Artistas plásticos nacidos hace más de 20.000 años nos legaron una herencia de valor incalculable junto al río Águeda, en la comarca de Ciudad Rodrigo. Es Siega Verde, uno de los conjuntos de arte paleolítico al aire libre más sobresalientes de la Península Ibérica
Ricardo Ortega
Hombres y mujeres que vestían pieles sin pulir y cazaban animales hoy desaparecidos habitaban la actual comarca de Ciudad Rodrigo hace decenas de miles de años. Una concepción mágica de la naturaleza y el papel de la fauna para estas comunidades humanas llevó a realizar grabados sobre la roca que han perdurado en el tiempo, hasta ser descubiertos de forma tan reciente como 1988. La densa vegetación protegía para nosotros 645 figuras, en su mayor parte de animales, que conforman el mayor enclave con grabados paleolíticos de España. Por eso cabe decir que la estación rupestre de Siega Verde es el conjunto de arte paleolítico al aire libre más importante de Castilla y León y, junto al cercano conjunto portugués de Foz Côa, el más sobresaliente de la Península Ibérica.
Se encuentra en las márgenes del río Águeda, unos 15 kilómetros aguas abajo de Ciudad Rodrigo, en Salamanca. En ese paraje el curso del río tiene su último vado antes de encajarse en las Arribes, y en él permanecen pozas con agua incluso en los momentos de mayor estiaje. Sin duda, ya en el Paleolítico era un lugar especial, elegido por las tribus cazadoras por tratarse de una zona de paso y un privilegiado punto de control de los animales que acudirían a este abrevadero permanente.
Debidamente estudiado, protegido y señalizado, el yacimiento nos ofrece la posibilidad de aproximarnos a las condiciones de vida de aquellos artistas prehistóricos. Las visitas, guiadas, se realizan en pequeños grupos para preservar los grabados, realizados en el periodo entre el 20.000 y el 11.000 antes de nuestra era. Las especies más representadas son équidos, bóvidos, cápridos y cérvidos, además de algunos signos, especialmente claviformes, cuyo significado está abierto a la interpretación.
Las imágenes están realizadas sobre esquistos (rocas laminares) diseminados por la ribera izquierda del Águeda. Se llevaron a cabo ‘dibujando’ las siluetas de los animales, siempre de perfil, añadiendo algunos trazos para reflejar los detalles anatómicos: crines, hocicos, musculatura, marcas en el pelaje…
Las técnicas empleadas fueron principalmente dos: el piqueteado, que delimita a base de puntos el contorno de la figura, y la incisión o dibujo a través de una fina línea grabada, sistema preferido para las figuras de menor tamaño. Las composiciones tienen un significado complejo, que se nos escapa. Solitarias o formando escenas, dinámicas o en posiciones estáticas, estas representaciones de la fauna que pobló la meseta durante la última glaciación nos hablan del mundo simbólico de los hombres paleolíticos, de las propiedades mágicas de la caza y quizá de la distribución de los territorios entre las tribus.
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