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Germán Delibes: “Hay preguntas que nunca dejaremos de plantearnos”

Ricardo Ortega

La trayectoria investigadora y docente de Germán Delibes vive un punto y seguido. Jubilado desde el pasado 1 de septiembre, continúa como profesor emérito una carrera de 48 años en la universidad, 43 de ellos en la de Valladolid. Considerado una voz autorizada sobre las edades del Cobre y el Bronce, la conversación fluye por los vericuetos de la arqueología, esa disciplina que estudia la conducta humana a partir de los restos hallados en un yacimiento.

¿Cómo afronta la jubilación después de casi medio siglo de carrera?
-Tengo condición de profesor emérito y así permaneceré, al menos, durante dos años. Puedo dirigir proyectos de investigación, soy miembro del departamento y puedo dar alguna clase, pero no tengo enseñanza reglada. Y me parece bien porque esta universidad tiene un profesorado muy envejecido y hay que contratar gente joven.
Me produce cierta tristeza porque he tenido buena relación con los alumnos, he estado cómodo en clase. Siempre pensé que con la jubilación iba a echar de menos la investigación, y sin embargo ahora me doy cuenta de que lo que voy a añorar es la docencia. El contacto con los alumnos rejuvenece mucho; yo voy con ellos a excavar, hacemos excursiones a Atapuerca, a la neocueva de Altamira… Ese contacto es muy enriquecedor.

-Altamira, una maravilla puesta en tela de juicio en su momento.
-Es una pintura muy realista, y lo que sorprendió es que hubiera artistas de tantísima calidad en aquella época. Dicen que Picasso entró a verlas y dijo “después de esto, todo es decadencia”.
En 1879 se encuentran las cuevas y fue una auténtica conmoción porque hasta entonces se consideraba que el arte era propio de pueblos civilizados, mientras que los del Paleolítico eran primitivos. De ahí que los arqueólogos franceses no reconocieron hasta comienzos del siglo XX su autenticidad.

-Lo cual nos lleva a la paradoja de que la ciencia no es objetiva.
-Claro. Funciona la ley del péndulo. Ahora aplicamos ciencias experimentales a la arqueología, con la oportunidad de ‘exprimir’ los restos arqueológicos y sacar de ellos una información insospechada. Por eso las teorías que refutábamos en los años 70, sobre todo en función de formulaciones teóricas, hoy están absolutamente vigentes.

-¿Por qué dice que la arqueología es una disciplina destructiva?
-Dice el arqueólogo inglés Paul Bahn que nunca como hoy los arqueólogos han obtenido tanto con tan poco desgaste patrimonial. Si trabajo en un yacimiento, lo excavo y lo destruyo. La gente que quiera saber algo sobre aquel yacimiento, se basará en mi documentación o no tendrá nada que hacer. Menos mal que ahora ya no es necesario excavar tanto. Aplicando ciencias experimentales se puede obtener mucha documentación a partir de casi nada: a partir de una sola pieza de cerámica se puede conocer la forma que tenía, la decoración, si está hecha con torno o a mano, la procedencia de la pasta, la temperatura a la que se coció… Se puede escribir un artículo entero a partir de un solo objeto. Por eso los arqueólogos somos conscientes de la necesidad de no excavar mucho. Tenemos el compromiso moral de dejar un patrimonio arqueológico saneado a las generaciones del futuro, que serán capaces de excavar mucho mejor que nosotros.

-¿Es consciente el público del patrimonio arqueológico que atesora Castilla y León?
-El patrimonio arqueológico es abundantísimo en esta comunidad. Existe un Inventario Arqueológico de Castilla y León, aunque seguramente no están incluidos ni la mitad de los yacimientos que existen. ¡Hay inventariados entre 2.000 y 3.000 en cada provincia!
Eso hace que sea muy difícil de proteger. Por otro lado, muchos alcaldes, en cuanto saben que hay un yacimiento en su municipio, preguntan por qué no vamos a excavar. Pero, claro, el desarrollo de una arqueología moderna implica una inversión muy importante, que hay que canalizar hacia los yacimientos considerados más interesantes de cada momento.

-¿Es solo una cuestión de financiación?
-No solo, porque aunque el alcalde consiguiera fondos, la responsabilidad nos llevaría a excavar algo, pero no todo. Si lo excaváramos todo, ¿qué harían los arqueólogos del futuro?

-¿Entiende el público su función?
-Es importante recalcar que la Ley de Patrimonio, de 1985, incluye un apartado que dice que el trabajo arqueológico es importante sobre todo para dar satisfacción a la necesidad de saber de la ciudadanía. Esa ley justifica nuestro trabajo, de algún modo, siempre que los descubrimientos tengan una proyección social.
Esa es la razón por la que hoy los periódicos tienen redactores especializados en arqueología, por la que se hacen rutas arqueológicas… En el norte de Burgos he trabajado durante 20 años en los dólmenes. La Junta hizo un programa de restauración y se hizo una ruta, un aula de interpretación… Son yacimientos visitados y me gusta ver que siempre hay gente interesada en ellos. Eso es muy importante y la Ley de Patrimonio nos obliga a que los conocimientos que nosotros obtengamos no sean objeto de mero intercambio entre científicos, sino que lleguen a los ciudadanos.

-Al mismo tiempo, siempre existe la tentación de manipular la historia en beneficio propio.
-Eso siempre ha ocurrido. Cuando accedimos a la condición de comunidad autónoma hubo polémica sobre si teníamos entidad, personalidad histórica suficiente, y sobre qué sucedía con Segovia, León, La Rioja, Cantabria… La arqueología se convirtió en un instrumento para la búsqueda de señas de identidad.
No voy a decir que se haya manipulado la historia, torticeramente, en Castilla y León, pero quizá se forzara un poco la búsqueda de raíces comunes en un primer momento… Pero es algo inevitable y ha pasado en muchos sitios.

-A la vuelta de la esquina está 2021, cinco siglos de los Comuneros…
-Es un ejemplo de periodo que los historiadores han analizado con ópticas muy distintas, lo que pone de relieve que la historia no es algo absolutamente objetivo.
A veces nos preguntamos si es más objetiva la historia hecha a partir de restos extraídos de la tierra o aquella que se basa en documentos escritos, porque estos últimos tampoco son objetivos: cada cronista tiene su particular punto de vista. Ingenuamente puede pensarse que los hechos históricos ‘son lo que son’, pero siempre es lícito dudar porque la historia suele ser la versión de los vencedores.

-Sucede en el periodismo.
-Evidentemente. Los periódicos son fuente de historia, pero imagínate en el futuro al que lee información sobre la aplicación del 155 en Cataluña en cuatro periódicos diferentes. La única objetividad en periodismo sería buscar opiniones de personas que piensan diferente. En periodismo unas veces se trabaja con más honestidad y otras con menos. En todas partes hay buenos y malos profesionales, gente que se deja comprar, otros que son honrados a machamartillo… Es la historia del mundo.
Dicen de los chimpancés que son inteligentes porque tienen la capacidad de engañar, y a uno le aterroriza pensar que la inteligencia sea realmente eso, teniendo en cuenta lo cerca que están evolutivamente los chimpancés de nosotros.

-¿Cómo es la labor de interpretar los restos, más allá de lo material?
-Hace escasas fechas me correspondió pronunciar la lección inaugural de este curso en la Uva y hablaba sobre la caza en la prehistoria. Puedo conocer qué animales cazaban y tratar de conocer los artefactos que empleaban para hacerlo, incluso cómo descuartizaron al animal para comérselo. Pero eso le dejará frío el cazador actual, que querrá saber cómo fue el lance. Eso se nos escapa; el no contar con fuentes escritas nos obliga a dar una visión parcial, y bastante estática, de la historia.

-Están las pinturas…
-Solo puedes plantear hipótesis. Los arqueólogos estamos muy capacitados para conocer la dimensión material de la cultura, pero la parte psíquica se nos escapa. Estamos en buenas condiciones para conocer las pinturas de Altamira y disponemos de mucha información sobre ellas (colorantes utilizados, técnicas, antigüedad…), pero la gran pregunta es cuál fue su significado, por qué y para qué se pintaron. Eso se nos escapa, y siempre les digo a mis alumnos que hay preguntas que nunca vamos a dejar de plantearnos: dentro de cien años nos seguiremos preguntando por qué se pintaron esos animales. Estudiando el basurero que hay a la entrada de la cueva, sabremos muchas cosas sobre la vida cotidiana de los artistas y sus familias, pero afirmar, como es habitual, que lo hacían para propiciar la caza, igual que ciertos cazadores de Norteamérica, no pasa de ser una muy atractiva posibilidad.

-Por hablar de algo más cercano, 2020 es el centenario de Miguel Delibes.
-Efectivamente. Son cien años del nacimiento y diez del fallecimiento de mi padre. En relación con ello, nos gustaría que Miguel Delibes contara con una casa museo, como las que se dedican a otros escritores. Los visitantes a Valladolid preguntan qué se puede ver de Miguel Delibes, pero no se puede ver nada. Su casa (un piso de la calle Dos de Mayo) está tal cual la dejó y para 2020 lo que nos gustaría es contar con un espacio que la gente pudiera visitar, donde se conservaran y expusieran los enseres de nuestro padre. El Ayuntamiento parece convencido de hacer algo en esta dirección. Veremos si con motivo del Año Delibes se materializa.

-¿La ubicación tiene que ser Valladolid?
-A veces se mencionan otros lugares, pero la opción razonable y preferida es Valladolid. En su momento dudamos de hasta qué punto estaría justificada una importante inversión pública con este fin, pero es un temor que hemos ido dejando atrás porque encargamos a una empresa especializada una tasación del legado de nuestro padre, aquel que cederíamos a la casa museo, y el valor que le adjudican, cercano a los cinco millones de euros, justificaría plenamente la adquisición de un inmueble.
Que conste que no nos quejamos, ni mucho menos, de cómo nos han tratado hasta ahora las instituciones. La Fundación Miguel Delibes tiene su sede en un espacio municipal (la Casa Revilla) y contribuyen generosamente a mantenerla Junta y Diputación, además de otros patronos particulares, pero queremos dar ese salto, con una casa museo, porque los hijos somos mayores y, aunque la fundación es hoy muy dinámica, tenemos miedo de que en el futuro pueda venirse abajo.

-No cabe duda de que la ciudad le recuerda con cariño.
-Sí. Pero diré una cosa. El otro día un grupo político quería poner al aeropuerto de Villanubla el nombre de Miguel Delibes, y me preguntaba qué le habría parecido a mi padre. Pues a mi padre ya empezaba a parecerle mal que hubiera tantas cosas dedicadas a su figura. Le parecía poco funcional porque en Valladolid pides a un taxista que te lleve al Miguel Delibes y no sabe si llevarte a un colegio, a un centro cultural, a una sala del Teatro Calderón, al Campus Universitario Miguel Delibes… Nosotros estaríamos encantados, pero es cierto que sería poco práctico. Además, sería un poco contradictorio porque no cogía un avión ni a tiros. Solo lo hizo dos veces: para un viaje largo a Chile y Argentina, y otra vez para dar clases un semestre en la Universidad de Maryland. La ida la hizo en barco, desde Algeciras, y para la vuelta vio que no llegaba a pasar las vacaciones con sus hijos e hizo el gran esfuerzo de volver en avión. Viajó mucho, incluso hasta Laponia, en el Círculo Polar Ártico, pero lo hacía en automóvil.

-Pues su padre recibió numerosos homenajes por toda Europa.
-Le hacían un homenaje y había que ir, pero en coche. Y no le gustaba demasiado porque era una persona humilde, poco vanidosa y convencida lo justo del valor de sus cosas. Mi madre, y después los hijos, éramos los que le animábamos y casi le empujábamos a afrontar esos compromisos.
Le cuento una anécdota de cuando fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad del Sarre, en Alemania. Se publicó en prensa que era el primer doctor honoris causa español que nombraba esa universidad desde Ortega y Gasset y fue muy felicitado por ello, pero él se descolgó diciendo que no sabía si iba a ir, por la lata de hacer el viaje, ponerse delante de la gente…
Al final nos advirtió de que solo iría si le acompañábamos los siete hijos con nuestros cónyuges, y allí no fuimos todos en coche.
El rector de la Universidad del Sarre se moría de risa. No le gustaban nada las cosas protocolarias de manera que, cuando le dan el Premio Cervantes y tiene que recogerlo en Alcalá de Henares ante los reyes, los ministros… La víspera no dudó en llamar a su médico para decir que suspendiera todo porque se encontraba fatal. Por fortuna, acabó yendo.

-¿Ha heredado usted las aficiones de su padre?
-Casi todos los hijos tenemos sus aficiones. Yo cacé 40 años con mi padre, todos los fines de semana. Pescador no soy. Perdí la afición al ver que mi padre y mi hermano mayor volvían con la cesta llena de truchas cuando yo todavía no había pescado ninguna (risas). Y también somos ciclistas. Siendo novios, mi padre veraneaba en Molledo (Cantabria) y mi madre en Sedano (Burgos), a 95 kilómetros. Enamorado de Ángeles, Miguel recurría a la bicicleta para ir a verla.
Bien, pues cuando falleció mi padre, la familia decidió homenajearle repitiendo esa ruta de manera que todos los primeros jueves de agosto cogemos la bicicleta 20 o 25 Delibes, con algunos amigos, y hacemos ese recorrido desde Sedano hasta Molledo. Lo llamamos la Clásica Max; ‘Clásica’ por ser carrera de un día y Max porque esta era su firma como caricaturista en El Norte de Castilla: M de Miguel, A de Ángeles, su novia entonces, y la X de un futuro impredecible.
Sí. Creo que somos tan pintorescos como él.


Reportaje fotográfico: Rocío Martín

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