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Peña Amaya, el límite del norte

La inaccesibilidad que proporcionan las dos plataformas calcáreas fue aprovechada por los primeros pobladores, en la Edad del Bronce, hasta la alta Edad Media. A finales del siglo I a. C. Amaya, en el noroeste de Burgos, fue escenario de las guerras entre los cántabros y las legiones romanas. Merece a pena repasar su historia y planificar una escapada para cuando nos sea posible

El acceso desde Sotresgudo corre por la carretera en paralelo al río Fresno durante siete kilómetros, entre los campos cerealistas. A poca distancia de Amaya hay que atravesar el corredor que dejan las peñas roca caliza a ambos lados del camino. Es el geoparque de Las Loras, reconocido por la Unesco.

Al salir del cañón, cuesta arriba, Peña Amaya muestra su esplendor altiva, como si fuera una barrera inexpugnable entre el Cantábrico y los campos castellanos. El paisaje está pletórico de luz y engalanado por el amarillo otoñal de los chopos. La mole hace muga entre dos ambientes que no parecen tener mucho en común. Al norte son valles profundos y verdes. Al sur se extiende la planicie ocre. Destaca su elevada altitud respecto al entorno, ya que son casi cuatrocientos metros de desnivel entre la cumbre, a 1.370 metros, y la base.

El pueblo, a los pies de la peña, es más grande de lo que parece de lejos. No está apenas cuidado en lo urbanístico. Hay pequeños detalles de ‘quiero y no puedo’ que recuerdan a la España Vaciada. Casas en ruinas, otras que recuerdan a un pasado más esplendoroso y algunas bien cuidadas. Los, se­guramente, necesarios pabellones en las afueras de la localidad interfieren en la imagen bucólica que se respira allí.

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Una docena de carteles indican a través del casco urbano por dónde hay que serpentear para tomar la ruta que lleva hasta el aparcamiento ubicado dos kilómetros hacia arriba, cerca del castro prerromano. La iglesia de San Juan Bautista llama la atención. Es renacentista de bella estampa, con torre robusta y ábside rectangular. Un pórtico clasicista con dos arcos y ventanal gótico protege la portada gótica.

Sobre el origen etimológico del nombre Amaya hay muchas teorías, sin que ninguna de ellas haya conseguido hasta ahora acreditar su verdad sobre el resto. Hay quienes defienden su procedencia del euskera con diversas interpretaciones -fin, el término, madre, mesa-. También hay atribuciones a que es un topónimo cántabro. Y que su significado es ‘ciudad madre’, ‘capital’. Nada claro, pero que contribuye a que la leyenda en torno a este lugar crezca aún más.

Ascenso a las alturas

Arriba, al coronar las poco accesibles paredes verticales hay por dos plataformas calcáreas superpuestas. Una inaccesibilidad que fue aprovechada desde los primeros pobladores, en la Edad del Bronce, hasta la alta Edad Media. A finales del siglo I a. C. Amaya fue escenario de las guerras entre cántabros y romanos. Amaya es baluarte de la antigua Cantabria; uno de los principales castros cántabros en la Edad del Hierro. Fue conquistada por la legiones en el transcurso de las guerras cántabras (29-19 a.C.) quienes fundaron entonces la cuidad de Amaya Patricia.

De su importancia estratégica y militar habla que el mismísimo César Augusto tuvo instalado un campamento en las proximidades. Resurgió para ser una ciudad fuerte con el esplendor visigodo hasta su conquista por los musulmanes. Los restos del castro que puede verse a diez minutos de camino respecto al aparcamiento pertenecen al siglo IX, de cuando volvió a ser reconstruida por el conde Rodrigo.

Los doce kilómetros que hay de ida y vuelta desde el pueblo hasta el alto de Peña Amaya, tras visitar el castro y subir a El Castillo, pueden recorrerse de manera tranquila a pie en cuatro horas. No hay grandes prisas. El paseo tiene todos los ingredientes para que resulte gratificante siempre que se haga sin agobios. Conocer un lugar con tanta relevancia histórica, arqueo lógica, geológica y con esos valores paisajísticos merece la pena.

Sí es conveniente echar un vistazo a las previsiones meteorológicas antes, para evitar que la jornada se transforme en una experiencia desagradable. La gastronomía y los valores patrimoniales de poblaciones no muy lejanas como Villadiego, Sasamón, Melgar de Fernamental y Castrojeriz -las cuatro villas de Amaya- suponen el complemento perfecto para cualquier visitante de esta hermosa comarca burgalesa.

La ruta
Distancia: 12 kilómetros
Tiempo estimado: 3 horas
Punto de salida: Amaya
Desnivel acumulado: 400 metros
Dificultad: Media

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