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El legado de una dulce tradición

Mar Toral

Portillo es un municipio vallisoletano que a lo largo de la historia ha sabido labrar sus propias señas de identidad a través del buen hacer de sus gentes: los dulces típicos de la zona como son las ciegas y los portillanos -más conocidos como mantecados fuera de la comarca de Tierra de Pinares- han deleitado el gusto de muchos; el preciado ajo es el encargado de dar olor y sabor intenso en las recetas castellanas, entre ellas las ‘sopas de ajo’, y los colores cálidos de las cazuelas de barro junto a otros utensilios se hacen indispensables en las cocinas de nuestros hogares.

El visitante a la localidad entra en contacto con una realidad antiquísima. Es entonces cuando uno es conquistado por el arte con el que se crean sus productos autóctonos. Los enhorcados de ajos son trenzados a mano en las fábricas ajeras, el torno milenario es caprichoso y da forma a los diferentes cacharros fusionando elementos modernos pero respetando el concepto rústico de siempre, y los característicos hornos bañan con empeño sus dulces. Una arraigada artesanía que ha conseguido posicionar los pilares de una economía local.

El Horno de Mantecados Máximo Toral es uno de esos obradores con una larga trayectoria, pues se puede decir que es un retazo histórico de este rincón vallisoletano. Su historia viene de lejos. Ya en el año 1880, el abuelo López –así era conocido por sus allegados– se dedicaba a elaborar estos preciados dulces, los mantecados, uno a uno.

El proceso de elaboración era completamente artesanal y laborioso: la masa se amasaba manualmente, después se introducían en el horno y posteriormente se bañaban de asiento (parte inferior del bollo), se volvían a meter al horno y cuando se secaban ya se podían bañar de cara (parte superior). Y para concluir la elaboración de este típico dulce portillano, otra vez más al horno.

Un proceso que requería de mucha paciencia y maña. Pasada una generación, en 1907, fue Desiderio Martín quien continuó con el negocio confitero, pero entonces no había los medios que existen ahora, y además de que esta tarea artesana no era fácil, su comercialización tampoco agilizaba mucho las cosas.

Las mujeres eras las encargadas de hacer llegar los mantecados típicos de la zona a las localidades linderas con Portillo, transportándolos en una cesta de mimbre y a pie. Pero como la recaudación obtenida de los dulces no era la suficiente para la manutención de toda la familia, los hombres tenían que trabajar en el campo para poder llegar a fin de mes.

La historia de esta pequeña empresa familiar dio un giro de 180 grados cuando Carmen (hija de Desiderio) heredó el negocio artesano de su padre en 1956, llegando a la sexta generación de una tradición familiar muy longeva. Renovaron las instalaciones, las ampliaron y también consiguieron superar los malos momentos haciéndose con una cartera de clientes más sólida, y pudiendo subsistir únicamente con lo que ella mejor sabía hacer: elaborar mantecados y ciegas.

(Sigue leyendo el artículo en nuestra revista, número 43)

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