Descendientes de los árboles que presenciaron la derrota de Almanzor, las sabinas de Calatañazor, en la provincia de Soria, conforman uno de los paisajes más notables del patrimonio natural de Castilla y León. Lentas como los ejemplares prehistóricos que son, se retuercen sin ninguna prisa. De ellas se ha dicho que tienen piel de animal antiguo, con nervios y nudos en los troncos de aspecto tortuoso. Son casi reliquias cuya paciencia para crecer de 1,6 a 3 milímetros anuales les permite vivir hasta 2.000 años
Ricardo Ortega
El de Calatañazor, también conocido como Dehesa de Carrillo, es uno de los bosques de sabinas mejor conservados del planeta. Desarrollado sobre terreno llano, de carácter calcáreo y a mil metros de altitud, algunos de los ejemplares de esta masa arbórea de 30 hectáreas alcanzan un porte muy destacado, con catorce metros de altura y cinco de diámetro, aunque sus 200 años de vida hacen de ellos ejemplares singularmente jóvenes.
Lo que hace especial a este entre todos los sabinares es su densidad, con 150- 210 ejemplares por hectárea frente a los 15-30 de otros parajes, por lo que tiene más semejanzas con las dehesas de encinas o robles que con los sabinares normales.
Sus características climáticas imponen unas duras condiciones que pocas especies vegetales pueden soportar. Los inviernos son fríos y duraderos, abundantes en heladas tardías, y los veranos suelen ser muy secos. Por si fuera poco, el suelo es pobre y también dificulta el desarrollo de otras especies presentes en esta comarca soriana. La adversidad del medio ha hecho que la sabina albar acapare el protagonismo del enclave, ya que sus características le han facilitado la adaptación.
La planta ha reducido la transpiración de sus hojas y posee un potente aparato radicular que le permite alcanzar grandes profundidades en busca de agua y nutrientes. Sus bayas, que en otros tiempos se empleaban para elaborar ginebra, alimentan a cuervos, urracas y zorzales, por lo que constituyen un bosque invernal muy interesante para el aficionado a la ornitología. También conviven en ese paraje boscoso tejones, corzos y jabalíes.
El Sabinar de Calatañazor cuenta con la condición de Reserva Natural desde el año 2000. La ley autonómica que estableció esa protección subraya que el paraje, situado al sur de la Sierra de Cabrejas, “destaca por su vegetación, más concretamente por el bosquete de sabinas que alberga y que hoy compone una estampa de la herencia cultural que debemos proteger”. En las inmediaciones del sabinar aparece la medieval y sugestiva silueta de Calatañazor, uno de los pueblos más bellos y evocadores de toda la región. Rodeado de un impresionante precipicio y presidido por el imponente perfil de su castillo, presenta unas estrechas y empedradas calles a las que se abren casas porticadas, construidas con adobe y gruesas vigas de enebro.
Un enebro que porta incienso
Las sabinas buscan su refugio en las montañas interiores del centro de la Península. Están presentes en Burgos y en Palencia, y en Soria son inquilinas en más de 40.000 hectáreas. Su madera, resistente y aromática, ha dejado en la arquitectura popular sus vigas nudosas, a las que la pituitaria sabe sacar un inconfundible y persistente aroma; el mismo que en los armarios combate malos olores, polillas y otros insectos. El nombre académico de la sabina Juniperus thurifera. De ahí la palabra enebro. Su apellido está compuesto de tus, thuris, que significa incienso, y fer, llevar. Así que la sabina sería un enebro que porta incienso. Su madera tiene ciertamente un carácter oloroso muy atractivo. Muy apreciada por los ebanistas, da excelentes postes y vigas por ser compacta, dura y muy resistente a la putrefacción.