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La figura de calidad número 14

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Ricardo Ortega

Trece millones de litros de vino se elaboraron el año pasado bajo el sello de Vino de la Tierra de Castilla y León, una figura de calidad poco conocida por el público pero que resulta fundamental para dotar de coherencia al mapa vitivinícola de la comunidad.

Este marchamo tiene la categoría de Indicación Geográfica Protegida (IGP) y cumple con todos los requisitos de una figura de calidad basada en el origen, “que la propia normativa europea pone al mismo nivel que cualquier Denominación de Origen Protegida (DOP)”. Así lo señala Javier Álvarez, de CCL Certificación, la entidad en la que confían cerca de 150 bodegas como certificadora del sello VTCyL, es decir, para acreditar que cumplen con lo establecido por el reglamento de uso de esta figura.

En Castilla y León hay trece DOP (paraguas comunitario que abarca tanto a las DO como a los Vinos de Calidad), y por lo tanto Vinos de la Tierra sería la figura de calidad número catorce. Como señala Álvarez, la pertenencia a la IGP no impide que la bodega esté acogida a una DO o a un Vino de Calidad.

“Por lo tanto, la bodega puede ampliar su cartera de productos en el mercado, lo que resulta interesante desde el punto de vista de la comercialización; la pertenencia a la IGP permite a la bodega acceder a diferentes nichos de mercado, jugando con diferentes precios, productos, marcas o envases”, destaca.

También se dan casos en los que la IGP permite el uso de variedades de uva no previstas en el reglamento de una DOP, “lo que proporciona interesantes combinaciones en el diseño enológico del producto”. De hecho, la principal ventaja de esta IGP “es que permite utilizar las variedades más representativas de una comunidad que es referente dentro del panorama vitivinícola español”.

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A diferencia de otras figuras, en el caso de los Vinos de la Tierra no existe un consejo regulador o asociación sobre la que recaiga la titularidad del marchamo. En este caso el titular de la marca es el Itacyl, organismo que forma parte de la Consejería de Agricultura y Ganadería, mientras que la parte técnica y de control le corresponde a la certificadora.

Una vez atada la parte técnica, la clave para estos vinos reside en cómo sea la respuesta del cliente final. Para el responsable de CCL Certificación, el consumidor nacional demanda un sello de calidad y, como en cualquier producto, “la influencia de la marca es muy importante en la percepción del consumidor”.

En esta IGP hay marcas con muchísima reputación y otras que son menos conocidas, como sucede en cualquier figura de calidad. “Por lo tanto, la labor de marketing que hacen las propias bodegas resulta fundamental para llegar al público”, subraya.

Mientras tanto, en el ámbito de exportación “hemos percibido que el término ‘Castilla y León’ es muy reconocido entre los importadores y esto es lo que les llama la atención”. De este modo, el nombre de la comunidad es en sí mismo una buena carta de presentación ante un panorama internacional donde, “salvo excepciones, muchos compradores se pierden ante la masiva proliferación de denominaciones de origen que hay en países como España, Italia o Francia”.

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