vida más tranquila mezclen la cultura con el ocio hostelero: la recuperación de valores históricos y artísticos en el conjunto urbano es un hecho. Amenazado siempre por la estupidez y la especulación, pero brillante en lo que nos queda y en lo que debemos saber conservar y legar a quien venga, sea turista o uno de nuestros nietos.
Al conjunto histórico es una obligación asomarse (un ‘must’ que dicen los actuales ye-ye) y podrán disfrutar de su trazado medieval, aquel que vigiló e intentó someter un viejo señor feudal desde un castillo enrocado en la Picota y que vio pasar innumerables tropas durante nuestro convulso siglo XIX.

Y si cruzan el Ebro encontrarán que aquel siglo se abrió paso hacia el XX, se ensanchó la ciudad y se cultivó con pequeñas joyas arquitectónicas que representan el avance burgués de una sociedad que observaba desde sus coquetos miradores.

Un grupo de visitantes recorre el que fue mayor -y más duradero- campo de concentración de la historia de España.

Sí, la modernidad y la necesidad también han mejorado en cómo acogemos a los viajeros: la oferta hostelera, la buena, la que parte de años de tradición y de profesión, la que nos es propia, ofrece un ‘pincheo’ notable. Pero existe también la opción de sentarnos a una mesa corrida en la que fomentar la amistad con una gastronomía mestiza, fronteriza, que aúna calidad, historia y producto local.

Sin olvidarnos, por supuesto, de aquellos sitios en los que los manteles y las servilletas de tela se unen a una forma singular de entender la gastronomía forjada en las recetas heredadas de nuestras mayores, pero que no olvida la necesaria innovación.

Supongo que todo esto se corona con que quien suscribe -quizá cegado por el cariño a las águilas del escudo- cree que a nuestras visitas se les ensancha el alma cuando se acercan hasta aquí porque el paisaje lo provoca, pero el paisanaje lo refuerza.


Reportaje gráfico, Ricardo Ortega

Homenaje al senderismo en Miranda de Ebro

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