Todavía quedan jóvenes con interés por el mundo del vino. Resistentes, aislados en medio de una tormenta de consumo de productos fáciles de beber, pero que en el fondo nos son ajenos. Falta alguien que los ponga en contacto y avive esa llama que en algunos casos son apenas rescoldos.
Ese alguien podrían ser Pablo Nieto y Manuel Casado, impulsores de la asociación ‘Jóvenes por el vino’, que hace años detectaron que la inquietud por el mosto fermentado se iba perdiendo en el panorama de una hostelería volcada con la cerveza, con unos de vinos de precio excesivo y, lo que es peor, con unas catas incomprensibles, que retraían al consumidor potencial. “¿Qué es un tanino pulido?”, se pregunta de forma retórica Pablo, de quien partió la idea de reunir a gente joven en torno al vino y a la conversación.
De ahí surgieron lo que denominan ‘anticatas’, grupos de quince personas que se reunían a disfrutar del vino, con algo de comida y acompañados por música. Después la bola fue creciendo. Se constituyó la asociación, que ahora representa la principal actividad de Pablo. “Nos hemos profesionalizado porque es mucho trabajo organizar un encuentro para 300 personas, con la logística que supone, y que todo salga bien”, recalca.
En su segundo año de ‘anticatas’, fiestas y visitas a bodegas, ‘Jóvenes por el vino’ cuenta con 450 socios, 53 bodegas adheridas y tres DO colaboradoras: las de Cigales, Rueda y Toro. Los miembros son de toda Castilla y León y de comunidades como Galicia, Valencia o el País Vasco.
También los objetivos se ensanchan. “Queremos promover la cultura del vino de forma responsable, pero además que la gente esté orgullosa de sus raíces y de su medio rural”, recalca Pablo. “Porque está muy bien que en Castilla y León se celebren romerías andaluzas, pero no hay que agachar la cabeza por ser de aquí, aunque digan que somos muy serios”, defiende. No parece mala herramienta el vino para defender las señas de identidad.
