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Y ahora, ¿qué pasa con nuestro vino? Un análisis prospectivo

El sector del vino ha tenido que adaptarse a las nuevas condiciones sociales y económicas. En el último año la venta ‘on line’ ha aumentado en torno a un 13%, sobre todo en vinos de más valor

Hace un año que las palabras pandemia, coronavirus, confinamiento, desescalada, toque de queda, covid-19 aparecieron en nuestras vidas y se convirtieron en una jerga cotidiana. Todos los sectores de la sociedad han experimentado cambios, algunos muy posiblemente permanecerán, pero otros con el paso del tiempo quedarán en el olvido.

Obviamente el sector del vino no ha sido ajeno a la pandemia y ha tenido que adaptarse, o al menos intentarlo, a las nuevas condiciones sociales y económicas, y no digo reinventarse simplemente porque la palabreja no me gusta, aparte de porque no está reconocida porque una cosa no puede inventarse dos veces.

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Tomás Jurío

Cuando el virus apareció en Europa en febrero del año 2020, nos pilló con las bodegas llenas de vino según las previsiones normales. Las vides estaban en reposo y todos temíamos por la cosecha futura, sobre todo porque no sabíamos si los vinos existentes se podrían vender y si la vendimia, por temas sanitarios, se podría realizar. Afortunadamente la vendimia tuvo lugar con las medidas sanitarias oportunas y los viticultores pudieron vender sus uvas.

Se aprobaron medidas desde las distintas administraciones para el sector, aunque sin demasiado impacto real, pero logramos salvar el año 2020. Las bodegas cuya especialidad son los vinos blancos, rosados y tintos jóvenes son las que más han sufrido como consecuencia de ser vinos de consumo rápido que de no beberlos en el año pierden mucha calidad.

La situación actual es que en el conjunto nacional según el Infovi, el stock de vino a 31 de diciembre de 2020 era un 10,7% superior a las existencias de hace un año, concretamente 58,8 Mhl. Dato que no es muy alentador de cara a la próxima vendimia. Según los datos del OeMv el consumo de vino en España en el año 2020 se redujo en 200 millones de litros, el consumo en tiendas de alimentación subió 100 millones pero no compensó la bajada en hostelería que supusieron 300 millones de litros.

El comercio internacional en su conjunto prácticamente no se vio mermado en volumen, pero sí en valor que ha descendido casi un 7%.

Ahora bien, ¿cómo ha afectado esta pandemia al consumo del vino? ¿Ha provocado un cambio real en los hábitos de la forma de tomarlo, de comprarlo? ¿Qué han hecho las bodegas para luchar contra ese descenso del consumo y evitar esa bajada de márgenes o incluso de pérdidas económicas?

Hay estudios que constatan que el mercado ha cambiado, las ventas ‘on line’ han aumentado, el consumo en grupo con amigos ha disminuido aumentando el consumo individual, el consumo en casa, y la compra de vino en grandes superficies de alimentación ha crecido.

Las bodegas no debemos esperar a que vengan ayudas de las administraciones. Tenemos que diversificar, buscar nuevos mercados, tenemos que ser imaginativos. Sabemos que la venta ‘on line’ de vino ha aumentado sobre un 13% y sobre todo en vinos de más valor, este aumento se ha dado en todos los rangos de edad con mayor incidencia en los que ya pintamos canas que antes no utilizábamos esta forma de compra.

Si bien es cierto que cuando todo se normalice algunos volverán a la compra normal, siempre quedará alguien que continúe. Los más jóvenes seguirán con este formato y seguramente aumentarán. Por tanto, no cabe duda que las bodegas debemos de estar en la venta ‘on line’, al menos con los vinos de mayor valor.

Cada vez el consumidor es menos fiel a las marcas y se habla más de vino que lo que se consume. Ya lo decía mi abuelo “estudiar lo justo, lo importante es el palique y saber convencer y crear emociones”. A lo que yo añadiría “sin olvidar el buen hacer y la profesionalidad”. Y no le faltaba razón, sobre todo en lo de crear emociones.

Precisamente eso es lo que tienen que hacer las bodegas, conseguir crear emociones, hacer ver que al beber sus vinos nuestra mente se traslada a un paisaje determinado, que se huelen las hierbas del campo, se oye el viento, se siente la dureza del invierno o el abrasador sol del verano, en definitiva, que al beber un vino viajan con él al lugar del que procede.

Por otra parte, en el consumidor, sobre todo los noveles, existe un deseo de probar vinos diferentes, de zonas distintas, incluso vinos malos malísimos pero que si el precio es elevado, y saben raros hasta son considerados de buena calidad, porque ya se sabe que a veces el desconocimiento hace que asimilemos el precio a la calidad del producto, algo que no siempre va de la mano; existe la creencia algo generalizada de que los vinos de toda la vida, de bodegas con larga historia que han ido evolucionando y perfeccionándose no solo en la forma de elaboración, crianza y embotellado de los vinos, sino también en la higiene y la seguridad alimentaria, son pura química.

Y ese consumidor desconoce que, cada vez más, el tema de la seguridad alimentaria e higiene hoy en día tiene mucha importancia y es un tema que debería tenerse también en cuenta a la hora de calificar un vino como de calidad, porque ya sabemos que lo que nos metemos en el cuerpo tiene mucha importancia.

Faltan seis meses para la próxima vendimia 2021 y si las bodegas no venden el vino habrá serios problemas, simplemente por falta de espacio físico, para poder elaborar la uva de los viñedos, muchos de los cuales son de viticultores que no tienen bodega propia.

Cuando empiece de alguna manera una cierta normalidad el canal Horeca, que lo está pasando tan mal, vaciará antes sus existencias de vinos, luego comprará vinos baratos y los que sepa que va a vender de forma segura, asegurando de esta manera un margen lo más alto posible; mientras tanto el resto de vinos tendrá que buscar otras salidas.

Por todo ello, en un contexto incierto por el cierre de la hostelería, la crisis económica que nos acecha, el descenso del consumo, el cambio en los hábitos del consumidor tanto de consumo como de compra, las bodegas tienen que reconsiderar su mensaje, diversificar sus productos con nuevos vinos y nuevas marcas, y aumentar sus mercados con mucha mira hacia la exportación, sin olvidarse del desarrollo de las redes sociales y la venta on line.

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En definitiva, hasta el verano de este año 2021 no veremos grandes cambios en el aumento de ventas de vino, siendo a partir del final de verano cuando poco a poco se irá recuperando en alguna medida la venta de vino y el consumo en hostelería.

En cuanto al enoturismo, otro de los sectores que ha sufrido tanto que ha dejado de existir en 2020, después del verano de 2021 empezará también a remontar. Sin embargo, no será hasta bien entrado el año 2022 cuando podamos hablar de cierta normalidad.

En definitiva, el gran reto para las bodegas sería el conectar de un modo más íntimo y personal con el cliente final.


Tomás Jurío es enólogo y viticultor, director de Finca Museum

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