Ricardo Ortega
El gran público identifica la palabra chacolí, o sus versiones en euskera (txakoli o txakolina), con un producto estrictamente vasco. Sin embargo, esta bebida ligera y algo ácida, además de carbonatada y con menor grado alcohólico que un vino convencional, se ha producido de forma tradicional en Cantabria, La Rioja y el norte de Burgos.
La utilización de este término anduvo de Herodes a Pilatos hace casi una década, hasta que en 2011 el Tribunal General de la Unión Europea falló que no se puede emplear como exclusivo de una zona geográfica. Es decir, que se refiere a un modo de producción tradicional, que puede darse en cualquier parte de la UE.
Eso sí, la misma resolución indicaba que solo se puede comercializar como chacolí, txakoli o txakolina el producto amparado por una DO, de modo que hasta ahora solo etiquetan como tal las denominaciones de Vizcaya, Álava y Guetaria (que se extiende a toda la provincia de Guipúzcoa). El norte de la provincia de Burgos ha conocido esta bebida alcohólica desde hace siglos: en la mitad norte de la Bureba, el Valle de Tobalina, las Caderechas o el Valle de Mena.
También en Miranda de Ebro. Esta localidad cuenta con el vino etiquetado como ‘Ch’, que desde 2015 está amparado por el sello Vino de la Tierra de Castilla y León. Numerosas tabernas de la ciudad, en las que se producía y vendía este producto, tomaban para sí mismas el nombre de ‘chacolís’, como bien conocen quienes han recorrido las calles de su Parte Vieja.
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