Ha fallecido el madrileño-berciano Raúl Guerra Garrido. Su compromiso con la literatura y su identificación con el pensamiento ilustrado animaron a este apologeta de la libertad a alumbrar ‘Castilla en Canal’, su primer libro de viajes
Ricardo Ortega
La referencia al Canal de Castilla como ‘epopeya cívica’ es fruto de la mente lúcida, creativa, sensible e irónicamente ácida del escritor Raúl Guerra Garrido, madrileño de nacimiento, que pasó su infancia en el Bierzo y que desarrolló su actividad profesional, intelectual y política en San Sebastián. Falleció en Madrid el pasado 2 de diciembre.
Guerra Garrido era un escritor prolífico y cosmopolita que en 1999 fijó su atención en la gran aventura ilustrada del canal, en parte por su afición a la naturaleza, en parte por su querencia hacia un periodo histórico donde se sentaron las bases de la España actual. Puede que también por alguna pequeña anécdota que narra en el primer capítulo del libro ‘Castilla en canal’ (Cálamo, 2008), que conviene no desvelar.
Este maestro de las letras decidió hacer buena la frase acuñada por él mismo de que “un paisaje solo se conquista con las suelas de los zapatos”, de modo que recorrió los 207 kilómetros del canal y, ya en su automóvil, alcanzó el mar Cantábrico que la vía fluvial no llegó a ver. A lo largo de las 363 páginas del libro resultante el lector puede recorrer el camino de sirga junto al autor y charlar con los amigos con los que él se cita en las diferentes localidades. Muchos de ellos harán de Cicerone y completarán la laboriosa labor de documentación realizada por el escritor.
Guerra destaca en su caminata desde el canto de los pájaros que anidan en las riberas hasta la flora, las pequeñas localidades del canal o los elementos arquitectónicos vinculados a esta vía fluvial, desde puentes y esclusas hasta acueductos. Así describe su llegada a la ciudad de Palencia: “La baja planicie de la campiña aparece a lo lejos totalmente arrasada hasta las desnudas laderas que, surcadas de cárcavas, suben rápidas a los páramos. Cerca ya de Palencia se divisan en primer término, disecados por la erosión, dos cónicos cerros testigos. Sobre la cumbre de uno de ellos, el llamado del Otero, se alza el inmenso Cristo de Victorio Macho. La ciudad a sus pies”.
Labor civilizadora
Desde la publicación de ‘Castilla en canal’ han sido múltiples las ocasiones en que se ha pedido el concurso del escritor para analizar el valor de esta infraestructura. El también autor de libros como ‘Cacereño’, ‘Lectura insólita de El Capital’ o ‘La mar es mala mujer’ se atreve a llevar la contraria a Francisco de Goya y asegura que “la razón cuando sueña no produce monstruos; lo monstruoso es no hacer realidad sus ensoñaciones”, para decir a continuación que el canal “es uno de los más bellos sueños de nuestra razón ilustrada; así lo recorrí en su día y así lo sigo soñando”.
El recorrido del escritor se detiene ante numerosos detalles del recorrido, muchos de los cuales solo son conocidos por los propios habitantes de las localidades que atraviesa. Otros son de conocimiento universal. Lo mismo visita la vallisoletana Casa del Sol que baja del pedestal al palentino Cristo del Otero; observa ensimismado las esclusas de Calahorra de Ribas y celebra la coincidencia de canal y ruta jacobea: “Aquí, en Frómista, se cruzan el Canal de Castilla y el Camino de Santiago, la más grande epopeya cívica y la más arriscada apuesta espiritual, dos programas de la lucha por la vida que raramente coinciden en la historia de España. Difíciles de compartir pero no radicalmente incompatibles”.
En la provincia de Burgos rastrea las huellas de una de las muchas poblaciones del canal hoy desaparecidas: San Carlos el Real de Abánades. “En vano rastreas su presencia, por allí el único edificio en pie es una almenara, arqueta de riego que llaman Hueso, la más hermosa de cuantas has visto. […] San Carlos el Real de Abánades es ya un fantasma de blancas sábanas de papel impreso que solo aparece en noches de bibliografía llena”. Haces coincidir su óbito con la crisis de la navegación por el canal”.
Barcos en la llanura
De entre los ejemplos de literatura vinculada al Canal de Castilla merece la pena destacar el de ‘Barcos en la llanura’, del palentino Asier Aparicio. Con prólogo del propio Raúl Guerra Garrido, esta novela histórica narra las aventuras del marino valenciano Jaime Roig, a través del cual conocemos el trabajo de genios del siglo XVIII vinculados a la construcción del canal, como Jorge Santacilia o Antonio Ulloa.
Con el telón de fondo de esta infraestructura hidráulica, Aparicio describe la situación española de la época “de forma amena, pero sin abandonar el rigor”, lo que le llevó a recorrer los tres ramales del canal en bicicleta (de ahí la imagen que acompaña este reportaje) y a leer a autores de la época (Leandro Fernández de Moratín, Gaspar Melchor de Jovellanos…) para conocer su forma de pensar y el uso que daban al lenguaje.
Como en el caso de Guerra Garrido, el palentino también defiende el papel de los ilustrados y la importancia de un siglo, el XVIII, que ha caído en el olvido y que conviene destacar. “No olvidemos que mucho de cuanto se puso en marcha entonces sigue hoy en funcionamiento, como el propio Canal de Castilla, la Biblioteca Nacional o el Banco de España”.
Eso sí, no coincide del todo con el autor de su prólogo y subraya que en aquel tiempo “hubo sueños desorbitados, pero hay que reivindicar la oportunidad de poner la razón en primer lugar para hacer mejor las cosas”.
Guerra Garrido y Aparicio constituyen dos puntos de vista sobre un río artificial que ha inspirado a pintores y escritores, y que sigue recordando con su presencia tranquila que la razón puede derrotar a las tinieblas.
