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Paso a paso por el robledal de Riaza

Ricardo Ortega

Es hora de volver al monte y visitar sitios como el robledal de Riaza. Las hayas son protagonistas de una singular ruta de senderismo trufada de historia y leyenda, que nos lleva hasta el límite con Guadalajara. Debemos prestar atención porque es tan importante poner bien el pie en el camino como hacer inventario de los elementos etnográficos que saludan nuestro paso.

Siempre es bueno regresar a Riaza, esa localidad castellana, profundamente segoviana, que se asoma a los confines de la provincia, allí donde se pueden tocar con las yemas de los dedos los territorios de Soria y Guadalajara.

Estamos a los pies de la sierra de Ayllón, en las estribaciones del Sistema Central, y es el acto mismo de respirar el que nos pone sobre la pista: ya estamos a mil metros sobre el nivel del mar y la flora no guarda excesiva relación con la de otras latitudes.

Es pocos minutos nos adentraremos en la naturaleza desbordante regada por el río Riaza. Aprenderemos algo más sobre los habitantes de esta tierra de repoblación, aunque esa colonización ya haya cumplido ocho siglos, y seremos testigos de un lento declinar de las formas de ser y trabajar tradicionales. Ahora la especie dominante es el turista llegado de la capital de España. Bienvenido.

Un apunte de historia

Antes de comenzar la ruta nos aseguramos de que hemos sacado punta al lapicero. Pasaremos la primera hoja de nuestro bloc. Nos limpiamos bien las gafas para no perder un detalle de la jornada, aunque al trasladar esta vivencia al lector nos apoyemos en las herramientas que nos brinda internet, como la magnífica página web de la localidad.

Algunos de los datos reflejados en este reportaje vienen directamente de ella. La memoria es frágil y preferimos maravillarnos con el paisaje antes que descuidarnos tomando notas.

Los orígenes de la localidad parecen situarse en el siglo XI, dentro del proceso de repoblación, decíamos, que seguía al avance hacia el sur de los reinos cristianos. Es en este momento cuando surge, cerca del río Aza, una aldea de población escasa aunque permanente, que llegará hasta nuestros días con el nombre de Riaza. Está dedicada al aprovechamiento forestal, ganadero y principalmente minero de los filones de hierro que abundan, especializándose en la forja y trabajo de este mineral.

rioAlgo de ello se refleja en las crónicas de la época. Como recuerda la página web de la localidad, en 1139 el rey Alfonso VII dona al obispo de Segovia “una aldea de herreros situada entre Fresno y Sepúlveda”, pasando a ser un lugar de dominio eclesiástico. Como tal, sus habitantes quedan exentos de hacer servicio alguno y no pagan tributo a nadie que no sea el obispo.

Del mismo modo, la aldea se independizaba respecto al municipio de Fresno y el rey autorizaba a los habitantes la explotación de minas y filones de hierro sin tener que pagar tributos a otros pueblos.

Un último apunte histórico mientras nos abrochamos las botas: no es hasta el año 1235 cuando encontramos la denominación de Riaza: en la pesquisa hecha por Gonzalo Abad (alcalde del rey Fernando III) con motivo de las disputas entre Sepúlveda y Fresno por asuntos de montes y pastos.

cruce, señal, señalización

Una ruta paso a paso

En el Pabellón Deportivo Municipal tomamos la carretera vieja de Riofrío de Riaza y nos desviamos en el primer camino que sale a nuestra izquierda. Poco después dejamos una rodera a la izquierda y avanzamos hacia el valle del río Riaza.

Cada vez son más frecuentes los robles que escoltan el camino ente los viejos muros de piedra. Ya en el valle, nos reciben las ruinas del Molino Viejo. Unos tablones de madera nos facilitan el paso del antiguo caz e inmediatamente cruzamos el río por un puente de madera.

Continuamos por el sendero aguas arriba y pasamos por una portera que nos introduce en una finca de la que saldremos enseguida por un segundo paso. La senda se separa ligeramente del río para cruzar el arroyo de Peña Blanca.

Superamos un pequeño repecho, y sin perder la referencia el río a nuestra derecha, llegamos a un alto desde el que se domina gran parte de la Sierra de Ayllón. Al fondo destaca el Pico del Lobo, a 2.273 metros de altitud, y al lado de la Estación Invernal de la Pinilla. La senda continúa por la parte alta, ofreciendo espectaculares vistas del valle que se encaja en las pizarras.

Riofrío de Riaza se levanta sobre la desembocadura del arroyo Fontarrón, formando una de las estampas más bellas del recorrido. Avanzamos paralelos al arroyo a cierta altura sobre el cauce. Pasamos bajo un tendido eléctrico y dejamos un sendero a la izquierda.

Seguimos de frente hasta un portera por la que saldremos a una pista forestal que tomamos a la derecha en dirección a Riofrío de Riaza. Tras una suave bajada cruzamos el arroyo Fontarrón a través de un puente y subimos un fuerte repecho para entrar en Riofrío de Riaza junto a la iglesia parroquial de San Miguel.

Este pequeño pueblo es el más alto sobre el nivel del mar de la provincia de Segovia, a 1.312 metros de altitud. Hemos llegado a las faldas de la sierra de Ayllón, a los pies del puerto de la Quesera. El siguiente pueblo ya pertenece a la provincia de Guadalajara. En este término municipal nace el río Riaza.

La principal actividad económica fue aquí la producción de patata de siembra, de la variedades roja de riñón, deside, palogan. En la actualidad solo se siembran pequeñas parcelas.

La presa de Riofrío

Veremos que la población se sitúa en una pequeña meseta limitada por dos profundos valles, por los que corren el río Riaza y su afluente el Venal. El término municipal tiene forma de triángulo, teniendo como vértices Peña las Sillas, Collado Merino y el Lomo de las Eras. El río Riaza, que en su nacimiento se alimenta de los acuíferos de Peña las Sillas, traza la altura del triángulo pasando cerca de la población, donde es embalsado por la presa de Riofrío.

Todo el término, muy accidentado, está jalonado por profundos barrancos y grandes pendientes superiores al 50%. A menos de tres kilómetros existen picos como Collado Merino y Zopegado, y otros como Mesota (La Buitrera) y el Mojón Alto, que superan los 2000 metros.

Desde los Altos de la Cuerda se descuelgan bruscamente cerros y barrancos hasta el cauce del río Riaza donde desembocan multitud de riachuelos, que no se secan en verano.

Virgen de Hontanares

La Virgen de Hontanares

Aún estamos con fuerzas y hemos decidido regresar a Riaza ampliando un poco nuestro campo de interés. No es mala idea caminar dos kilómetros más e incluir en nuestro periplo la ermita de la Virgen de Hontanares, de tanta importancia sentimental para las poblaciones del entorno.

En un primer momento desandamos nuestros pasos en dirección a Riaza, hasta que cruzamos un paso canadiense y seguimos por la derecha para abandonar la pradera. Nos adentramos en el robledal.

Cruzamos un arroyo y poco después nos encontramos con un cruce de caminos en el que continuamos de frente. Tras pasar por una vieja portera vadeamos el arroyo de Peña Blanca. En este último tramo la subida es más brusca, pero enseguida llegamos a la Pradera del Collado, donde nos desviaremos a la derecha en dirección a la ermita.

En nuestro camino hemos ido atravesando los arroyos de las Manadillas, del Jabalí y de las Guajardas, que contribuyen al verdor de este amplio espacio antes de juntar sus aguas pocos kilómetros más abajo.

Hemos llegado a una nueva etapa volante. Estamos a 1.400 metros de altitud, en el paraje de Mata Serrana, rodeados por un magnífico bosque de robles y un pinar de repoblación.

Una ermita y un pueblo abandonado

A nuestros pies se abre una extensa pradera en la que rezuma generosa el agua de varias fuentes. En los días claros las vistas sobre la campiña se extienden en el horizonte hasta la provincia de Burgos. Y fue aquí donde se erigió la ermita, en 1606, sobre los restos de la iglesia de la aldea de Hontanares, más adelante despoblada y en gran medida absorbida por el Concejo de Riaza.

En el interior del templo cabe destacar el retablo mayor, muy sencillo, con tres lienzos: el de la parte de arriba de la calle central representa la asunción de la Virgen a los cielos, el de la derecha representa la anunciación y el de la izquierda el nacimiento de la Virgen.

Está presidido por la imagen de Nuestra Señora de Hontanares, una imagen de ricos ropajes bajo la que se esconde una bellísima talla románica. Muchas leyendas hay en torno a esta virgen. Una de ellas nos dice que su imagen fue protegida de la invasión islámica depositándola en una cueva, alejándola así de los atacantes.

Al cabo de los siglos un pastor acudió a la cueva en busca de refugio ante la adversa climatología, hallando la talla al lado de una fuente de la que, a intervalos, manaban gotas de aceite, que mantenían encendida la luz de una lámpara.

Creyendo que el líquido poseía algún tipo de propiedad, empezó a usarlo. El aceite entonces se convirtió en agua. Esta venerada fuente es conocida como de las Tres Gotas.

La leyenda de las tres hermanas

Otra curiosa leyenda nos habla de tres hermanas, la Virgen de Hornuez (Moral de Hornuez), la del Henar (Cuéllar) y la de Hontanares, a las que su padre, en su lecho de muerte, y debido a lo mal que se llevaban entre ellas, decidió colocar en lugares muy alejados entre sí, desde los que se pudieran ver pero no hablar, evitando así las discusiones que continuamente protagonizaban las tres mujeres.

En las inmediaciones del lugar se colocó, en los años 40 del siglo pasado, una cruz de madera cubierta de espejos, que se ve desde la distancia cuando, en los días claros, el sol la hace relucir. La cruz actual sustituyó a la anterior en los años 90.

Hora de regresar

Este repaso al mito y a la historia nos da pie a iniciar el camino de regreso. Emprendemos la marcha por un sendero que parte junto a una cruz de hierro sobre fuste de piedra, próxima al lugar por el que hemos llegado.

Pasamos una alambrada y un abrevadero de hormigón, para a continuación descender dejando a nuestra derecha un pequeño reguero. Poco a poco nos aproximamos a la carretera por la que acceden los vehículos a Hontanares, aunque una curva pronunciada nos vuelve a alejar del asfalto hasta el siguiente cruce.

Continuamos unos metros hasta cruzar una portera. Seguimos de frente para bordear los campos de cultivo y, poco después, enlazamos con un camino rodado en el que giramos a la derecha. Bajamos paralelos al Arroyo de las Manadillas, en el que ya han desembocado los del Jabalí y las Guajardas, y dejamos atrás las ruinas de un antiguo molino. A partir de aquí saldremos a la carretera, para volver a Riaza por la acera.

Habremos completado así una de las rutas más sencillas, y más llenas de historia, de la provincia de Segovia.

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