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Huellas de fantasmas en la casa de José Zorrilla

El autor de Don Juan Tenorio residió en este rincón de la calle Fray Luis de Granada, en Valladolid, donde el visitante puede familiarizarse con su vida y su obra. El pensamiento mágico propio del Romanticismo sigue muy vivo en pleno centro imperial de la ciudad

Enrique Hernández. Escritor

Transitar por la calle Fray Luis de Granada de Valladolid es empezar a respirar historia. No en vano se sitúa en los aledaños de la plaza de San Pablo, epicentro del Valladolid más imperial e histórico. Pero no solo el encontrarse junto a una de las zonas más visitadas de la ciudad le da prestigio, no: esta calle tiene entidad propia y un encanto muy particular debido a que en ella se encuentra uno de los rincones románticos más querido por los vallisoletanos, la Casa Museo José Zorrilla.

Antes de visitarla, hemos de conocer al personaje, porque hablar de José Zorrilla es hablar de uno de los vallisoletanos más conocidos a nivel mundial, y no es exageración. Nacido el 21 de febrero de 1817 en la calle Fray Luis de Granada (antes calle de la Ceniza), vivió en ella los primeros siete años de su vida y, a su vuelta en 1866, tras un periplo viajero que le llevó desde Madrid hasta Francia, Inglaterra o México (donde residió once años, bajo la protección personal de Maximiliano I).

Poco a poco se fue forjando un nombre como poeta y literato dentro de la selecta sociedad de la época, lo que le llevó a relacionarse con Espronceda, Dumas o Gautier. Entre sus logros está el haber sido nombrado miembro de la Academia Española, cronista oficial de la ciudad de Valladolid y ser coronado como poeta nacional laureado en Granada (1889).

Falleció el 23 de enero de 1893 en Madrid. En 1896 se trasladaron sus restos mortales a Valladolid para ser enterrado en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres.

Poeta y dramaturgo, pasa por ser una de las máximas figuras del romanticismo español, dejando para la historia casi una centena de obras entre poemas, exquisitas leyendas y dramaturgia. Curiosamente, llegó a odiar la obra que le dio fama universal y que hoy día se sigue representando y estudiando por todo el mundo: Don Juan Tenorio. Fue tal el éxito que obtuvo con ella, que eclipsó el resto de su obra, y esto fue algo que no llegó a asimilar, ya que opinaba que había otras obras que la superaban claramente, pero que incomprensiblemente no habían obtenido el favor del público y de los críticos.

Hoy día se le recuerda dando nombre en la ciudad a un estadio de fútbol, a un colegio y un instituto, o a una de las principales arterias de la ciudad. Pero sobre todo destaca la plaza en la que se exhibe con orgullo su estatua.
La Casa-Museo que nos ocupa está situada en la calle Fray Luis de Granada, 1, siendo un lugar tranquilo y con un encanto especial. Esta casa fue adquirida por el Ayuntamiento de Valladolid en 1917 para poder reivindicar la figura de Zorrilla como orgulloso vallisoletano y mostrar algunos muebles originales del poeta, así como depositar la biblioteca personal del gran estudioso de Zorrilla, don Narciso Alonso Cortés.

Nos recibe una escultura de don Juan Tenorio

La primera sorpresa nos la llevamos al acceder por la puerta del jardín, ya que la de la vivienda no se usa en la actualidad. Una realista escultura de don Juan Tenorio nos recibe vigilante junto al portón, provocando un respingo en más de uno al descubrir que habla… Sí, don Juan Tenorio, al acercarnos a él nos interpelará con un claro y rotundo “¡Alto! ¿Quién va?”, frase muy característica del habla del siglo XVI.

Superado este momento de sorpresa, accedemos al jardín romántico, bellamente cuidado y, antes de entrar a la casa, tomarnos unos instantes para respirar la paz y tranquilidad que emanan de sus plantas ornamentales y cuidada arquitectura que las acoge y rodea. Estamos en el centro de la ciudad, pero podríamos estar a mil kilómetros, en un bosque, y sentir la misma sensación.

Tendremos que hacer un esfuerzo en vencer la tentación de abandonarnos junto a un libro o simplemente dejando volar nuestros pensamientos en tan bucólico lugar para ser conscientes de que lo mejor de nuestra visita aún está por llegar. Y es que, si nos han impresionado los jardines y la inesperada bienvenida de don Juan Tenorio, nos vamos a quedar boquiabiertos al acceder al inmueble natal de Zorrilla.

La visión de una calesa del siglo XIX, perfectamente conservada, nos retrotrae al instante a la Valladolid romántica, con faroles de gas para iluminarse, calles empedradas y relinchos de caballos entre la niebla avisándote de la próxima aparición de un carruaje o calesa, como si el mismísimo H.G. Wells nos hubiera invitado a viajar en su máquina del tiempo.

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Un hogar de clase acomodada del siglo XIX

El interior de la casa, de dos plantas, recrea a la perfección el ambiente romántico de un hogar de clase acomodada del siglo XIX. A medida que vamos visitando las distintas estancias, nos vamos sintiendo más cómodos en nuestra piel de viajeros temporales, asimilando la forma de vida de nuestro anfitrión.

Cada habitación tiene una historia, magistralmente narrada por cualquiera de los guías turísticos que nos acompañarán en la visita y que son parte imprescindible para nuestro viaje al pasado. Llama la atención el contraste entre las habitaciones para recibir a los invitados y hacer vida social y las privadas, más austeras.

Como ya mencionamos anteriormente, no todos los muebles son los originales, pero sí muchos de ellos, y el que indudablemente nos hará estremecernos ante su visión será el escritorio personal de Zorrilla, donde nos contarán que, sentado en él, falleció. Quizás nos llame la atención que esté en una esquina, pegado a la pared, pero es que el autor lo prefería así dispuesto para no distraerse y concentrarse mejor a la hora de escribir.

Otros detalles para no perderse son su máscara mortuoria, algunas de las coronas laureadas que recibió en vida, la coqueta cocina, las camas de rejería de los dormitorios, el arpa o la pajarera con aves exóticas disecadas, entre otras muchas cosas.
Pero no acaba aquí nuestro viaje, ni mucho menos. La sorpresa final es que esta Casa-Museo, siguiendo a rajatabla los cánones románticos, tiene una habitación encantada o de los fantasmas.

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Habitación del fantasma.

El propio José Zorrilla contaba en uno de sus libros, en 1880, cómo fue testigo de la aparición del espíritu de doña Nicolasa, su abuela paterna, cuando tenía unos cinco años. Cuando, tras la remodelación de la casa en 2007, se decide no incluir esa dependencia en las visitas, volvió a ser frecuente que en esa habitación austera, destinada a los huéspedes, se movieran o cayeran objetos, que desaparecieran cosas o que las luces se apagaran o encendieran solas… ¿Casualidades? ¿Exceso de imaginación de un niño? Sea lo que fuere, curiosamente dejó de suceder al incluir de nuevo la visita de esa habitación en el recorrido. Por si acaso, que nadie se asuste si se siente algo inquieto y con un sudor frío en la espalda al entrar en ella, ya que doña Nicolasa, nunca tuvo malas intenciones.

Ahora sí, finalizamos nuestro viaje con la sensación de conocer un poco más a este genio y la época que le tocó vivir. Con pesar nos despedimos de sus bellas estancias, hermosos jardines y del siempre vigilante Tenorio. La visita es gratuita y guiada, con horarios de martes a sábado, de 10 a 14 horas y de 17 a 20 horas; domingos y festivos, solo mañanas.

La Casa-Museo Zorrilla también es un gran centro cultural, que promueve durante todo el año iniciativas culturales relacionadas con la literatura, la poesía y el teatro, dedicando una especial atención al Romanticismo y al propio José Zorrilla.

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